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Realmente sorprende un poco el cambio que nos propone la
liturgia: miércoles celebrábamos la Epifanía, contemplábamos como los sabios de
oriente adoraban al niño Jesús, y hoy celebramos el bautismo de Jesús ya
adulto.
Sorprende, pero, hace falta recordar que esta fiesta forma
parte del tiempo de Navidad, con esta fiesta se acaba el tiempo de Navidad. Y
ante esto es inevitable preguntarnos, ¿por qué la liturgia quiere vincular la
Navidad y la fiesta del bautismo del Señor?
La respuesta es clara: esta fiesta nos ayuda a cerrar con
coherencia el Tiempo Litúrgico de la Navidad. Esta fiesta ilumina, da luz, a
todo lo que hemos vivido y celebrado estos días. Me explico...
En la homilía del día de Navidad
hablábamos de la admiración delante de un Dios que se hace un niño. Decíamos
que era algo inimaginable, sorprendente, impensable.
Pero, después de la admiración surge la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué Dios se
hace hombre? Y la liturgia quiere responder a este por qué. Porque es un por
qué fundamental.
La
respuesta la tenemos hoy, en esta fiesta del Bautismo del Señor: Dios se hace
hombre para comunicarnos su Espíritu. “Él os bautizará con Espíritu Santo”.
El motivo fundamental de la encarnación es comunicarnos su Espíritu. Por esto,
también la Cuaresma y la Pascua culminan en Pentecostés, porque nada tiene
sentido si Jesús no nos comunica su Espíritu.
Los
dos momentos litúrgicos más fuertes adviento-navidad, y cuaresma-pascua,
culminan con fiestas del Espíritu Santo. ¡Como cuadra todo!
Si
Jesús no nos comunicara su Espíritu, él se habría convertido tan solo en un
modelo de conducta. No pocas veces me ha pasado que en un grupo de adolescentes
pregunto ¿Quién era Jesucristo? Y una de las respuestas habituales es: “Jesús
es un modelo de conducta”. No es incorrecto pero, sí insuficiente. Jesús es
mucho más que un modelo de conducta. Jesús como Hijo de Dios nos da su mismo
Espíritu, que transforma nuestra naturaleza humana, nos hace participar de su
misma vida divina.
La salvación que nos trae Cristo no es sólo una
ética, o unas normas de comportamiento. Es una presencia divina en nosotros. Ya
no es “sólo Dios con nosotros” ¡¡que es muy fuerte!! sino “Dios en
nosotros”, ¡¡que es todavía más fuerte!! Una presencia que “permanece” en nosotros
veinticuatro horas al día.
Mirad, yo no sé cómo irá el 2021, pero, sí sé, con
toda certeza, ¡que no estaré solo! Nunca podremos decir que estamos solos. ¡¡Y
menos ante un sagrario!! Un buen compromiso de cara al 2021 podría ser estar
más tiempo delante del sagrario. Nuestra alegría es proporcional al tiempo que
pasemos delante del sagrario. Iglesia siempre abierta...
Vemos, por tanto, cómo esta fiesta del
Bautismo del Señor ilumina, da luz, al Tiempo de Navidad, al comunicarnos la
finalidad de esa encarnación: la donación del ES.
Hemos
visto en el evangelio como el Espíritu Santo se manifiesta como una paloma.
¿Por qué una paloma? ¿Por qué el Espíritu Santo se manifiesta de esta manera y
no como una nube, o una luz fuerte, o un trueno? El motivo es muy teológico.
¿Dónde
aparece otra paloma en las Sagradas Escrituras? Recordemos que en tiempos del
diluvio, Noé envía una paloma y la paloma vuelve con una rama de olivo, que
quiere decir que las aguas están retrocediendo. La paloma se convierte en signo
del nuevo mundo que Dios ha creado después del diluvio. La paloma es el signo
de una nueva creación hecha por Dios.
En
el Bautismo de Jesús se manifiesta el Espíritu Santo como una paloma como signo
de que en Jesús empieza una nueva creación. ¡¡Cómo cuadra todo!!
Las
aguas purificadoras del diluvio dieron lugar a una nueva Humanidad. El agua del
bautismo da lugar también a una nueva Humanidad. ¡¡Cómo cuadra todo!!
Son sinónimos de
Bautismo: “revestidos de Cristo”, “engendrados de nuevo”. Son expresiones que
nos indican un cambio substancial, un cambio ontológico, un cambio en la
naturaleza de la persona. Hay un antes y un después. ¡Dice San Pablo que somos
“una creación nueva”! Si antes del
Bautismo teníamos la naturaleza humana, después del bautismo en nosotros
tenemos la naturaleza humana y divina. ¡Dios en nosotros!
Y esta
presencia de Dios en nosotros va creciendo cuando nos acercamos a las fuentes
de donde mana la salvación. Y vamos quedando divinizados, o mejor dicho
cristificados. Hasta que un día diremos “ya
no soy yo, es Cristo que vive en mí”.
Ya hace un tiempo hablaba con una persona
que estaba pasando por unos momentos delicados, muy delicados, pero, tenía
mucha paz, y me decía: “Dios está en mí”. Es la gran experiencia del seguidor
del Cristo. Una presencia que nunca no nos deja...
Tenemos tanta suerte de ser cristianos,
de tener a mano, todas estas realidades... ¡¡Aprovechémoslas!!