Fijaos que en estas fiestas la liturgia,
inspirada por el Espíritu Santo, nos ha venido remarcando insistentemente una
idea: Jesucristo es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios. En el anuncio del
arcángel a María, en el anuncio del ángel a los pastores, en la adoración de
los magos de oriente, en las palabras de Simeón.
Y hoy esto llega a su culmen cuando Dios
Padre al salir Jesús del agua pronuncia las palabras: “Tu eres mi Hijo amado, mi predilecto”.
¡Esto es importantísimo!, por eso la
liturgia insiste tanto. Este es el fundamento de nuestra fe: no es sólo un
hombre el que ha nacido, si es sólo un hombre “apaga y vámonos”. Y la Iglesia
sería el mayor engaño de la historia. Y yo estaría inútilmente desperdiciando mi
vida.
Si Dios se ha hecho hombre en Jesucristo es
para algo importante y significativo. No viene a pasear un rato. No viene para
ver como ha quedado la creación. No viene para darnos cuatro sabios consejos y
ya está. Viene para comunicarnos su vida. “Yo he venido para que tengáis vida y
vida abundante”. ¡¡Viene para bautizarnos con su espíritu!!
Casi seguro, que
para todos nosotros el bautismo queda como un hecho del pasado. Un sacramento
que recibimos siendo niños. Hoy, el Espíritu Santo a través de la Iglesia y de
la liturgia nos propone contemplar el Bautismo de Jesús para profundizar en nuestro
propio bautismo. Como mejor entendamos el significado de nuestro Bautismo mejor
podremos vivir nuestra vida cristiana.
Para entender nuestro bautismo, es
necesario que contemplemos qué es lo que pasa en el bautismo de Jesucristo. Lo mismo que vemos que pasa
en el bautismo de Jesucristo es lo que pasó el día de nuestro bautismo.
· Juan
bautizaba sólo con agua. Él decía “Yo os
he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan bautizaba
sólo con agua. Jesucristo bautizará con Espíritu Santo.
·
Después hemos contemplado
como Jesús es bautizado y como se abre el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo
en forma de paloma, y se oye la voz del Padre que dice. “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.
En nuestro bautismo cuando el sacerdote nos vertió
el agua por la cabeza y nos bautizó, aunque no se vio, el cielo se abrió, el Espíritu
Santo, descendió sobre nosotros y se quedó en nosotros, y el Padre del Cielo nos
dijo: “Tú
eres mi hijo amado, mi predilecto”.
El día de nuestro Bautismo recibimos el mismo principio vital que tenía
Jesucristo. Jesucristo actúa en todo, movido plenamente por el Espíritu Santo. El
Espíritu Santo está llamado a ser también nuestro principio vital (motor de actos):
A partir de aquí
nos podemos hacer algunas preguntas...
·
Si tuviera la inteligencia
de Einstein. ¿Podría ser un genio de la Física? Sí.
·
Si tuviera la técnica
futbolística que tiene Messi, ¿podría jugar como él? Sí.
·
Si tengo el principio
vital de Jesucristo, si tengo el mismo espíritu que Jesucristo, ¿puedo vivir
como Él? Sí.
Cristo no sólo nos dice cómo hemos de vivir, sino que nos da la fuerza para poder vivir como él.
Jesucristo es mucho más que un modelo de conducta, él nos da el mismo Espíritu
que le movía a Él.
La salvación que nos lleva Cristo, no es sólo una ética, unas normas de
comportamiento. Es una fuerza interior. Su misma fuerza. Que nos posibilita vivir
con facilidad como él vivía.
Y en nuestro Bautismo recibimos por primera vez su Espíritu Santo. Y cuando
participamos bien de la misa crece en nosotros la presencia del Espíritu Santo y
cuando rezamos... y cuando meditamos la Palabra de Dios..., y cuando nos confesamos,...
Nuestro
problema es querer ser cristianos sin contar con el Espíritu Santo. Entonces,
serlo se convierte en una cosa difícil, pesada
e imposible. “Porque sin mí no podéis
hacer nada”.
Son sinónimos de
Bautismo: “creación nueva”, “revestidos de Cristo”, “engendrados de nuevo”. Son
expresiones que nos indican un cambio sustancial, un cambio ontológico, un cambio
en la naturaleza de la persona. Hay un antes y un después. Si antes del Bautismo
teníamos la naturaleza humana, después del Bautismo, en nosotros tenemos la
naturaleza divina.
Ejemplo del fuego/hierro:
el hierro es duro y frío, pero, cuando entra en contacto con el fuego sin dejar
de ser hierro pierde las propiedades del hierro y coge las propiedades del fuego.
Y pasa a ser: flexible, desprende calor, es luminoso. Lo mismo pasa con la
naturaleza humana: instintivamente tiende al egoísmo, a buscarse a sí misma,
pero, cuando entra en contacto con la naturaleza divina sin dejar de ser hombre
va perdiendo las propiedades de la naturaleza humana y va cogiendo las propiedades
de la naturaleza divina (Dios es amor), y llega a ser capaz de amar como Cristo
nos amó.
Por el Bautismo y
con nuestra vida de piedad recibimos el Espíritu Santo que nos cambia
interiormente y nos lleva a vivir la vida movidos por el Espíritu del Señor. ¡Amén!