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La psicología de Jesús.

Wed, 11 Aug 2010 22:01:00
 

CAMINEO.INFO.- En Jesús hay equilibrio entre el mundo pasional y el racional. Santidad y perfección moral no significa tener temperamento flemático, débil, apático, apagado. No. Jesús es un hombre con energía moral, de temperamento fuerte y apasionado. No tolera la mentira, la falsedad, el doblez. Se indigna contra quienes quieren falsear la religión y se creen justos. Jesús no se queda en medias tintas. Su ira no va contra las personas, sino contra la actitud hipócrita y doble. Por tanto, su semblanza moral estaba enriquecida con estas joyas: mansedumbre y comprensión, exigencia y fuerza. No se excluyen. Es más, se complementan.

A veces su modo de obrar es extraño, hasta el punto que sus mismos parientes creen que "ha perdido el juicio" (Mc 3, 21) y lo quieren llevar a su casa porque creen que compromete el honor familiar. Los enemigos le acusan de estar poseído de un espíritu maligno, porque su obrar y doctrina rompen con los moldes recibidos del ambiente judaico (Mat 12, 24). Otras veces su conducta parece un poco extraña: hace barro en el suelo con la saliva y unta los ojos de un ciego; o mete los dedos en los oídos de un sordo; o escribe con el dedo en el suelo o arroja airado a los mercaderes del templo. ¿No sufrirá una crisis nerviosa, no tendrá algún desajuste emocional o psicológico? ¿Quién es éste que quebranta el sábado, que come y bebe con pecadores? ¿Ha perdido los estribos?

¿Qué características podemos entresacar del temperamento de Jesús, a la luz del Evangelio?

1. Espíritu equilibrado: a pesar de que su vida se desarrolló en un ambiente de lucha y fricción, dado que su mensaje era innovador y chocaba constantemente contra las clases dirigentes de entonces, que le consideraban intruso, Jesús les desenmascara terriblemente, con espíritu decidido, costase lo que costase. Y lo hace con espontaneidad, equilibrio, naturalidad, sinceridad...pero también con tono y palabras punzantes, con argumentos contundentes y serenos, hasta el punto que nadie se atreve a echarle mano (Jn 7, 45). Cuando quisieron sus paisanos despeñarle, con toda naturalidad pasa en medio de ellos, sin nerviosismo ni excitación. En su vida no hay bruscas alternativas, ni depresiones nerviosas ni rectificaciones de conducta o de doctrina. Este equilibrio y serenidad es reflejo de una armonía y equilibrio de su alma segura y centrada en torno a una misión superior.
 
2. Espíritu lúcido y voluntad decidida: Lúcido en su hablar y predicar. No desvariaba, no perdía la memoria. Su hablar era coherente, reflexivo y brillante. Y al mismo tiempo, tenía una voluntad decidida. Nada de blandenguería, ni voluntad enfermiza o débil. Voluntad decidida, demostrada en términos tajantes.
 
3. Fiel a su misión: Por eso rechazó las propuestas de Satanás en el desierto. Por eso rechazó la propuesta de la gente para hacerle rey temporal. Por eso rechazó la propuesta de Pedro de quitarle la cruz y el sacrificio. Por eso, al final de su vida pudo decir: "Todo está cumplido".

4. Espíritu sincero y auténtico: En Cristo no cabían las mañas, la manipulación de la gente, el engaño, las palabras de doble sentido, la trampa. No aguantaba la mentira. Jesús no tenía máscaras. Era transparente: por eso lloraba, sentía tedio y temblor, se compadecía, se enojaba...No era un estoico. Nada tenía postizo.
 
5. Espíritu realista, no idealista: Jamás se oyó decir de Cristo que tuvo éxtasis, es decir, momentos en que perdía el control de los sentidos, por estar en contacto con el mundo sobrenatural. Nunca se desconectó del mundo sensible. Jesús era realista. Vivía a la intemperie. Nunca estuvo enfermo. Esto nos demuestra que tuvo un equilibrio orgánico y psíquico a prueba de todo. Quien anda en éxtasis se siente descoyuntado, molido, con dolores musculares y orgánicos. Jesús vivía en la realidad. Y esa realidad era dura. Tanto que le creaba tensión con su misión. Jesús no fue un idealista ni un soñador. Pisa en tierra firme. No es un sonámbulo. No tiene espasmos nerviosos. No tenía sugestiones ni fanatismos. Jesús nada tiene de rarezas. Por eso, come, bebe, echa en cara, discute, reza, motiva, llama la atención, se enoja.
 
