CAMINEO.INFO.- Queridos
hermanos y hermanas,
¡¡Estas
dos viudas me descolocan!! ¡Me hacen pensar! ¡Me interpelan! Y descubro gracias
a ellas un tema en el que tengo que crecer: la confianza en Dios.
En la
primera lectura el profeta Elías le reclama a una viuda pobre de Sarepta
aquello que le queda para vivir: un poco de harina y aceite. Y ella como que se
lo pide un profeta, confía en su palabra y se lo da.
Y en el evangelio otra escena
sorprendente: una viuda que da voluntariamente al tesoro del templo aquello que
necesita para vivir.
No son dos gestos, es el mismo
gesto. Un gesto que nace de una experiencia que hay en el corazón de estas
mujeres sencillas y pobres: confianza en Dios. ¡Confían en Dios! En un Dios
misericordioso y providente, que no falla nunca.
No es razonable lo que hacen
estas mujeres: dar aquello que tienes para vivir. Pero la fe, la confianza en
Dios, las lleva a ir más allá de la razón. ¡Que la fe guie nuestra vida! Somos occidentales, tenemos una
tendencia excesiva al racionalismo, que la fe guie nuestra vida.
En diversas parroquias me ha
pasado una cosa que me descoloca: matrimonios jóvenes con pocos recursos, con
hipotecas de veinte o treinta años, me dan el 10% de lo que ingresan. Me
descoloca y me cuesta porque racionalmente no se entiende: si tienes poco ¿por
qué das?, ¡¡no tendrías que ahorrar por si acaso...!! Racionalmente no se
entiende: ni lo que hacen las dos viudas, ni estos matrimonios jóvenes. Sólo
desde la fe en un Dios providente se puede entender.
Pienso que sí, que creemos en
Dios y practicamos, pero dentro de un margen, unos límites, muy razonables. Y
vemos que el evangelio no va por aquí, y que la vida de los santos no va por
aquí... Los cottolengos viven de la providencia. El Cenáculo, donde rehabilitan
jóvenes de la droga, con trabajo y oración, viven de la providencia.
La confianza en Dios... en el
Dios que es Padre... Parece el gran grito de Jesús a lo largo de su vida:
¡¡confiad en mi Padre!! En el evangelio
de Juan lo llega a expresar: “Creéis en Dios, creed también en mi”. (Jn
14.1)
Dios es
Padre, Dios es Todopoderoso, Dios es misericordioso, Dios es providente. ¿Cómo
podemos desconfiar de Él? ¿Cómo podemos quejarnos? ¿Cómo podemos tener miedo?
¿Cómo podemos estar preocupados por tantas cosas?
Ante un
Dios así sólo nos queda el camino del abandono en sus manos, pase lo que pase,
y nunca desconfiar de Él. El ejemplo de las dos mujeres sencillas y pobres es
necesario que nos ilumine.
A
nosotros, hombres y mujeres occidentales tan racionales se nos pide esta fe, esta
confianza, este abandono, que lleva a hacer gestos ““irracionales””. Yo no
puedo decir cuáles han de ser, pero en el silencio de la oración, leyendo este
evangelio, el Señor nos los mostrará.
Comentemos
la otra parte del evangelio de hoy: El evangelista confronta la confianza y el
abandono en manos de Dios con la vanidad en la actitud de los maestros de la
ley.
El
evangelista al poner estos textos uno detrás del otro nos quiere provocar,
interpelarnos. El contraste presentado no puede ser más claro: (primero,
viuda/segundo, fariseos).
Interioridad
– exterioridad.
Oculto
– vistoso.
Humildad
– vanidad.
Esencial-
accidental.
Generosidad
– avaricia.
Autenticidad
– falsedad.
Desprendimiento
– acumulación.
Abandono
– control.
Valentía
– cobardía.
Confianza
– desconfianza.
Caridad
– egoísmo.,
Mirada interior – preocupación
por el mundo.
Contraste brutal y pedagógico el
que presenta el evangelista.
Contrastes
que nos llevan a mirar nuestra vida, a examinar nuestras motivaciones, nuestra
manera de hacer, para descubrir si hay más interioridad, ocupación interior,
humildad, centrados en lo esencial, generosidad, autenticidad, desprendimiento,
abandono, valentía, confianza, caridad, o quizás, hay más exterioridad,
preocupación por el mundo, vanidad, accidentalidad, avaricia, falsedad, acumulación, control, cobardía, desconfianza,
egoísmo,...
Nos
hace falta purificación interior. Sin ella no podemos hacer el paso a creer en
un Dios providente. ¡Pidamos la gracia!
Que
esta eucaristía nos ayude a hacer nuestras las actitudes de estas dos viudas
pobres y sencillas, que confiemos del todo en Dios.