La liturgia, estos tres últimos domingos de Cuaresma, nos ha hecho una
presentación de la persona de Jesús, bastante interpelante.
El domingo de la Samaritana, Jesús se presenta como el agua que sacia nuestra
sed. Domingo pasado, donde Jesús cura al ciego de nacimiento, se presenta como
luz del mundo. Y, este domingo, donde resucita a Lázaro, Jesús se presenta como
la resurrección y la vida.
Estos evangelios, puestos uno tras otro, quieren suscitar en nosotros una mayor
adhesión a Jesús. Si estamos unidos a Él, y Él es la Luz, también nosotros llegaremos
a ser luz. Si estamos unidos a Él, y Él es la Vida, también nosotros participamos
de su vida, llegamos a ser vida.
Estas afirmaciones de Jesús han de suscitar en nosotros un fuerte deseo de
Él, ¡¡de su persona!! Nos decía el predicador de los Ejercicios Espirituales: “¡Dime lo que deseas y te diré lo que vale
tu vida!”. El deseo es el motor de nuestro camino en la vida... Aquello que
desees es lo que te mueve. ¿Qué deseas? ¿Cuál es tu pasión fundamental?...
Si después de escuchar estos evangelios, estas afirmaciones de Jesús, no
tenemos más deseo de Él... es que alguna cosa nos pasa... ¿eh? El deseo bien
orientado apunta al Señor, a entrar en comunión con Él, con la Luz, con la Vida,
con el agua que hace que no volvamos a tener sed. ¿Cómo no tener deseos de todo
esto?
Hoy hemos contemplado como Jesús hace un gran milagro, un signo claro de su
dominio total sobre la muerte física, que, como dice Jesús mismo, para Él es un
sueño. “Lázaro, nuestro amigo, está
dormido; voy a despertarlo”. Jesús, hasta entonces, había resucitado una niña,
hija de Jairo, que acababa de morir. También había resucitado a un joven, hijo
de una mujer viuda que lo llevaban a enterrar. Y ésta es la última resurrección,
Lázaro ya hace cuatro días que está muerto, y ¡¡ya huele mal!! Es tan grande lo
que Jesús hace que será “la gota que colma el vaso”, será a partir de este
momento que los judíos deciden que ha de morir.
De toda la escena quisiera poner el foco en un momento muy especial y bonito.
Miremos de contemplarlo desde el corazón de Jesús:
Marta ha salido a su encuentro
Después María se le echa a sus pies y le habla
Jesús parece que no tiene palabras y no le responde
Todos lloran
“Jesús sollozó y, muy
conmovido, preguntó:
Seguramente con la voz
entrecortada - “¿Dónde lo habéis enterrado?”
“Jesús se echó a llorar”. (¡el versículo más corto de toda la Biblia!)
“Jesús, sollozando de nuevo,
llega al sepulcro”.
Pienso que nos hace mucho, mucho bien, contemplar a Jesús así, tan humano,
tan destruido, tan afectado. Verdaderamente hombre, verdaderamente encarnado,
¿Qué imagen tenemos de Jesús? Quizás, excesivamente desencarnada; un poco
distante, altivo, poderoso, o quizás, no tenemos ninguna... ¿Cuando rezamos hemos
visto a Jesús llorar?
Su llanto es un llanto solidario de nuestros llantos... Jesús también llora
con nosotros. No sólo con Lázaro. Llora en nuestros dramas personales. Jesús no
es un oyente pasivo que va registrando todo lo que decimos... sino que está
afectado, conmovido, lloroso, por lo que nos pasa. Él es solidario de nuestro
dolor. Dios no es nunca indiferente y distante, es un Dios pasible, que sufre, ¡y
sufre cuando nosotros sufrimos!
¡¡Jesús lloroso!! ¡¡Es una imagen icónica!! ¡¡Jesús lloroso!! Después de la
cruz es, quizás, la imagen que mejor habla de su amor... Tanto es así que los mismos
judíos dicen: “¡Cómo lo quería!”.
Jesús llora porque ama. ¡¡Porque ama realmente!! ¡Y como amaba a Lázaro, nos ama
a nosotros!