Después de casi veinte años de ejercer como parlamentario
nacional y europeo, tengo que confesar que me ha sorprendido, por novedoso,
este nuevo formato de una moción de censura con tres protagonistas. Dos de
ellos/as, Irene y Pablo, dividiéndose teóricamente los papeles en busca de una
alternativa mediática que les sirviera de altavoz callejero a sus tediosos y
repetitivos discursos que se han centrado exclusivamente en la corrupción,
mientras buscaban persistentemente el tendido
del 15M en un hemiciclo que languidecía aburrido y pacífico.
En la primera sesión, Mariano Rajoy ejerció de catedrático
taurino socarrón templando a sus dos oponentes/tas y sin esforzarse mucho,
sorteando con frialdad alguna embestida peligrosa de Montero y despachando con
naturales bien entrelazados a un Iglesias descentrado que buscaba las tablas de
Pedro Sánchez. Lo inesperado fue que una diputada canaria, Ana Oramas, fuese la
llamada a darle la estocada de muerte al desnortado presidenciable Pablo
Iglesias que sucumbió ante el verbo sutil e hiriente de una mujer que sin
despeinarse ni amedrentarse le tildo de “machista” y de hacer de la moción de
censura un montaje más propio de un
plató televisivo que de un debate riguroso y serio como se merece el Sancta
Sanctórum de la soberanía popular.
Las banderillas, las cogidas, el griterío y los
almohadillazos se disfrutaron al día siguiente con los tres espadas de la
segunda sesión Rivera, Abalos y Hernando. Rivera se desmelenó con el candidato,
su pose suarista le obligaba ya a una equidistancia con la izquierda rupturista
y catastrofista y el compromiso de los presupuestos le arrastraba
inexorablemente a una posición de no agresividad con una derecha vilipendiada y criminalizada
por el frustrado presidenciable; sus aparentes amoríos (políticos) de antaño
con Iglesias se han tornado en un divorcio exprés que parece irreconciliable.
Abalos se estrenaba en la plaza. Con unas ciertas dosis de
seguridad y aplomo siguió el guión que su nuevo jefe de filas Sánchez le había
trazado: El Partido Popular ha sido la bestia que ha arruinado España. A sus
pecados de corrupción que debe expiar en los más profundo del averno le
espetaba insistentemente en ser el causante de las desigualdades, de la pobreza
y de la precariedad laboral de esta nuestra querida España…, claro que en el
guión que le pasó Sánchez, le ocultó que todo esa dramática crisis fue el
legado que el gobierno socialista de Zapatero nos dejó a los españoles y que
hoy nuestros socios de la UE e incluso otros organismos internacionales, dicen
que estamos ya en la buena senda de la recuperación.
Después de estas estocadas en hueso al gobierno de Mariano
Rajoy sonrió abiertamente a Iglesias, le
ofreció árnica y la posibilidad de un idilio con el candidato derrotado en la
búsqueda de compañeros/as que se unieran en la aventura de nacionalizar
Cataluña desde una nación que no es nacionalidad pero que se adorna de una
cultura nacional, es un trabajo de investigación arduo pero que a lo mejor con
tan ilustres intelectuales constitucionalistas encuentran la fórmula magistral
para que desde el diálogo y el consenso por fin Sánchez e Iglesias hagan de
Cataluña la madre patria de los secesionistas.
Hernando decididamente entró a matar, era ya la hora, los
avisos estaban agotados y había que culminar la faena. Tantos insultos, tantas
difamaciones y tantas amenazas al más puro estilo republicanista de aquellas
Cortes prebélicas de los años treinta, habían retenido con silencio y paciencia
las respuestas que la bancada popular demandaba a tanto improperio.
Rafa Hernando, amigo y conocido desde hace años, no es un
primer espada sagaz y brillante pero es un portavoz con experiencia
parlamentaria que debe jugar los papeles que se le encomiendan y en esta
ocasión era el de dar cumplida respuesta a un demagogo insultador, como
Iglesias, que desde la tribuna del
Congreso criminalizó al Partido Popular y con ello a todos los dirigentes,
militantes y votantes que sostienen y forman parte del mismo.
Su contundente respuesta sacando las vergüenzas de quienes
se ciegan de soberbia acusadora sin mirarse al espejo, era la esperada no solo
por la mayoría del grupo parlamentario popular sino también por millones de
votantes y simpatizantes que nos sentimos insultantemente tratados por un
candidato afortunadamente frustrado y rechazado.