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Este evangelio es sorprendente. Sorprende
como Jesús trata a esta mujer. Sabemos que Jesús es modelo de sensibilidad, de
misericordia, pero, a ella la trata con cierta dureza.
Primero, durante un buen rato no le hace
caso, los discípulos se cansan y le piden que la atienda. Después sin dirigirse
a ella le dice a sus discípulos que él no ha sido enviado a los que no forman
parte del pueblo de Israel. Y acaba diciendo a la cananea una frase muy fuerte:
“No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
Si alguien que no conoce Jesús y lee este
evangelio imaginad qué imagen se llevaría de Jesús. ¡Es bastante sorprendente!
¿Qué está pasando? Jesús está probando la
fe de esta mujer, para que su fe crezca, y así darnos a todos una lección muy
importante.
Jesús quiere arrancar de esta mujer una
confesión de fe humilde, que sea para nosotros una lección.
Yo veo dos enseñanzas:
1.Jesús quiere que comprendamos que la fe
es un don, que la gracia de Dios es gratuita, que está por encima de nuestro
merecimiento.
“pero también los perros se comen las
migajas que caen de la mesa de los amos”. Expresión conmovedora... “Sé que no
puedo comer en la mesa con vosotros, sé que no has venido por mí, sé que te
pido una cosa no prevista... pero déjame que me alimente de las migajas que
caen de tu mesa..” Uuuuaaaauuu, ésta ha
de ser nuestra actitud.
Ante Dios sólo nos podemos presentar con
una actitud plenamente humilde, sabiendo que no nos merecemos la gracia de la
salvación, que es gratuita y supera todo mérito humano. Igual que la cananea.
Primera enseñanza. Nos hemos de presentar
ante Jesús como mendigos de la gracia, sin confiar, sin fundamentarnos, en
nuestros méritos.
Segunda enseñanza: poneros en la piel de
la mujer cananea... Nosotros habríamos abandonado después de un rato sin
recibir respuesta de Jesús “Él no le respondió nada”.
En cambio ella persevera, insiste, no se
cansa, no tira la toalla... ¿por qué no la tira? Porque no tiene amor propio.
Si tuviera amor propio esta mujer se habría sentido ofendida y se habría
enfadado al ver que Jesús no le hacía caso.
Las dos enseñanzas van en la línea de la
humildad: lo que pido no me lo merezco, pido sin amor propio.
A San Agustín le encantaba este
evangelio, esta escena, porque la mujer cananea le recordaba a su madre, Santa
Mónica. Otra mujer perseverante, insistente, que no se rindió nunca, quince años persiguiendo la
conversión de su hijo. Infinidad de veces habló con su hijo, infinidad de
oraciones por él, hablo con muchas personas, pidió consejo a diferentes
personalidades para que la ayudasen. Al final le dijeron que en Milán había un
obispo muy santo que le daría buenos consejos, y hacia allí fue a encontrar
a San Ambrosio. Santa Mónica le explica
todo, le pide ayuda y San Ambrosio le dice: “Mujer vete tranquila, que no puede
perderse un hijo de tantas lagrimas”. ¡¡Qué bonito!!. San Ambrosia vi tanta fe
y tan humilde que no dudo de que obtendría lo que pedía.
La humildad es perseverante, la humildad no
se cansa. Cuando tenemos amor propio, y no nos sale una cosa a la primera en
seguida nos cansamos. Te cansas porque tu amor propio no te permite que las
cosas no te salgan bien. Te cansas porque no aceptas tu historia de salvación …
Si no tuvieses amor propio, si sólo tuvieses amor de Dios, no te cansarías,
serías perseverante, como la mujer cananea, que finalmente obtiene la curación.
Ésta es la lección para nosotros,
presentarnos a Dios con el alma humilde.