Hoy la solemnidad de
Cristo Rey se nos presenta como la culminación del año litúrgico, parece como
si la Iglesia nos estuviera preguntando respecto a Jesús: “y después de verle
nacer, de conocer su predicación, sus milagros, lo que hacía, lo que decía,
después de contemplar su pasión y resurrección, después de recibir su espíritu
en Pentecostés, después de todo esto... ¿lo aceptáis como rey?... ¿es realmente
Jesucristo rey en vuestros corazones?” ¿Cristo reina en nuestras vidas? ¿O
quizá es sólo para nosotros una obligación dominical?
La escena del
evangelio de hoy es muy curiosa… cuando a Jesús durante su vida pública lo
quieren proclamar rey, después de algunos milagros espectaculares. Él se
escabulle, marcha. No acepta su realeza cuando se entiende al modo humano:
poder, dignidad, fuerza. En cambio hoy, abandonado por los discípulos,
falsamente acusado por las autoridades judías, negado por Pedro, herido,
escupido, golpeado, camino de la cruz,... Ahora sí acepta su realeza. “Conque,
tú eres rey?. Jesús le contestó: Tú
lo dices, soy rey”. ¡Antes no! ¡Ahora sí!
La escena de hoy nos
ha de ayudar a entender la realeza de Jesús. Nos hace falta entender qué tipo
de rey es Jesús.
¡Qué
realeza más curiosa!, ¡tan distinta de la del mundo! Su trono es la cruz, su
corona, una corona de espinas…. Y nuestro rey acabará muriendo de la manera más
humillante que había en esos tiempos: en la cruz.... ¡Qué distinto de los reyes
del mundo!
Jesús reina desde la
cruz. Jesús reina muriendo por los demás. Jesús reina dándose por cada uno de
nosotros. Jesús reina sirviendo. Servir es reinar.
Para Jesús reinar es
servir amando humildemente hasta la entrega total de sí mismo. Y lo vive con gozo.
¡¡Qué gran lección
nos da Jesús!! Su manera de ser rey ha de iluminar nuestras vidas. Él es
nuestro maestro, a él intentamos parecernos, queremos que nos mueva su
Espíritu…
¡¡Quien sirve a los demás, quien se da, ¡¡reina!!
¡¡Quien sirve a los demás, quien se da, es el más
grande!!
A
veces cuando servimos a los demás parece que nos quiten la vida, parece que la
estemos malgastando, (y además ni nos lo agradecen) y no es así. Cristo nos
llama a servir como él sirvió y en el servicio encontramos nuestra realización
más auténtica. Vaticano II, Gaudium et Spes: “El hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la entrega a los
demás”.
¡¡Quien sirve a los demás, quien se da, es el más
maduro!!
¡¡Quien sirve a los demás, quien se da, es el que más
ama!!
Y por tanto, quien sirve a los demás, quien se da, es el
más feliz!!
¿Quieres ser feliz? Deja de mirarte el ombligo y date a
los demás con amor. ¡¡Así dejarás que Jesús reine en ti!!
Dice el protagonista
de la película “El club de los poetas
muertos”: “Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir
a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado lo que no fuese
vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido”.
Nosotros también
queremos: “viviremos a conciencia”, “viviremos a fondo” “extraeremos todo el
jugo a la vida” “y dejaremos de lado todo lo que no sea vida”. Y esto lo
hacemos sirviendo a los demás, dándonos a los demás, y haciéndolo con amor.
Ante esto, un testimonio contrario: le preguntaban a
Jorge Javier Vázquez, presentador de Telecinco: “¿Le gustaría casarse, tener hijos...? Y él responde: ¡No! Me gusta la libertad de poder decir
adiós sin lastres”. Es el planteamiento totalmente contrario al nuestro:
aquí sólo estoy yo y mi ombligo... Aquí no hay otro, aquí no hay donación, aquí el otro no
importa. Aquí lo que hay es una pésima concepción de la libertad.
En la película Solas, una de les
protagonistas, embarazada y en una situación muy precaria, piensa en abortar,
tiene miedo a acabar siendo una madre borracha que pega a su hijo… y dice : “Yo
lo que quiero es que alguien me diga que mi vida puede cambiar”. Y el otro le
dice: “sólo si amas, cambiará”.
Sólo el amor puede cambiar nuestras
vidas. Un amor débil como el nuestro que es necesario que sea custodiado, por
un amor más grande: el amor de Dios.
Y así, amando construimos el Reino de Dios, como dice el
prefacio: “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la
gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. No se me ocurre nada
más grande por lo que valga la pena dedicar toda la vida.