Quisiera hoy poner el foco en los magos de oriente. Cuando nos
hablan de estos magos nos imaginamos unas personas con vestidos brillantes y
encima de unos camellos.
Yo no sé cómo vestían, ni cómo viajaban, pero, a partir del
evangelio de hoy, sí que sabemos algunas cosas muy interesantes.
Los magos de oriente, eran unos sabios, unos estudiosos. Como
mínimo sabemos que eran observadores de las estrellas, por eso detectan la
nueva estrella... Y que conocían también las Sagradas Escrituras judías, o como
mínimo, conocían textos referidos al mesías. Se presentan en Jerusalén
preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella...”
Han estudiado el cielo, han estudiado los textos sagrados y
siguiendo sus cálculos se han puesto en camino y han hecho camino...
Imagino que yendo de camino, en las conversaciones, hablarían de
cómo tenía que ser este rey, este mesías, que hasta una estrella anunciaba su
nacimiento. Cuando hablamos de un rey, ahora y antes, todos imaginamos
posesiones inmensas, riquezas, poder, esplendor, etc.
Buscaban un palacio, y encontraron un establo, buscaban un rey, y
encontraron un niño en el pesebre. ¡Qué escándalo! ¡¡No era esto lo que
buscaban!! ¡No era esto lo que imaginaban! ¡No era esto de lo que habían
hablado!
Imagino que al llegar se miraron entre ellos extrañados, deberían
charlar de que esto no cuadraba. Tuvieron que superar el escándalo, la
tentación de rehusar la pequeñez que se les presentaba.
Y aquí tenemos su gran mérito: aceptaron y entraron en el misterio
“y cayendo de rodillas lo adoraron”. Pasan de los cálculos humanos, de
las reflexiones humanas, y entran en el misterio. Es un gran paso, y nada
fácil: pasar de los cálculos humanos, de las visiones humanas, de las
previsiones humanas, del sentido común, a entrar en el misterio, que supone una
visión diferente de todo.
Se podían haber quedado de pie ante el niño… pero no, se postraron
y le presentaron su homenaje. Entran en el misterio...
Ésta es la imagen que quería comunicaros: de pie ante el niño
(quiere decir que no hay acogida del misterio) o postrados (quiere decir que
acogemos el misterio).
A nosotros nos puede pasar lo mismo: vivir un cristianismo que se
queda de pie ante el niño Jesús mirando, pero no entra, no hace el paso, no
adora. Tenemos el peligro de vivir un cristianismo demasiado humano, demasiado
terrenal, demasiado sentido común. Nos puede pasar que hemos hecho camino, como
los tres reyes, pero seguimos de pie mirando el niño sin entrar en el misterio.
De pie sin adorarlo. De pie sin hacerlo nuestro rey. De pie sin hacerlo nuestra
verdadera luz, sin la cual no podemos avanzar.
El otro día tuvimos un encuentro los sacerdotes con nuestro obispo
Salvador. Destaco alguna de sus frases:
“Dios tiene sus planes, que no son los nuestros”...
“No hace falta entenderlo todo”...
“El futuro lo fundamentamos en la esperanza”...
“Tenemos el riesgo de vivir como si Dios no existiera”…
“Quizás nos tocará morir en el exilio”...
Todo esto nos habla del misterio, de saber entrar en el misterio,
de saber adorar al niño, como Rey, como
luz, como Salvador de toda la humanidad.
¿De pie o postrados? Depende de nosotros. Postrate en tu interior
ante él, hazlo tu Dios, que sea verdaderamente tu Dios. Y hazlo cada día.
Acabo ya, hay un momento, en la travesía de los magos, donde no
han podido avanzar más con sus observaciones del cielo, han perdido la
estrella. En Jerusalén recibirán una nueva luz, que vendrá de las Sagradas
Escrituras.
El simbolismo es muy bonito para nosotros. Llega un momento que
para entrar en el misterio hacen falta las Sagradas Escrituras, la Palabra de
Dios. ¿Las leemos?
Acaba diciendo el
evangelista: “Se marcharon a su tierra por otro camino”. Este “otro
camino” es el camino de la fe. Primero, han hecho el camino según sus cálculos, después se han dejado guiar por
la Palabra, después han entrado en el misterio, han adorado, y finalmente,
cogen un nuevo camino, el camino de la fe...
Hagamos un momento de
silencio donde nos postremos interiormente ante el niño Jesús...