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El Adviento casi ya ha acabado, martes celebraremos la Misa del Gallo.
Es necesario que nos vayamos preparando para vivir intensamente la
Solemnidad de la Navidad. Y esto es lo que pretenden las lecturas de hoy.
En la primera lectura el
profeta Isaías profetizaba: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una
señal: mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.
Y en el evangelio ha salido
la misma expresión: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho
el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le
pondrá por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.
En la Solemnidad de la Navidad celebramos
una Presencia: “Dios es con nosotros”.
Dios se ha hecho presente en medio de la Humanidad.
Pero, no sólo celebramos que Dios se hizo presente, hace dos mil años, y ya está. Lo que también
celebramos es la presencia de Dios en nuestra vida. Una presencia que ha
transformado nuestras existencias.
De esta presencia de Dios en medio de la Humanidad y de
esta presencia de Dios en nuestra vida nace
nuestra alegría.
Nos hace falta esta semana repetir continuamente: “Dios
está con nosotros”, porqué nos ayudará a vivir más intensamente el sentido de
la Navidad. Las luces de las calles, nos hablan de él, que es la luz. Los
nacimientos en las tiendas, nos hablan de él. Los pendones del niño Jesús que
ponen en los balcones nos hablan de la importancia de su presencia.
Respecto al evangelio vale la pena explicar el contexto
cultural que nos ayuda a entender esta escena. En aquellos tiempos cuando una
joven llegaba a la pubertad sus padres
hablaban con los padres de algún joven con el que parecía que pudiera haber
afinidades y posibilidades de convivencia. Un día, una vez puestos de acuerdo,
en una sencilla ceremonia la pareja se comprometía en matrimonio. Entonces,
cada uno continuaba viviendo con sus padres, pero, los jóvenes se empezaban a
ver más e iban preparando lo que sería
su hogar. Esta etapa habitualmente no duraba más de un año.
Es durante este tiempo que María recibe el anuncio del
ángel. Después de recibirlo marcha a visitar su prima Isabel, y cuando vuelve,
tres meses después, los signos de su embarazo son evidentes...
Imaginaros lo que vivió José en aquellos días: la joven a
la que amaba estaba, embarazada, su proyecto de futuro, se hundía, la vergüenza
ante las personas del pueblo.
Tenia dos salidas. La más legal y trágica era denunciar
que el hijo que llevaba María no era suyo, esto comportaba la sentencia de
lapidación. La otra salida era redactar un documento de repudio, donde los dos
quedaban libres del acuerdo matrimonial.
Y José después de recibir el mensaje de Dios en un
sueño recibió a María en su casa. ¡Qué
entrañable debería ser el momento donde compartieron sus experiencias
espirituales!, y qué gozo al descubrir tanta coincidencia: la acción del
Espíritu Santo, el nombre de Jesús, su tarea salvarnos, de liberarnos del
pecado. Todo cuadraba perfectamente.
De todo esto podemos extraer una enseñanza muy grande
para nuestra vida. María y José tenían unos planes, buenos y legítimos, y Dios
cambia estos planes. Y ellos supieron reaccionar viviendo, adentrándose, en el
misterio. Se encuentran ante el misterio y confían en Dios... no entienden,
pero confían... no saben cómo irá todo ello, pero confían...
Si José hubiera actuado sólo movido por la razón María
habría muerto lapidada: esta mujer espera un hijo, que no es mío, me ha sido
infiel a la primera oportunidad que ha
podido, merece el castigo de la ley... Pero, la razón tota sola no rige su
vida, sino una razón iluminada por la fe... abierta a Dios...
A todos nos hace falta, ante tantas cosas que nos
descolocan, aprender de José y María. Ellos nos enseñan a nosotros a situarnos
ante el misterio, a dejar un poco de lado el juicio de la razón, a aceptar el
misterio en nuestra vida y a confiar en Dios.
Se acerca Navidad, dediquemos
más tiempo al Señor, detengámonos de tantas corredizas, de tantas
preparaciones, de tantos regalos, de tantas comidas, y centrémonos en lo que es
realmente importante: la contemplación de Jesús que viene para renacer en mí de
una manera nueva y desconocida.
No reduzcamos la Navidad a la
misa solemne del Gallo, a una buena cena o una buena comida, y a cantar cuatro
villancicos y ya está, y hasta el año que viene. Porqué si lo vivimos así, la
Navidad no cambia nuestras vidas.
Se acercan fiestas que suponen reencuentros familiares, no siempre
fáciles, qué gran momento, qué gran oportunidad, para ser amable, poner paz,
facilitar las cosas, ser servicial, crear buen ambiente, estar alegre, dar
conversación al más callado, estar con el más limitado,... Esta es la misión de
un cristiano en días como estos... Helder Cámara: “Muchos, el único evangelio
que podrán leer eres tú”.