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La escena que hoy hemos contemplado en el Evangelio se
desarrolla en el templo. Allá había mucha gente: sacerdotes, levitas, gente
devota, peregrinos, pero nadie se daba cuenta de nada, excepto Simeón y Ana,
dos ancianos. Dice el evangelio hablando de Simeón que era “justo y piadoso,... y el Espíritu Santo
moraba en él”. Y dice de Ana: “...una profetisa,... no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a
Dios con ayunos y oraciones”. Aquí tenemos la clave para descubrir a Jesús:
“piadoso”, “sirviendo a Dios día y noche”.
Sólo desde una vida de oración nos podemos encontrar con
el Señor.
A los niños de catequesis les defino la oración como:
“hablar con Jesús como si estuviera a nuestro lado.” Esto es rezar: este
diálogo, con quien nos ama, y lo hacemos como si estuviera a nuestro lado,
porque allí está.
Y en el cursillo de catequistas que hacemos en San Cugat
animaba a las catequistas a cambiar la palabra “oración” por “encuentro con
Jesús”. ¡¡Oración apunta a deber!! Encontrarse con Jesús apunta a cosa bonita.
Si preguntamos: “¿Quién reza antes de ir a la cama?”
Apunta a deber. Si preguntamos: “¿Quién se encuentra con Jesús antes de ir a la
cama?”, esto apunta a cosa bonita, entrañable.
Sólo desde una vida de oración nos encontramos con el
Señor. ¡Y este encuentro lo hace todo diferente!
Hoy celebramos la Candelaria, el nombre viene de las
candelas que hemos utilizado en el inicio de la misa. Estas candelas hacen
referencia al simbolismo de la luz. Simeón dice que Jesús es: “luz para alumbrar a las naciones”. Jesús
es luz y con las candelas hacemos presente la luz del Cristo.
Si Él es luz, queremos estar cerca suyo. Queremos recibir
su luz. Queremos escuchar sus enseñanzas. Queremos descubrir qué nos ofrece
cada día. Queremos que nos ayude a tomar decisiones. Queremos que haga camino
con nosotros. No podemos caminar en la oscuridad. Le necesitamos a Él.
Y él se nos da, y nos da su luz, en la oración, en la
eucaristía, en la Palabra...
Toda la escena que hoy contemplamos se desarrolla en el
templo de Jerusalén. Hago una pequeña explicación del sentido del Templo para
los judíos y cómo esto lo hemos de vivir nosotros.
Para los judíos el
templo era el lugar de la presencia de Dios. Moisés en su peregrinaje por el
desierto hablaba con Dios en la tienda del encuentro. Esta tienda del encuentro
les acompañó a lo largo de los cuarenta años que estuvieron en el desierto.
Cuando llegaron a la tierra prometida y bajo el Reinado de Salomón, esta tienda
finalmente acabará convirtiéndose en el Templo de Jerusalén. Dentro del templo,
en el Santa Sanctorum había el arca de la alianza. Donde se guardaban las
tablas de la alianza que Dios había hecho con su pueblo. Por tanto, el templo
era el lugar de la presencia del Señor en medio del pueblo.
En nosotros ha
disminuido el sentido del templo como
lugar de la presencia del Señor. Hemos de recuperar esta sensibilidad. Sí que
el templo es también el espacio donde se reúne la comunidad cristiana, sí que
es donde celebramos los entierros, bodas y bautizos, pero es sobre todo el
lugar de la presencia de Dios. Más aún para nosotros que creemos en la
presencia de Dios en el pan de la eucaristía.
Por esto pintamos el
templo. Si creemos que Dios está presente: ¿cómo podemos tener los vitrales
rotos? ¿Cómo podemos tener las paredes sucias? ¡¡Es inconcebible!! El templo ha
de manifestar que nos creemos que Dios está presente, ha de manifestar la gran
belleza de la fe.
Recuerdo que cuando
estuve de misiones en Cuba fui a un pequeño pueblecito. El rector, que llevaba
un montón de pueblos, había decidido que una pequeña barraquita empezara a
funcionar de capilla. Celebré la eucaristía y dejé el Santísimo en el sagrario.
Al acabar la misa entro en la sacristía, y al salir, veo a un grupo de personas
llorando, emocionadas, y yo les pregunto un poco alarmado ¿Qué ha pasado? Y me
dicen :”¡Dios está aquí!” Era yo quien tenía poco sentido de la presencia de
Dios, poco sentido de lo qué quiere decir aquella capillita en medio del
pueblo. Qué gran lección me dieron.
Que la presencia de
Dios en el templo, que la presencia de Dios en la eucaristía, que la presencia
de Dios en la Palabra, que la presencia de Dios en la oración, ilumine nuestras vidas. Amén.