Para entender la profundidad de lo que
Jesús nos promete en el evangelio hemos de hacer un paso atrás. Un gran paso
atrás, porque vamos al Génesis.
En el Génesis, Dios dice a Adán y Eva: “Puedes
comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien
y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir”.
Adán
y Eva comieron del árbol, pero hay una cosa que Dios dijo que no pasó… ¿qué es?
No murieron... ¿Dios mintió? ¿Qué pasa aquí?
No
se refiere a la muerte física. Se refiere a una muerte interior...
Matas
a Dios en tu interior.
Matas
tu ser más profundo.
El
hombre expulsa a Dios de su interior.
Dios
ha de marchar del interior del hombre ¿por qué? porque el hombre se ha querido
convertir él en Dios. Él es su propio dios.
Dios se ha reservado establecer lo que es pecado y lo
que no lo es. Y al comer del árbol del bien y del mal,
Eva quiere ser ella quien decide lo que está bien y
mal. El demonio la invita a hacerse ella dios. A que sea ella que decida si eso
es pecado o no.
Tu decides por ti mismo, lo que está bien y lo que
está mal. Te haces tu propia religión. Tú eres el eje del mundo. Tu yo es el
centro del universo. A Eva le pareció genial, bueno, atrayente, y comió. Comió,
significa que lo creyó, creyó la mentira.
El demonio nos sedujo, nos engañó, y nos mató. ¡¡Eva
eres tu!! Todos hemos escuchado el engaño del demonio... Deseas a tu vecina.
¿Quién te ha dicho que eso es pecado? ¡Decide tu! Si ahora a ti te va bien...
El demonio te invita a coger la ley de Dios, y tirarla, e irte con esa señora.
Tú decides lo que está bien y lo que no. Tu eres dios. Eres dios de ti mismo.
Y debajo de este acto hay un engaño mayor... Por que
esa desobediencia implica aceptar que Dios no es bueno, Dios no quiere tu bien,
tu satisfacción, tu bienestar, tu felicidad.
Cuando
es todo lo contrario: es Dios quien te ha hecho y sabe mejor que tu mismo
aquello que te hará bien y aquello que te hará mal.
Porque
hay tanta gente que está mal, insatisfecha con su vida: es porque viven en su
carne el pecado de Adán... han matado a Dios en su interior... lo han
expulsado... ¡¡ellos son dios!!
Y después de
esta larga introducción, aterricemos en el evangelio de hoy. Adán y Eva,
nuestros primeros padres, expulsaron a Dios de su interior... y la gran
pregunta... ¿quién solucionará todo esto? Jesús ¿cómo? Comunicándonos su
espíritu. En Pentecostés, Dios vuelve a entrar en nuestro interior.
Fijaros qué
bonito, qué genial: el pecado de Adán y Eva expulsa a Dios de nuestro interior,
y Jesús nos promete el Espíritu Santo, por el cual ¡¡Dios volverá a habitar en
nuestro interior!! Genial!! ¡Y la promesa se cumple el día de Pentecostés! Y se
cierra el círculo, y queda la salvación inaugurada.
Tres
bellísimas expresiones hemos oído hoy referidas a esta presencia de Dios en
nosotros:
“Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos… y el que me ama será amado por mi Padre, y yo
también lo amaré y me manifestaré a él”.
“Le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre
con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
“Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros”.
¡¡Estamos
habitados por Dios!! ¡¡Dios está en nosotros!! ¡¡Qué locura!! ¡Qué don de Dios!
¿Cómo no ser feliz? ¡Las tres personas divinas en nosotros!
Y si habita
Dios en nosotros, ¿¿no os parece que nuestra vida tendría que ser muy
diferente??
Pidamos cada
día la gracia de vivir esta presencia de Dios en nosotros, de manera que no sea
una idea, sino una realidad.