Sobriedad,
gestos de elegancia y cortesía con su antecesor François Hollande en la
despedida y un discurso marcado por la brevedad, la concisión de sus
propósitos, su decidido europeísmo y el expreso reconocimiento a todos y
cada uno de los presidentes de la V República. Por
cierto era remarcable también el respeto republicano en la correcta
indumentaria y en la actitud respetuosa de los más de trescientos
invitados asistentes al acto.
La
otra cara de la moneda la representan los tradicionales partidos de la
derecha e izquierda francesa perdedores no solo de las elecciones, sino
incluso de su implantación e identidad en la vida política y social de
Francia. Le Pen y Macron han recogido el hartazgo y la profunda
decepción del desgaste que ha originado entre la ciudadanía la
corrupción, el nepotismo y el alejamiento de los políticos que venían alternándose en el poder.
El
partido socialista o el republicano que se nutrían de los votos del
centro izquierda o derecha, han dado paso por primera vez en la historia
de Francia, a un candidato como Macron que sin el respaldo de la
maquinaria de un partido y solo con la movilización de un novedoso deseo
de cambio o alternativa al “sistema” corrupto
o esclerotizado del poder establecido, no solo ha sido capaz de ganar
las elecciones sino de alcanzar la presidencia de la República con el
solo compromiso de impulsar unos nuevos principios en la gestión de la
cosa pública.
¿Estamos
en Europa ante el declive de los partidos que Maurice Duverger los
denominaba como “partidos de masas” y que se instauraron en el siglo XX a
raíz de la revolución industrial o del mundo agrícola frente a los
“partidos de cuadro” de la burguesía? ¿Han quedado demodés y en algunos
casos hasta desaparecidos, el socialismo comunista reconvertido en
socialdemocracia y la derecha conservadora mutada en un centro derecha
de inspiración humanista y cristiana? ¿estamos ante un escenario nuevo
donde el ciudadano se compromete solo de una manera flexible e
intermitente con quien cubre sus expectativas y sus exigencias de ética y
buena administración de los bienes públicos desde su óptica personal?
No
son baladíes las encuestas francesas, como el Barómetro 2017, que
reflejan una desafectación de gran envergadura hacia la clase política
tradicional de tal manera que un 89% sostienen que los políticos se
desentienden de la gente y de sus problemas reales y que solo el 50%
cree que los partidos son necesarios. En España si muchos de nuestros
políticos oyeran en los bares o cafés lo que opinan los taxistas, los
profesores, los jubilados, los empresarios o los empleados de unos
grandes almacenes comprobarían que sus opiniones arrojarían unos
porcentajes muy parecidos a las de nuestros vecinos galos.
El
derrotero por el que transcurre nuestra lastrada vida política española
tiene no poca similitud con la francesa. El desgarro del partido
socialista amenaza seriamente con una suicida escisión que dejaría vía
libre al movimiento surgido del 15M. Podemos ha alcanzado ya cotas de
poder en municipios importantes, en parlamentos autonómicos y en las
Cortes Generales. En un futuro, desde luego nada deseable, su aspiración
es alcanzar el gobierno nacional.
La
derecha española es más resistente hacia cambios de vértigo, pero su
desencanto de cómo se vienen gestionando determinadas cuestiones que
afectan a la corrupción u otras de índole social o económica le hacen desconfiar
del único partido que, como el Partido Popular, ha conseguido aglutinar
el espacio de centro derecha. Por ahora no desciende su apoyo electoral
pero su estancamiento en intención de voto, presagia riesgos
indeseables si no reacciona a tiempo.
La
aparición de Ciudadanos en el espectro político nacional solo augura un
tibio status que a su vez es consecuencia de su tibio compromiso en la
gobernabilidad de los intereses públicos. Denunciar, amenazar o amagar
es síntoma de su propia indefinición. A pesar de su pose y juventud,
Rivera, está lejos de concitar un respaldo, ni siquiera ligeramente
parecido, al de Macron en Francia.
España,
al igual que el resto de Europa, ha sentido un profundo alivio ante la
amenaza de ruptura del club de la Unión Europea, que se hubiera
materializado si Marine Lepen, hubiera accedido al Palacio del Elíseo.
Evitar que estos movimientos pendulares de la extrema derecha o izquierda
se produzcan en nuestro país solo está en manos de quienes deben
recuperar la confianza de un pueblo que en su mayoría exige limpieza en
las reglas de juego, honestidad en la gestión y claridad y determinación
en la defensa de sus intereses. En Marche ha representado el éxito de
un movimiento ciudadano que, hoy por hoy, sobrepasa los postulados de
los partidos políticos al uso, aprendamos la lección.