Camineo.info.-
Me gustaría empezar la homilía situándonos
quince días antes de la escena del bautismo de Jesús que hoy hemos contemplado.
Jesús quince días antes está en su casa, en
Nazaret, con su madre, y entiende que ha llegado el momento de partir, el momento
de iniciar su vida pública, y marcha de casa. No quiero centrarme en la
relación madre-hijo, sino en el itinerario que hace de Nazaret a la zona del
rio Jordán donde Juan bautizaba.
Es una contemplación que San Ignacio propone en
el mes de ejercicios. Es un itinerario de más de cien kilómetros, estaría cinco,
seis, siete días para hacerlo. Pienso que es bonito y aleccionador, tiene
lecciones para nosotros, imaginarse a Jesús andando por aquellos caminos, ...
fatigándose por el calor, buscando sombras
donde descansar,
comiendo de lo que llevaba, pidiendo comida en
las casas que se encontraba en el camino, bebiendo agua del río,
hablando con otros peregrinos que iban a
encontrar a Juan,
haciendo vivac, “vivaqueando”, durmiendo al
ras, con un poco de fresco...
Y hacer esta contemplación pensando que Jesús
es Dios.
Qué Dios tan cercano... A mí me impresiona
mucho esta contemplación de la vida itinerante de Jesús. Os animo a hacerla en
casa, en vuestra oración.
¡¡Dios andando entre los hombres, como un
hombre cualquiera! ¡Qué abajamiento! ¡Qué pobreza! ¡Qué sencillez! ¡Qué
humildad! A mí, este Dios me admira profundamente, Jesús itinerante me
emociona, me enamora. Contemplarlo itinerante me ayuda a ser más pobre, más
sencillo, más humilde. A centrarme en aquello que es esencial.
Hemos de confrontar nuestros estilos de vivir
con el estilo de vivir de Jesús, y ver el qué. Vigilemos ahora con las rebajas.
En nuestra oración contemplamos a Jesús
itinerante, sencillo, pobre, humilde, y feliz, muy feliz, y tendremos ganas de
vivir como él.
Segunda idea. Hoy, quizás, nos hacemos una
pregunta: cómo enlaza el tiempo de Navidad y la fiesta del Bautismo de Jesús,
donde Jesús ya es mayor, ya no es un niño.
Tiene mucho sentido: durante la Navidad no
hemos celebrado sólo un nacimiento, sino que toda la Navidad es una epifanía,
manifestación de Jesús Hijo de Dios.
En los tres evangelios sinópticos, la primera
manifestación pública de Jesús es su
bautismo. De aquí que el tiempo de Navidad quiera incluir esta primera
manifestación pública de Jesús. Ya no es una estrella, ni unos ángeles los que
nos indican a Dios, es Dios Padre quien habla del Hijo.
Entender la Navidad como manifestación de Dios
también nos permite hacer una afirmación rotunda: el cristianismo es la única
religión que tiene un Dios que se ha manifestado visiblemente. Para las otras
religiones, Dios es invisible, para la nuestra, no, Dios tiene un rostro, el de
Jesús de Nazaret.
Estamos tan acostumbrados que no paramos
atención: Dios se ha manifestado, Dios se ha revelado. Y lo ha hecho de una
manera increíble: haciéndose uno de nosotros.
Acabo ya, Dios mediante Isaías, setecientos
años antes de Cristo, nos hablaba en la primera lectura del Mesías: “Mirad a
mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi
espíritu sobre él”. Y entonces, va perfilando la misión del Mesías. Y
después continúa diciendo: “Te he llamado en mi justicia, te cogí de la
mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo”. Y sigue hablando de la
misión con otras palabras.
Nosotros como dice San Pablo somos hijos en el
Hijo. Por tanto, estas expresiones también se nos pueden dirigir a nosotros...
Escuchémoslas así...
Repetirlas... “Mirad a mi siervo, a quien
sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él”. “Te
he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de
un pueblo”.
Y las palabras de la misión también nos las
podemos dirigir... Os animo a hacer este doble ejercicio en vuestra oración
personal.
Es tan luminosa la Palabra, nos configura
tanto, nos da tantas gracias, alimenta tanto nuestro espíritu...
¡¡Hagamos ahora un momento de silencio con
sentido profundo de acción de gracias!!