Reconozco que Pilar Rahola no era “santa de mi devoción”. Reconozco también la ductilidad y brillantez de su oratoria como diputada y tertuliana asidua en los medios de comunicación pero quizás su posición marcadamente catalanista en pro de la independencia me producía un rechazo político que no me hacía nada atractiva su personalidad.
Pero, desde esta discrepancia, ésta valoración personal se trueca en admiración sincera y plausible cuando leo, disfruto y releo el discurso que pronunció en la Sagrada Familia como pregonera del Domund2016. Hay que ser muy valiente y honesta para que después de confesar que “Dios me resulta un concepto huidizo y esquivo”, ir desgranando las virtudes cristianas que llevan a hombres y mujeres a tierras de misión, hablando al mismo tiempo de Dios, de la caridad y del amor con un respeto que cuanto menos, hoy, es ejemplar y digno de reconocimiento.
Pilar nos ha dado una gran lección de humildad, descubriéndonos el corazón de quien como ella y aunque se resista, parece encontrar a Dios en quienes deciden salir de sus casas, cruzar fronteras y horizontes y aterrizar en los lugares más abandonados del mundo… y entienden a Dios como una inspiración de amor y de entrega, es un faro de luz, ciertamente en la tiniebla, como termina diciendo en unos de sus jugosos párrafos.
En los tiempos que corren, donde una parte de la humanidad solo busca el bienestar material, el desaforado poder para destruir la paz y la libertad de los hombres o la ausencia de todo dolor y sacrificio para alcanzar la falsa felicidad que ofrece evadirse de Dios a través de la corrupción, el alcohol o la droga, produce una sensación de bienestar y optimismo que una persona que se define como no creyente afirme que “si es pertinente hacer proselitismo político, cuando quien lo hace cree que defiende una ideología que mejorará el mundo, ¿por qué no ha de ser pertinente llevar la palabra de Dios luminoso y bondadoso, que también aspira a mejorar el mundo?”
Su pregón es toda una lección de valor frente a la cobardía que muchos creyentes demostramos cuando somos incapaces de defender los principios que decimos creer o practicar y que los silenciamos cuando estamos en una tribuna pública, entre las luces de un quirófano o en la cátedra de cualquier Universidad.
Y aún va más lejos en la profundización y exteriorización de sus pensamientos cuando infunde una esperanza a una civilización moderna que ella misma califica como una jungla y lo hace con un ejemplo muy gráfico al considerar que en una isla con un centenar de personas sin nada que le rodee ni posea, salvo el texto de los Diez Mandamientos, éste haría sobrevivir nuestra civilización. “Todo está ahí el amor al prójimo como a ti mismo, no robarás, no matarás, no hablarás en falso...”
Párrafo a párrafo puede uno encontrar motivos más que suficientes para admirar la inteligencia y grandeza de una persona que desde su confesión agnóstica, descubre el camino hacia el respeto, el reconocimiento y la admiración de quienes solo buscan servir a Dios alejándose a los lugares más recónditos del mundo para atender las necesidades de la humanidad y para terminar defendiendo la locura que ese servicio supone, haciéndolo con esta sorprendente reflexión:
¿Cuántas personas de bien que se sienten implicadas en la idea progresista de la solidaridad y alaban las bondades indiscutibles que la motivan, no soportan en cambio, el concepto de caridad cristiana?