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Quisiera en esta homilía
presentar dos contrastes. El de Judas y Jesús, y el de Pedro y Jesús. Como sus
actitudes se alejan del camino de Jesús, y estemos atentos, no sea que en nosotros,
haya alguna cosa de Judas y de Pedro. ...
Primer contraste,
entre Judas y Jesús. Judas lo traiciona porque está lleno de sí mismo, de sus
planes, de sus visiones. Judas esperaba otro mesianismo, en clave de liberación
ante los invasores romanos. Ha estado tres años con Jesús, pero, no ha dejado
que las ideas de Jesús entrasen en su corazón. Él tiene sus ideas y no se ha dejado
modelar por las enseñanzas de Jesús. Y, cada vez se ha sentido más lejos de
Jesús, y más lejos, y más lejos, hasta traicionarlo por treinta miserables
monedas. Quizás, tenemos un poco de Judas. Queremos hacer nuestro camino, y no
el de Jesús.
Contrastan las ideas
de Judas con el camino de Jesús: un camino de humildad, de abajamiento, no
busca el poder, ni político, ni religioso, ni económico, sino, un camino de
servicio. Aquí encontramos un primer contraste entre Judas y Jesús.
El segundo contraste, es
entre Pedro y Jesús. Pedro a lo largo de todo el evangelio, hemos visto que tenía
un papel especial. Pedro estaba por encima de los demás, era el primero de los
discípulos... momento más claro cuando le dice Jesús: “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Cómo se
debía sentir Pedro, y su ego, al oír estas palabras.
Pedro en el lavatorio
de pies, está escandalizado. Pedro sabe que este proceder de Jesús le afectará
a él. Si el maestro hace esto, ¿qué tendrá que hacer él? Lo mismo... Ser el
primero, le llevará a ser servidor, a coger la posición del esclavo... y éste
no es el deseo natural de nadie...
Recordemos que poco antes
de llegar a Jerusalén, Jaime y Juan han pedido a Jesús, sentarse uno a su derecha
y el otro a su izquierda... ¡¡Unos “tíos” que hace cuatro días estaban pescando
“sardinas” en un lago!! Van y se pelean por quien ocupará los lugares importantes
en el reino de Jesús... ¡¡Somos así, ellos, Pedro y nosotros!!
Nos gusta mandar. El ego
quiere crecer, quiere ser, quiere aparentar, quiere reconocimientos... y el lavatorio
de pies, de Jesús, barre toda pretensión, se caen todos los anillos. ¡¡Esta
escena quiere cargarse nuestro ego!! Esta
escena quiere reordenar sentimientos, comportamientos, prioridades, maneras de hacer,
motivaciones... ¡¡Lo quiere reordenar todo!! ¡¡Porque hay muchas cosas en nosotros
que nacen del ego!! Nos hace falta
contemplar mucho esta escena.
¿Cómo puede ser que Jesús
vaya siempre por un camino de abajamiento, de servicio, de amor servicial y,
nosotros tantas veces, por un camino de enaltecimiento, de reconocimientos, de
presumir, de crecimiento del ego? ¿Nos puede mostrar más claramente, qué camino
quiere para nosotros? De vez en cuando, es bueno que nos preguntemos: ¿esto no
vendrá del ego?
¿Por qué nos cuesta
tanto todo esto? Porque lo contemplamos poco, porque lo conocemos poco, porque
lo amamos poco...
Nuestro deseo tendría
que ser: quiero ser como Él, quiero vivir lo que Él vivió... no porque te lo
propongas, esto dura dos días, bien, uno. Sino porque lo amas... es lo que
refleja aquella frase de San Ignacio: “yo
quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre, que riqueza, oprobios con Cristo
lleno de ellos, que honores, y de ser tenido por vano y loco por Cristo que fue
tenido por tal, más que por sabio y prudente en este mundo”.
¿Por qué
San Ignacio hace estas elecciones tan raras?... ¡¡porque ama a su Señor y quiere
vivir lo que Él vivió!! Es la identificación amorosa. Escojo aquello que Él
escogió. Me siento inclinado a vivir, lo que Él vivió.
Por esto,
la religión cristiana es la religión del amor, porque todo nace del amor.
Jesús con el lavatorio
de pies, hace un gesto que no es un gesto más. Es un gesto culminante de su mesianismo
de servicio y donación a los demás. Forma parte de la centralidad de su mensaje.
Que ilumine nuestras actitudes y motivaciones.