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Pienso
que este relato nos presenta, mejor que ningún otro, la doble condición de. Jesús:
como hombre y como Dios.
Al
presentarlo como hombre,
quisiera que lo sintiéramos como más cercano, y al
presentarlo como Dios, quisiera que
tuviéramos más deseo de él.
Este
relato nos presenta
la humanidad de
Jesús a través de dos hechos:
1. Recordemos la escena:
Marta
ha ido a encontrarlo...
Después
María se le echó a los pies y le habla...
Jesús
parece que no tiene palabras y no le responde.
Todos
lloran
“Jesús,
se conmovió en su espíritu, se estremeció...”
Con la
voz rota, pregunta:
“¿Dónde
Lo habéis enterrado?”
“Jesús
se echó a llorar”. (¡el versículo más corto de toda la Biblia!)
“Llegó
a la tumba”.
“Jesús
conmovido de nuevo en su interior”.
Pienso
que nos hace mucho, mucho bien, contemplar a Jesús así, tan humano, tan
destrozado, tan afectado. Verdaderamente hombre, verdaderamente encarnado,
¿Qué
imagen tenemos de Jesús? Quizás, excesivamente
desencarnada; un poco distante, altivo, poderoso, o
quizás no tenemos
ninguna... Cuando rezamos, ¿hemos
visto a Jesús llorar?
Es
bueno que nos preguntemos qué imagen tenemos de Jesús...
¡¡Jesús
lloroso!! ¡¡Es una imagen icónica!! ¡¡Jesús lloroso!!
Después
de la cruz es quizás la imagen que mejor habla de su amor... Tanto es así que
los mismos judíos dicen:
“¡Cómo
lo quería!”. Jesús llora porque ama. ¡¡Porque ama realmente!! ¡Y como amaba a
Lázaro nos ama a nosotros! ¡¡Igual!!
Su
llanto es un llanto solidario de nuestros llantos...
Jesús
también llora con nosotros. No sólo con Lázaro.
Llora
en nuestros dramas personales. Jesús no es un oyente pasivo que va registrando
todo lo que decimos... sino que está afectado, conmovido, lloroso, por lo que nos
pasa. Él es solidario de nuestro dolor.
¡Dios
no es nunca indiferente y distante, es un Dios pasible, que sufre, y sufre
cuando nosotros sufrimos!
2.
El otro hecho que nos presenta la humanidad de Jesús es Betania, estaba a unos
tres kilómetros de Jerusalén.
Era
la casa
donde Jesús se
estaba cuando iba a Jerusalén.
Betania es, por tanto,
el lugar del encuentro
de los amigos,
de los coloquios,
de las conversaciones, de la
hospitalidad, de las confidencias.
Betania
es el lugar de la vida doméstica y familiar de la que Jesús formaba parte.
Contemplar a
Jesús lloroso nos lo hace
cercano.
Contemplar
a Jesús en Bet-Hània nos lo hace también cercano, más nuestro, familiar.
Esto
que digo mira de ayudar a que nos acerquemos a un Jesús próximo, amable, familiar,
que nos ama como a Lázaro y que desea una relación con nosotros como la
que
tenía con sus discípulos.
Las
ideas se creen, pero las personas se reciben, se acogen. ¡¡Acojamos a Jesús!!
Los
ejercicios espirituales ayudan
a esto, me han
ayudado a esto,
... a encontrarte
un Jesús que te
espera con los brazos abiertos. Es tan fácil… pero, es
necesaria
la fe… fe de que él te espera, fe de que él desea encontrarte, fe de que él te
ama como a Lázaro.
Y
cuando nos guiamos
por la fe,
y no por
lo que sentimos, entonces pasa el
milagro, hay encuentro.
Decía
al empezar que este relato nos presenta la doble condición de Jesús: hombre y
Dios.
Jesús
es el Hijo, y hoy lo hemos escuchado hablando a su Padre, dirigiéndose a su
Padre, para ayudar en la fe de los que le escuchan.
Hemos
visto también su divinidad en el milagro.
Hemos
visto su divinidad en la confesión de Marta: “Sí, Señor: yo creo que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo”.
Hemos
visto su divinidad en la afirmación de Jesús: “Yo soy la resurrección y la
vida”. Sólo Dios puede hablar así… un hombre no puede hablar así...
Por tanto,
estamos ante un
relato con muchas referencias a su divinidad.
¿Qué
pretende el texto...? ¡que le veamos más cercano!
¡¡que
creamos más!! ¡¡Que tengamos más fe en Jesús!! ¡¡Más fe en su presencia!! ¡¡Más
fe en que nos habita!! ¡¡Más fe en que se quiere encontrar con nosotros!! ¡¡Más
fe en su hacer!! ¡¡Más fe en su amor!! Amén.