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Domingo XIII Tiempo Ordinario

Sun, 30 Jun 2024 11:12:00
 

El protagonista de esta escena del evangelio que hemos proclamado no es la mujer que hacía doce años que estaba enferma, ni Jairo, el jefe de la sinagoga, ni su hija que estaba a punto de morir: el protagonista de esta escena es la fe.
 
¡¡Actualmente, a nuestro alrededor, encontramos poca fe!! Y esto nos afecta… No está de moda creer en Dios. Es más, es tachado de irracional. Como si creer en Dios fuera en contra de la razón, cuando lo que hace la fe es ir más allá de la razón.
 
Esta escena manifiesta la fuerza de la fe, la importancia de la fe. Esta escena quiere hacer crecer en nosotros la fe, quiere que deseemos de tener más fe en Jesucristo.
 
La escena nos presenta dos gestos cargados de fe:
“Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia”.
Y el otro gesto es el de la mujer que padecía flujos de sangre: “Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría”.
Las palabras de Jesús nos confirman la fe que había en estos gestos: 
A la mujer enferma le dice: “hija tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”.
Y a Jairo le dice: “No temas; basta que tengas fe”.
 
Pienso que ante estas escenas y estas palabras de Jesús vale la pena preguntarse cómo anda nuestra fe. Fe entendida como una confianza fuerte en Jesús. En Jesús que salva, en Jesús que cura (por dentro y por fuera), en Jesús que actúa. ¿Creemos en un Jesús que actúa, salva, cura? La medida de nuestra fe podría medirse por las conversiones que le pedimos. Está muy bien rezar para que el hijo encuentre trabajo, pero, mucho más para que se convierta. Si tiene el mejor trabajo, pero no tiene fe... De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde él mismo. ¿Le pedimos conversiones? ¿Que toque el corazón de fulanito? ¿Tenemos fe en Jesús? ¡Protagonista la fe!
 
Contemplemos la primera escena: Jesús va hacia la casa de Jairo, dice el evangelista que “Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba”. Y después de la sanación de la mujer Jesús pregunta: “¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le contestaron: “Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?”
 
Muchos y muchas están tocando a Jesús pero solo una queda sanada…  porque tuvo fe. Esa mujer hizo lo mismo que hacían los demás, tocar a Jesús, pero lo hizo con fe.
 
También esto puede ocurrir en la misa: que muchos toquen a Jesús, que muchos comulguen, pero pocos queden sanados, porque haya poca fe.
 
No seamos parte de la multitud, que están tocando a Jesús, pero, distraídos, sin consciencia, sin esperar nada. Vivamos cada acto de piedad como un encuentro personal con Jesús. No seamos espectadores.
 
 ¡Hermanos y hermanas que no nos pase a nosotros lo mismo! ¡Que no nos quedemos como espectadores que no se encuentran con Jesús! 
 
 
Contemplemos la segunda escena: La hija de Jairo de doce años ha muerto. Es fácil imaginar el dolor que eso debía provocar en la casa y en el vecindario, entre sus familiares, amigos de la chica y vecinos. La muerte es la protagonista, su sombra lo envuelve todo y lo torna todo triste. Dice el evangelista: “Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.” Pero en este ambiente de muerte aparece la Vida, en este ambiente de dolor aparece la Paz, en este ambiente de sinsentido aparece aquel que da sentido a todo.
 
Él anuncia la vida: “Qué estrépito y que lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida”. Y la respuesta de los que allí están es reírse de Jesús “Se reían de él”. No tienen fe, no tienen esperanza. Por eso Jesús les echa de allí... porque andan lejos de Jesús. Porque no creen en él.
 
También en tu casa donde hay dolor, tristeza, desesperación, ya sea por los hijos, por los problemas económicos, por la convivencia matrimonial, sea por lo que sea, si Él entra todo cambia. Y donde había la muerte aparece la vida... Donde había dolor aparece la paz. Donde había sinsentido, aparece el sentido. ¿Ha entrado Jesús verdaderamente en nuestros hogares? ¿Tenemos una fe que permite a Jesús entrar en  nuestros hogares? Nuestra fe es la puerta por la que  Jesús entra en nuestros hogares.









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