En el capitulo IV de los Principios de la Doctrina Social de la Iglesia, en su artículo 192 nos indica lo que es la solidaridad, la cual confiere relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos.
Pero hay muchas desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas por formas diversas de explotación, de opresión y corrupción que influyen negativamente entre los más pobres y necesitados.
Estamos ante una situación injusta. Ante todo esto hace unos años surgió una iniciativa particular para remediar ésta situación de injusticia social y económica que se vio como la panacea para lograr una justicia más equitativa para los pobres, estamos hablando de los microcréditos.
El invento fue obra del economista y banquero de Bangladesh Muhammad Yunus, por el cual recibió el premio novel de la paz en el año 2006. El objetivo del microcrédito era conceder prestamos de poca cantidad para montar pequeños negocios destinados a los más necesitados.
El resultado de tal demoníaco invento financiero ha supuesto en la práctica un auténtico desastre, pues el tipo de interés resultante de estos prestamos supera el 50% de lo prestado, y la consecuencia lógica de todo ello, es el impago de éstas deudas por parte de los más necesitados, y lo más dramático, es el suicidio de éstos al no poder asumir el pago de unos créditos junto con sus intereses que superan muy mucho lo que obtuvieron inicialmente.
Siguiendo el principio social y de virtud moral de la solidaridad, vemos que hay muchas “estructuras de pecado”, que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos que deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación de leyes, reglas de mercado y ordenamientos.
La solidaridad es un empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad se orienta al bien común y a la entrega por el bien del prójimo, que esta dispuesto a “perderse” en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a “servirlo”, en lugar de oprimirlo para el propio provecho, (Mateo 10, 40-42; 20, 25; Marcos 10, 42-45; Lucas 22, 25-27).
Y esta es la raíz del microcredito, una nueva forma de opresión en contra del más pobre falto de educación, y por tanto de la debida formación necesaria para ver el engaño de lo que nació como una ayuda financiera para subsistir de una manera mas digna, y que se ha convertido en un instrumento mortal que ha dejado y sigue dejando cadáveres en el camino.