CAMINEO.INFO.-
Después de las lecturas
decimos “Palabra de Dios” y es así: Dios nos habla. ¡Es algo impresionante! Dios
nos habla... no nos acostumbremos a estas cosas, o todo perderá su sentido...
En la primera lectura Dios explica
al Pueblo de Israel que les hablará a través de profetas., “Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande”.
Ante un Dios que habla... ¿qué
hay? Un fiel, un creyente, que escucha. Y que escucha con una determinada
actitud, como decía el salmista: “Ojalá
escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis el corazón como en Meribá”.
Se nos pide que escuchemos y
que ante la Palabra escuchada no endurezcamos los corazones: “no endurezcáis vuestro corazón”.
Ante la Palabra ¿tenemos un
corazón endurecido o dócil? Cada domingo Dios nos habla, ¿cómo está nuestro corazón ante su palabra? Indiferente,
distraído, o sediento de escuchar hablar a Dios...
Las palabras de Jesús son muy
interpeladoras, las homilías del sacerdote intentan serlo también, y nosotros, ¿cómo
reaccionamos ante la Palabra?: dejo que la Palabra me eleve, me interpele, o
intento rebajar la palabra.
¿Cómo rebajo la Palabra? Algunas
expresiones que irían en esta dirección: “Dios no pide tanto” “Ser santo es
imposible”. “Yo ya estoy bien como estoy”. “Esto que Jesús dice no es para mí”.
Estas expresiones, que corresponden a ciertas actitudes, matan la vida
espiritual, desactivan toda la fuerza transformadora que tiene la Palabra. ¡No
endurezcamos los corazones ante la Palabra!
Dios, llegó un momento en el que
se “cansó” de hablar a través de los profetas y quiso hablar a través de su Hijo.
¡Qué gran deseo que tiene Dios de revelarse, de comunicarse, de hablarnos!
La palabra y
la presencia de Jesús difieren enormemente de la palabra y la presencia de los
profetas,
. Los profetas indican el camino, Jesús es el
Camino.
. Los profetas denuncian el mal, Jesús vence el
mal.
. Los profetas quieren iluminar a los que les
escuchan, Jesús es la luz del mundo.
. Los profetas hablan en nombre de Dios, Jesús
es Dios.
Vemos
claramente como Jesús es muy distinto de un profeta y todavía más distinto que
los maestros de la ley y los fariseos de
su tiempo. Y eso, la gente lo captó enseguida: “Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los
escribas, sino con autoridad… Este enseñar con autoridad es nuevo”.
Lo ven
diferente, pero lo ven como Maestro. Jesús está en la sinagoga enseñando... Enseñando
una doctrina nueva. Enseñar es uno de los verbos más asociados a Jesús.
Jesús es Maestro,
Jesús enseña. Jesús es nuestro maestro, Jesús nos enseña a nosotros. ¿Lo vemos
así? ¿Lo tratamos como a maestro? Contemplamos a Jesús en la sinagoga enseñando,
este ministerio de enseñar lo quiere
seguir ejerciendo sobre nosotros. Jesús quiere ser nuestro maestro. Pidámosle
que lo sea... tratémoslo como a maestro... no endurezcamos los corazones…
Hoy en día se
viven unos valores, o contravalores, que nos pueden dificultar mucho, mucho, ver
a Jesús como Maestro. Contravalores como:
relativismo (no hay verdades, todo es relativo) el subjetivismo (todo depende
de lo que yo veo, de lo que yo siento, de lo que yo sé...) individualismo (con
mi vida hago lo que quiero), y tantos otros. Todos estos contravalores endurecen nuestros corazones... nos hacen impermeables
a Jesús...
¡¡Jesús maestro!!
Pidámosle que lo sea... tratémoslo como maestro... no endurezcamos los corazones...
¡Es verdad!, que
a veces, queremos acoger su enseñanza y no sabemos cómo hacerlo o nos cuesta mucho
y surge en nosotros un grito de impotencia: “¡No puedo!”. De este grito hay dos salidas: Una, la mala,
que hemos explicado con las expresiones anteriores (“Dios no pide tanto” “..”...)
Y, la otra, la buena, es gritar y
confiar. Gritar “no puedo”, y confiar en Dios. Confiar que Él bendecirá.
Confiar que Él habla. Confiar que Él quiere guiar. Confiar que Él quiere enseñar.
¡Confiar que Él quiere sanar! La confianza,
y nada más que la confianza, nos llevan a Dios.
Escuchemos a
Jesús, el Maestro, no endurezcamos nuestros
corazones y confiemos ciegamente en su amor.