Queridos hermanos y hermanas,
Tan tranquilos que estábamos nosotros, más pendientes del
Mundial de Fútbol, de nuestras cosas, cuando de repente aparece el profeta Juan
Bautista con sus palabras ardientes y viscerales:
“Convertíos”
“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”
“¡Camada de víboras!”
“Dad el fruto que pide
la conversión”
“No os hagáis
ilusiones”
“Ya toca el hacha la
base de los árboles”
“El árbol que no da
buen fruto será talado y echado al fuego”
“Quemará la paja en
una hoguera que no se apaga”.
Resumiendo: nos llama a la conversión. “Convertíos,
porque está cerca el reino de los cielos”. “Dad el fruto que pide la
conversión”.
Ante estas palabras se pueden dar diversas reacciones:
• Pueden
molestar. ¡¡Con lo bien que estábamos!!... ¿y ahora nos hemos de convertir...?
pero si esto es muy difícil...
• Pueden
sorprender, no es Cuaresma, ¿qué dice ahora éste de conversión…?
• Pueden
generar indiferencia, total, es un profeta que nos lo dice... si no me
convierto cuando me lo dice Jesús, imagínate cuando me lo dice el profeta èste,
“que llevaba un vestido de piel de camello”. Qué pinta debía hacer, ¿no?
• Pero, las
palabras del profeta pueden generar esperanza en nuestros corazones.
Esperanza por dos motivos:
1. Porque refleja un optimismo antropológico. Me explico:
¡¡cuando nos llama a la conversión, lo hace porque cree que es posible
cambiar!! ¡¡Está en nuestras manos!!
Podemos cambiar. La conversión es posible. Cuando Dios, a
través del profeta, nos llama a la conversión, el mensaje que recibimos es:
¡¡Es posible cambiar!! Motivémonos hacia el cambio...
2. El segundo motivo de esperanza es porque la Palabra de
Dios es una promesa de gracias. Cuando el profeta nos exhorta a la conversión,
al mismo tiempo nos está diciendo que Dios nos dará las gracias para poder
cambiar. La conversión no es una obra nuestra, es una obra de Dios en nosotros.
Nosotros hemos de dejar que Dios la haga...
El tiempo de Adviento nos dice que nos hace falta la
conversión para poder vivir la Navidad de una manera diferente. Para vivir la
Navidad que Dios ha pensado para nosotros, ahora nos toca ponernos en “modo
conversión”.
Si no nos convertimos, viviremos lo de siempre, como
siempre, sin novedades. Y éste no es el dinamismo que Dios quiere. Para
descubrir nuevas luces, para vivir una experiencia transformante durante el
tiempo de Navidad, ahora nos es necesaria la conversión...
¿Y ¿cómo nos convertiremos?, porque esto es un poco
abstracto... dos caminos.
1. “Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos”. Facilitemos un poco más que
Dios pueda entrar en nuestros corazones.
Revisemos qué podríamos hacer... Cada uno se lo sabe... Tres sugerencias...
1.1. Quizás una cosa tan sencilla como repetir a lo largo
del día la expresión tan bonita del Adviento: “Venid, Señor, Jesús”. Repitámosla mucho, mucho, mucho, hasta que
venga...
1.2. Otra cosa tan sencilla como recibir el sacramento de la
reconciliación, sábado 17. Nos hace tanto
bien, recibir el perdón de Dios a través del sacramento, ¡¡tiene tanta
fuerza!!
1.3. Acercarnos a la Palabra de Dios. Hoy San Pablo en su carta, proclama el valor, la importancia
de “las escrituras”: todo lo que dicen “es para enseñanza nuestra”,
nos dan “fuerza y consuelo” y nos ayudan a “mantener nuestra
esperanza”.
¿Nos dejamos instruir por las Escrituras?, ¿Encontramos
fuerza y consuelo?, ¿nos ayudan a mantener nuestra esperanza? Acerquémonos a la
Palabra.
Segundo camino de conversión. Esto que hemos dicho hasta
ahora, era de cara a llenarnos de Dios. El segundo camino es hacer buenas
obras. Tres elementos apuntan para aquí:
2.1 La oración colecta de la semana pasada decía: “Dios
todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir
al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras...”
2.2 Hoy San Pablo nos dice: “Acogeos mutuamente, como
Cristo os acogió para gloria de Dios”. ¡¡Uuuaaauuuhhh!!
2.3 El profeta nos ha dicho “Dad el fruto que pide la
conversión”.
El tiempo de espera, nunca es una espera quieta, ¡¡sin hacer
nada!!, sino una búsqueda dinámica de la conversión de corazón.
Sino corremos el riesgo de apagar el fuego del Espíritu
Santo, y convertirlo en una vela aromática... y no es lo mismo... , ni
calienta, ni transforma nada...
Hagamos silencio y preguntemos a Jesús ¿cómo me convertiré?