Discurso del Rey el 24 de diciembre, rostro serio, el paso de los años le moldea una expresión más adusta, entre la preocupación y tristeza, imagen de soledad ante millones de españoles que escudriñan sus gestos. A su espalda, en una cuidada mesa, una foto expresiva del final y del inicio de un ciclo de la historia de España: Zapatero y Rajoy.
Estos últimos años de su reinado y del gobierno de Rodríguez Zapatero han sido, sin duda, los más revolucionarios de la reciente historia de la democracia española. Un presidente, republicano y ateo confeso, ha querido imponer las bases de una sociedad alejada de los principios en los que tradicionalmente se han venido asentando las monarquías europeas.
La inspiración religiosa de sus reinados, la familia como ejemplo de convivencia y sostenibilidad de la sociedad que representan y la cercanía y modernidad como adaptación a los tiempos actuales, han sufrido un serio deterioro coincidiendo con un modelo de sociedad socialista que ha tratado de involucionar precisamente esos mismos valores inspirándose en costumbres y hábitos libertarios donde cada uno es dueño de sí mismo, solo con la condición de no “molestar” al ajeno.
La religión solo practicable en el círculo reducido de los templos y hogares, según tesis del ideólogo Zapatero; la familia abierta a todas las fórmulas y modelos que se inventen en el universo, estén dentro o fuera de las leyes de la naturaleza; la modernidad interpretada en el igualitarismo de género llevado a sus últimas consecuencias y la libertad absoluta para “relativizar” las actuaciones personales en función de un endiosamiento particularista y excluyente de cualquier influencia social o religiosa, han sido las referencias a las que una parte de nuestra sociedad ha sucumbido durante unos años de la mano de Rodríguez Zapatero.
Al margen pues de la crisis económica, no hay que desdeñar en absoluto la profunda crisis de valores que hemos heredado del último gobierno socialista. Se trata de restablecer la normalidad, no de actuar con el mismo patrón. Se trata de respetar que los sentimientos religiosos se manifiesten privada o públicamente sin interferirse con el poder del Estado como establece la Constitución. Se trata de reconocer la familia como núcleo firme y sólido de la sociedad, la unión entre un hombre y una mujer tiene su origen biológico y racional en la sabia naturaleza y eso, guste o no, es insustituible como lazo matrimonial civil o religioso y los hijos donde más establemente se educan y forman es en el seno de una familia así constituida.
Se trata también de propugnar una política que se diferencie de la ideológicamente errónea “igualdad de género”. Afortunadamente los hombres y mujeres somos distintos aunque necesariamente complementarios. La inteligencia, los derechos y las obligaciones no están ni deben estar reñidos con la diferente naturaleza de los seres humanos. La mujer tiene, sin discusión, el mismo derecho a realizarse en la sociedad en idénticas e irrenunciables condiciones que el hombre y a ocupar las más altas responsabilidades públicas o privadas, pero tratar de “igualitarizarnos” como género, además de pervertir el lenguaje es desnaturalizar la sociedad.
La libertad es un concepto que no es “relativizable”. Estamos sujetos a reglas que ordenan nuestras vidas en función de garantizar el bien común de la comunidad a la que pertenecemos. Educar en libertad y responsabilidad es lo contrario de lo que se ha venido pregonando estos últimos años en las escuelas, en las familias. Los padres son educadores y administradores de la formación y libertad personal de sus hijos hasta que se emancipan, demasiado tarde hoy por cierto y de eso no son culpables los hijos. Los educadores profesionales tiene que ganarse la “autoritas” de sus alumnos con su competencia y profesionalidad, no son “colegas” son sus maestros en el más extenso y honorable sentido de la palabra.
Estamos, pues, ante un nuevo ciclo donde la educación, la formación integral de la personalidad y el uso responsable y racional de la libertad deben ser la semilla de una sociedad que tiene que someterse a una profunda autocrítica y cambio en sus valores y referencias. Estoy convencido, sin duda, que España tiene hoy en su gobernabilidad, hombres y mujeres capaces y suficientes, que nos guiarán con decisión y firmeza hacia este nuevo horizonte.