Es tan grande el
acontecimiento que acabamos de contemplar que se nos escapa. ¡Es tan
entrañable, tan conmovedor lo que pasa en la pasión!: El Hijo de Dios
crucificado, muriendo en cruz. ¡Dios en la cruz!
No lo pillamos, yo el
primero. Pillamos un uno por ciento de lo que significa, de lo que está
pasando... Ante la cruz nos hemos de sentir pequeños, niños, pobres, que miran
sin acabar de entender.
La cruz es un misterio. Un
misterio, en el ámbito cristiano, es algo que no se puede llegar a entender del
todo, pero, aquello que entiendes, te cambia la vida.
La cruz es misterio.
La muerte de Jesús es
misterio.
La resurrección de Jesús es
misterio.
La venida del Espíritu Santo
es un misterio.
Dios que nos ama es misterio.
Ser hijo de Dios es un
misterio.
Realidades que no nos podemos
llegar a entender del todo, pero, aquello que entiendes, te cambia la vida.
Una confidencia personal: yo
me he hecho un carpesano, le llamo un “book,” con algunas realidades y contenidos
para irlas contemplando...
Algunos de ellos son estos
misterios que he ido diciendo. Se trata de hacerse presente la idea, por
ejemplo, “Dios me ama”, y considerarla, imaginarla, degustarla, hacerse
receptivo de este amor, y así estas realidades van penetrando en nuestro
interior, modelando nuestros comportamientos y no quedan en un mero enunciado.
Ir entendiendo estos
misterios te cambia la vida. Y cada año los entendemos un poco mejor, y así va
creciendo nuestra vida cristiana.
Sabemos que el tema de la
identidad de Jesús es un tema capital por los evangelistas... ¿Quién es éste
que ha muerto en la cruz? Durante el evangelio de Marcos, que es el que leemos
este año litúrgico, no se ha desvelado su identidad. Cuando Jesús les
pregunta...”Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” La respuesta en el
evangelio de Marcos no fue el Hijo del Dios vivo, sino el Mesías. Marcos ha
querido reservar para este momento, el momento de la cruz, la revelación de la
identidad de Jesús.
“Viendo el centurión, que
estaba frente a él, de qué manera expiraba, dijo: Verdaderamente este hombre
era hijo de Dios”. (Mc, 15,
39). Todo el evangelio de Marcos culmina con esta afirmación.
Marcos viene a decir, ahora,
al pie de la cruz, podemos entender qué quiere decir que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios. Ahora al pie de la cruz podéis entender qué quiere decir seguir a
Jesús. Ahora al pie de la cruz no os podéis engañar con un seguimiento sin
cruz.
((Si nosotros no sabemos
vivir nuestras cruces… ¿quién podrá? Esto nos hace ser luz...))
Ahora al pie de la cruz
entendemos qué es amar de verdad. Ahora al pie de la cruz entendemos que la
cruz nos habla de amor. Dios nos ama.
Y su amor hasta el extremo,
incondicional, y personal, nos interpela, nos pide una respuesta. En nuestra
oración personal, ante una imagen de Jesús crucificado, fácil porque todos
tenemos móbil, le hemos de preguntar y hacer silencio: ¿y yo qué? ¿y yo qué he
de hacer? ¿y cómo ves mi vida? ¿qué deseas de mí? ¿en qué puedo avanzar? ¿cómo
puedo avanzar?... Dialogarlo mirando la cruz.