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Jorge Hernández Mollar::
La Reflexión |
La ReflexiónSat, 21 May 2016 10:39:00
No creo que en este segundo tiempo del derby político nacional, le resulte muy complicado al electorado redirigir su voto a la opción política más convergente con su modelo de sociedad.
Las posiciones de los distintos partidos son, en esta ocasión, mucho más clarividentes que en la confrontación de hace cuatro meses. Por un lado la recién estrenada coalición electoral, Unidos Podemos, es el resultado de la invasora fagocitación de Pablo Iglesias en su irrefrenable búsqueda del liderazgo absolutista de la izquierda comunista, antiglobalizadora y antisistema aunque haya aceptado el establishment como herramienta de sus propósitos aparentemente revolucionarios.
Sus permanentes ataques en oleadas, estratégicamente planificadas, contra el PSOE es el asalto que le resta para absorber al partido que hasta el 20D venía representando a la izquierda tradicional con tintes y ribetes de socialdemocracia o centro izquierda, salvo la última etapa de Rodríguez Zapatero que cuestionó la transición como punto y final de la trágica historia de nuestra particular guerra civilista.
Todo parece indicar que el televisivo Iglesias, este último propósito no lo va a alcanzar. Un partido como el socialista, con una larga trayectoria histórica, una dilatada experiencia de poder absoluto durante largos años a nivel nacional y con fortaleza aún en regiones muy importantes como Andalucía, Extremadura, Valencia o Castilla la Mancha, es lógico que se resista al acoso que le somete el nuevo partido emergente, con el sólo propósito de dividirlo y arrebatarle el liderazgo exclusivo de la izquierda.
En medio del fragor de esta batalla se encuentra el novedoso Ciudadanos, que tuvo un crecimiento inesperado, fruto del malestar y desencanto de los tradicionales votantes del centro derecha e izquierda que encontraron en esas siglas un refugio para que algunos de sus líderes vieran cumplidas sus expectativas políticas frustradas en cualquiera de los dos grandes partidos; una forma de castigar el incumplimiento de algunas promesas electorales o simplemente el rechazo a los vergonzantes escándalos de corrupción.
En cualquier caso, sus devaneos con el partido socialista y su reticente rechazo al líder del partido popular, tratando ingenuamente de imponer su recambio para alcanzar un acuerdo de legislatura o gobernabilidad, le dejan en una tibia posición entre los dos grandes partidos que, si son capaces de corregir sus errores, pueden recuperar parte del terreno perdido en las pasadas elecciones.
El gran desafío, sin duda, lo tiene el Partido Popular. En su haber tiene el haberse mantenido al margen de unas desesperantes negociaciones que han constituido el espectáculo más esperpéntico de nuestra aún joven pero ya consolidada democracia. En su haber tiene también la inicial resistencia, casi numantina, para no ser intervenidos y colonizados por las autoridades comunitarias y haber luchado denodadamente para hacer crecer nuestra economía en el esforzado intento de ganarle la batalla a la aun persistente lacra del paro, especialmente el juvenil; no sin el sacrificio muy importante de todos los sectores económicos y sociales de nuestro país.
En su debe, por el contrario, figura, desde mi punto de vista un exceso de tibieza y errores políticos en algunas decisiones muy controvertidas como la ley del aborto, las tasas y la reforma del poder judicial o la misma LOMCE a la que le faltó una buena dosis de diálogo y capacidad de consenso.
La corrupción merece un punto y aparte ya que si bien es cierto que los casos que aparecieron eran muy frustrantes por el nivel y la representatividad de los personajes que aparecían implicados, su tratamiento mediático ha sido muy desigual con otros en los que también estaba o está inmerso el partido socialista, especialmente en Andalucía. En cualquier caso, el propio Presidente lo ha reconocido, ha faltado más contundencia y determinación.
Rajoy es gallego y por lo tanto su estilo y sus silencios son los propios de la idiosincrasia de su pueblo natal como lo era el verbo fácil y en ocasiones arriesgado del andaluz Felipe González o la austeridad claustral del castellano viejo José María Aznar. Es evidente que los liderazgos se ejercen desde la personalidad y el carácter que conforman la inmensa riqueza cultural de nuestros pueblos y regiones. Aunque al margen de ello, lo verdaderamente valorable es la honestidad, el sentido común y el patriotismo que le ha caracterizado en su trayectoria política y ahora como sólido candidato a presidir, de nuevo, el gobierno de España.
El ciudadano dispone ya de elementos suficientes para ir recapacitando su voto hasta el 26 de junio. Sería un grave error de los partidos en general, volver a cometer las torpezas del pasado inmediato. Los líderes están obligados a comportarse educada y respetuosamente, a no manifestar su desprecio al contrincante en público y evitarlo en privado, actuando con normalidad y a darse una tregua en la exagerada obsesión mediática y twitera con la que han conseguido cansarnos y aburrirnos.
En definitiva hablen con los votantes y dialoguen sin crispación, debatan con rigor, negocien y acuerden sobre sus proyectos, demostrando que son capaces de gobernarnos, de lo contrario harán bueno aquel vaticinio de Jorge Luis Borges: “creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos”.
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