CAMINEO.INFO.-
ISAÍAS 50, 5-9a
Salmo 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
SANTIAGO 2, 14-18
MARCOS 8, 27-35
En
casi todos los grupos de adolescentes en los que he estado, en las primeras
sesiones, para saber un poco el nivel de fe que hay en el grupo, siempre les
hago dos preguntas: La primera “Y
vosotros ¿quien decís que es Jesús?.
Ellos
responden: “un buen hombre”, “un revolucionario”, “un sabio”, “un humanista”, “uno que hacía
milagros”. La mayoría de sus respuestas van en la línea de hablar de Jesús
como un personaje del pasado,… Aquí empieza un diálogo que termina con mi reflexión:
“Situar a Jesús en el pasado es quitarle toda la fuerza transformadora que
tiene su persona. Sólo si Jesús es el Hijo de Dios tiene fundamento nuestra fe,
porque entonces él abandona el pasado y entra en nuestra historia personal para
liberarnos del pecado y comunicarnos su fuerza para amar.”
Luego
les hago otra pregunta semejante a la anterior pero a la vez muy distinta: ¿y
desde tu vida, mirando tu vida, quien dices que es Jesús?. O sea, no quién es
teóricamente Jesús, o quien te han dicho que es Jesús… sino quién es para ti,
en tu vida.
Aquí
la mayoría se quedan callados porque para ellos Jesús no es nadie, y cuando se
sinceran dicen: “una persona lejana, o
alguien que hace que hemos de ir a misa y hemos de cumplir unos mandamientos.”
No
han entrado en contacto con un Jesús cercano, amigo, dador de vida, con quien
llegas a tener una relación que le da sentido a todo.
Jesús
no es un personaje del pasado, Jesús es el Mesías, el Ungido de Dios, el Hijo
de Dios, una persona divina que quiere entrar en relación con nosotros y en ese
contacto cambiarnos la vida. Cristo puede llenarnos en todo totalmente.
“Y vosotros ¿quien decís que soy?” La
respuesta teórica la sabemos: Jesús es el Hijo de Dios, pero cómo respondemos
desde nuestra vida: ¿es Jesús un amigo?,
¿alguien cercano?, ¿es mi buen pastor? ¿es mi camino?, ¿es mi verdad?, ¿es mi
vida?, ¿es mi luz? ¿es mi resurrección?. Sería una pena que también nosotros
tuviéramos a Jesús ubicado en el pasado y no en el presente. Ya no somos
adolescentes…
Si Jesús es un
sabio, un revolucionario, un humanista, es uno entre cientos... millares...
Pero, cuando planteamos la identidad de Jesús como Hijo de Dios, todo cambia.
Ya no es uno entre muchos. ¡Es único!
Si es uno más entre
cientos, puedo prescindir de él y no pasa nada... Es irrelevante para mí, y
para todos, uno más. Si es el Hijo de Dios, es relevante para mí y para todos.
No podemos prescindir de él. Lo que decíamos domingo pasado. Su salvación es
universal. Salvador de todos. Relevante para todos. Importantísimo para todos.
De aquí nace la necesidad de comunicar la Buena Nueva, a Jesús. Un pensamiento
o un tema recurrente de diálogo con Jesús debería ser: “¿Cómo puedo comunicarte
a los que me rodean?”
Jesús no viene a dar
cuatro “consejitos”: sed buenos, no matéis, no robéis, no adulteréis... Esto
estaba ya en los diez mandamientos. Jesús viene para comunicar una vida nueva,
para hacer de nosotros criaturas nuevas... Nunca comprenderemos del todo la
transcendencia que tiene su persona. Nunca...
Por tanto, la
identidad de Jesús es un tema capital. Es más, podríamos decir que los
evangelistas cuando escriben los evangelios quieren responder a una pregunta:
¿quién es Jesús?
Vemos como la
pregunta por la identidad de Jesús no es una pregunta secundaria, o para
expertos en teología. Es una pregunta determinante para cada uno de nosotros y
para aquellos que nos rodean. ¡Y determinante quiere decir que determina!, ¡que
condiciona!, ¡que afecta a nuestra vida!
“Y vosotros, ¿quién decía que soy?”
pregunta que hemos de contestar… desde la vida, no desde la teoría...
Hoy vale la pena imaginarnos esta escena,
contemplarla como si “presente me hallara”: Jesús y sus discípulos van
caminando hacia un pueblecito y él lanza
la pregunta, como quien no quiere la cosa: “¿Quién dice la gente que soy
yo?”. Y todos se lanzan a dar
diversas respuestas de lo que habían ido oyendo que decía la gente. Y después
Jesús lanza la otra pregunta, la determinante: “Y vosotros, ¿quién decís que
soy?”. Es fácil imaginarse el
silencio que se hizo, las miradas que se debían hacer los unos a los otros y,
finalmente, Pedro responde.
Lo que hizo Pedro, responder la pregunta,
también lo hemos de hacer nosotros. Cuando Jesús hace una pregunta en los
evangelios, es una pregunta que se dirige a nosotros. No la podemos ver como una pregunta del pasado, o
dirigida a los demás, en los evangelios, Jesús me habla a mí, a cada uno de
nosotros, por tanto, sus preguntas se dirigen a nosotros. Hemos de
contestarla... ¿y tú quién dices que soy yo? Hagámoslo ahora en unos momentos
de silencio…