Queridos hermanos y hermanas,
Somos llamados a ser otro Jesús. Somos
llamados a pensar como Jesús, sentir como Jesús, actuar como Jesús. Y este
evangelio nos da importantes lecciones, gracias, para poderlo hacer.
Primero, Jesús mira la realidad: “Viendo
a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados
y decaídos como ovejas sin pastor”. Hemos de aprender a mirar como mira
Jesús. Y si miramos la sociedad hemos de saber ver lo que Jesús ve. La gente
sigue cansada y sin esperanza.
Hemos de saber mirar, porque nos podemos
conformar con un mirar superficial, donde los que nos rodean parecen felices.
Es preciso pedir la gracia de ver como ve Jesús. “Jesús ¿y tu cómo ves este
amigo, este familiar, este vecino? ¿Está bien? ¿O está cansado y sin esperanza?
La segunda cosa que hace Jesús es invitar
a rezar. ¡Qué bonito! Jesús ve la situación complicada del mundo, y lo primero
que nos indica que es necesario hacer es llevarlo a la plegaria. “Rogad, pues,
al dueño…” Ha de ser también nuestra
actitud.
Aquello que nos pasa en nuestra vida ¿lo
llevamos a la oración? ¿Rezamos con nuestra vida? ¿O vida y oración son caminos paralelos, que
casi nunca se tocan? ¿Hacemos una plegaria encarnada con nuestra situación real?
Jesús en el evangelio, a parte del
Padrenuestro, sólo dice dos cosas
concretas por las que rezar: lo que hoy nos dice y que le pidamos el Espíritu
Santo al Padre. Por tanto, hemos de obedecer a Jesús que nos dice “Rogad,
pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Esta petición
tendría que formar parte de nuestra
oración diaria. Siempre. No una temporadita...
Hace unas semanas se encontraron los
obispos de Cataluña. Hubo un momento donde dijeron los candidatos a entrar en
el seminario que tenían para el próximo curso: ¡¡ninguno!! Por primera vez en
no sé cuantos años pasa esto. En toda Cataluña no tenemos ningún candidato a
entrar en ningún seminario el próximo curso.
Quizás es, en parte, porque nosotros no
hemos seguido la enseñanza de Jesús, la petición, el imperativo de Jesús
“¡Pedid!”
Y la petición de Jesús nos interpela
también a nosotros en el sentido de si ¿somos o no trabajadores de la viña?
Estamos rezando para que envíe trabajadores a la viña, y nosotros ¿ya estamos
trabajando en ella?
Citando
la Christifideles Laici: Decía San Gregorio el Magno: “Fijaos en vuestro modo
de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor.
Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor.”
Nos
ha de preocupar que no conozcan a Cristo. Jesús, dice el evangelio “se
compadeció”. Si hemos de tener los mismos sentimientos de Cristo, también
nosotros nos hemos de compadecer, compasión, “pasión con”. Hacer nuestro el
sufrimiento del otro, y ello nos lleva a actuar. ¡Ineludiblemente!
Recuerdo
una frase del Cardenal Ricard María Carles, que ya cité en algún tema o
resonancia: “No os preguntéis si a la gente le interesa o no le interesa que le
habléis de Dios, los santos tienen necesidad de hablar de lo mejor que llevan
dentro”.
Alguna
cosa falla si no sabemos transmitir toda la belleza que hay en Cristo.
Somos llamados a compartir lo que
llevamos dentro, y a hacerlo con ilusión y con esperanza de que Dios actúa a
través nuestro. Sin ilusión no se puede evangelizar. Dios confía en nosotros
para cambiar el mundo, nos ha hecho necesarios para la salvación del mundo.
“El
día que yo no arda en amor, alguien morirá de frío”, decía el poeta.
Jesús mira la realidad. Jesús nos invita
a rezar esa realidad. Jesús se compadece y Jesús llama a los doce. Y cada vez
que leemos un texto donde Jesús llama, somos nosotros los que nos sentimos
llamados. La Palabra de Dios es performativa, produce lo que dice, y si Jesús
llama no lo hace a los doce, eso ya pasó, Jesús nos llama ahora a nosotros.
Sentirnos llamados, ¡es esencial!
¡Llamados por nuestro nombre! Él nos conoce personalmente. No somos uno más,
dentro de una multitud inmensa. Nos conoce, nos ama, nos llama.
Y al llamarnos nos da poder: “Jesús,
llamando a sus discípulos, les dio poder”. Evangelizamos movidos por el
convencimiento de que lo hacemos movidos por el poder de Dios. Evangelizar no
es una cosa mía, que yo hago porque soy un “motivado”. Es una acción de Dios en
mí. Y eso requiere interiorización.