La semana pasada Jesús nos anunciaba a
cada uno de nosotros «dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con el
Espíritu Santo». ¡Hoy se cumplen estas palabras de Jesús! ¡Qué bella es la
liturgia!
Las fiestas litúrgicas re-presentan
(vuelven hacer presente) los hechos históricos a que se refieren. Es decir, hoy
hacemos presente Pentecostés. Hoy vivimos un nuevo Pentecostés y recibimos el
Espíritu Santo.
Es lo que decíamos en la oración colecta:
“Derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no
dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas
maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”.
Pidamos que se vuelva a repetir sobre nosotros aquello que pasó el día de Pentecostés.
¡¡Tengamos mucha esperanza!! Un gran
deseo del Espíritu Santo. Vayamos pidiendo a lo largo de la celebración que
venga a nosotros el Espíritu Santo.
Y esto no es una idea, o una manera de
hablar, es una realidad maravillosa. Y cuanto más realmente lo vivamos,
transformaciones más elevadas causa en nosotros esta fiesta del Espíritu.
Las fiestas producen en nosotros sus
efectos según nuestras disposiciones. Hemos de excitar en nosotros cuanto
podamos el deseo y la confianza de recibir el Espíritu Santo. Nos ayuda a estar
mejor dispuestos el recordar aquellas palabras de Jesús: “si vosotros que sois
malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¡Cuánto más el Padre celestial
dará el Espíritu Santo al que se lo pida!”.
Hoy es un día para tener una esperanza
muy viva… el Espíritu Santo quiere venir a nuestros corazones de un modo nuevo…
¡pedidlo!
Es bastante triste pensar que para la
mayoría de cristianos Pentecostés no es nada, y el Espíritu Santo una realidad
lejana, de otro mundo, sin resonancia e implicaciones en éste. Y, sin embargo,
Cristo ha muerto ni más ni menos para comunicarnos el Espíritu Santo.
2.
¿Quién es el Espíritu Santo? El
Espíritu Santo es una persona divina, como el Padre y el Hijo. Es la tercera
persona de la Santísima Trinidad. ¡¡Hemos de tener una relación con ella!! La
hemos de invocar… ¡Que nos habite! ¡Que esté en nosotros! ¡Pidamos su presencia!
Dios Padre es el creador del mundo, Dios
Hijo es el redentor, el que hace la salvación, Jesucristo, y Dios Espíritu
Santo es el que nos santifica a nosotros, el que actúa en nosotros, el que nos
mueve, el que nos empuja, para que sigamos los pasos de Jesús (vemos su obra en los Hechos de los Apóstoles).
Dios Padre nos está atrayendo hacia Él,
porque nos ama, porque desea la comunión con nosotros. Dios Hijo es el camino
para ir al Padre y el Espíritu Santo es el que nos mueve, nos conduce por este
camino.
Esto nos deja muy claro que la fe no son sólo
unas ideas y unos valores. El cristianismo es una vida nueva que
por el Espíritu Santo se nos comunica desde arriba. ¡Una nueva vitalidad que
viene de arriba!
El
otro día escuché: “Lo importante es ser buenas personas, no hace falta ir a
misa”. No han entendido qué es el cristianismo. Lo reducen a una construcción humana
(ser buenos) y Dios, y la fuerza del Espíritu Santo, que lo quiere transformar todo, no intervienen. Qué
manera de empobrecer el cristianismo… la vida nueva que Jesús ha venido a
comunicar, que es mucho más que ser un poco buenos.
Aquí encaja muy bien aquella frase genial
del Cardenal Ratzinger: “La Iglesia no es
una racionalización permanente sinó un Pentecostés permanente”. Que no es
sólo una frase que suena bien, sino una frase que enuncia una realidad, pienso
yo, poco vivida por los cristianos: Hemos de procurar ser dóciles al Espíritu
Santo porque constantemente el Espíritu Santo nos quiere conducir en nuestra
vida. Llamados a vivir un Pentecostés permanente...
!!qué bonito!!
Acabo con un ejemplo que es resumen de lo que he dicho: el
hierro es duro y frío, pero cuando entra en contacto con el fuego sin dejar de
ser hierro pierde las propiedades del hierro y coge las propiedades del fuego.
Y pasa a ser: flexible, desprende calor, es luminoso. Lo mismo pasa con la
naturaleza humana: instintivamente tiende al egoísmo, a buscar en sí misma,
pero cuando entra en contacto con la naturaleza divina sin dejar de ser hombre
va perdiendo las propiedades de la naturaleza humana y va cogiendo las
propiedades de la naturaleza divina (Dios es amor), y llega a ser capaz de amar
como Cristo nos amó.
Por
el bautismo y con nuestra vida de piedad recibimos el Espíritu Santo que nos
cambia interiormente y nos lleva a vivir la vida movidos por el Espíritu del
Señor. Pidamos el Espíritu Santo.