6. Espíritu sencillo: No clamaba en las plazas. Su vocabulario era sencillo, natural, simple, imaginativo y plástico. Nos se iba a la abstracción; no se andaba por las ramas. No se daba a logicismos rabínicos eruditos. Natural, sin afectación; natural, sin rarezas; natural, sin formalismos. Todo en Jesús es transparente, auténtico, sincero. Sencillez. Sencilla fue la llamada de cada apóstol. Nada de truenos, ni de gritos, ni de espasmos. Nada de sueños ni de visiones. Sencillez. Por eso, todo lo decía de frente sin complicarse. Sencillez. Por eso, simplificó los 613 preceptos judaicos en uno solo: Amaos.

7. Espíritu original e independiente: A todos considera hermanos, no hay extraños ni extranjeros. Todos somos hijos del mismo Padre Celestial. Jesús habla de universalidad, de fraternidad, de unir Oriente y Occidente, donde se sentarán todos en el mismo banquete. Original, también, al dar primacía y prioridad al valor ético, interior, espiritual y no a la letra, que a veces mata, si no está permeada de espíritu.
 
8. Espíritu de mansedumbre, exento de blandos sentimentalismos: No ha habido temperamento más comprensivo y condescendiente con el prójimo que Jesús. Su espíritu de mansedumbre culmina en su silencio, en su porte digno al ser abofeteado. No es un silencio lleno de miedo e impotencia; sino un silencio lleno de dominio y contención de las pasiones irascibles. Jesús es una mezcla de majestad y dulzura. Su dulzura y mansedumbre no significaba transigencia y aprobación de situaciones injustas o de actitudes erradas. Vigoroso y suave, duro y condescendiente. En el equilibrio de ambas tendencias está el carácter perfecto.
 
9. Espíritu comprensivo y humano, sin concesiones a la demagogia: Ahí tenemos a Jesús frente a la mujer adúltera (Juan 8, 1s) y frente a esos judíos que trajeron a esa mujer pública. Ahí tenemos a Jesús frente a esa mujer samaritana (cf. Juan 4). Era comprensivo con la debilidad humana. Pero era intransigente con la mentira, la hipocresía, la falsedad, la ambición, la comodidad. Comprensivo con el pecador humilde. Por eso perdonó al buen ladrón (cf. Lucas, 23, 39-43), a Zaqueo (cf. Lucas 19, 1-10). Pero esta comprensión con la debilidad humana, estaba muy por encima de la demagogia o condescendencia con las pasiones bajas de las turbas. Nada de concesiones a la sensualidad y a la animalidad del hombre. Primero están los valores del espíritu, que piden ascesis, trabajo, renuncia. Jesús no halaga, exige. Jesús no cede, exige. Nada de demagogias facilitonas, como hacían otros mesías. Su mensaje era crudo: cruz, sacrificio, renuncia. Y sin embargo, era el Pastor que busca esa oveja perdida y cuando la haya, se alegra, la pone sobre los hombros, hace fiesta. Era ese Médico que curaba las heridas profundas del corazón de quien se acercaba humilde y arrepentido.
 
10. Espíritu austero: Jesús no es un anacoreta que vive aislado en el desierto, sin más compañía que la de los chacales. El anacoreta se desconecta de la vida social, de sus problemas y angustias. La misión de Jesús debía desarrollarse en el bullicio de las ciudades, conviviendo con sus conciudadanos y participando de sus preocupaciones. Los monjes anacoretas tenían este lema: "Huye, reza, llora". Jesús, no. Jesús quiere santificar la vida social en su propio ambiente, en contacto con las diversas clases sociales de su tiempo.
 
11. Espíritu razonablemente afectivo: La actitud de austeridad y desprendimiento ante la vida en Jesús no está reñida con un temperamento afectivo, cálido, cordial. Austeridad no significa adustez, insensibilidad, frialdad en el trato con los demás. La austeridad regula esa tendencia de todo hombre a tener más de lo necesario. La afectividad es una cualidad que todo hombre tiene que desarrollar en el marco de un equilibrio, y que le hacer ser más hombre. A pesar de la rudeza de aquellos pescadores, Jesús tuvo detalles de delicadeza y afectividad: cuando les vio cansados, los llevó a la otra orilla a pasar un fin de semana. En la Última Cena los llama: "hijitos míos" y les deja el testamento del amor, como sello de su pertenencia. Les lava los pies. Cuando les manda al apostolado se preocupa de que no les falte nada. Fue compañero de fatigas y sinsabores, de alegrías y sobresaltos de esos doce íntimos. Con ellos desarrolló una afectividad sana, equilibrada y orientada al bien. La afectividad unida a la amistad crea lazos irrompibles, estrechos y duraderos. Antes de partir al Padre, Jesús les conforta, les anima y les promete un Consolador, el Espíritu Santo. Les promete su asistencia hasta el final de los tiempos. Hoy diríamos: "Jesús tenía corazón". Esto es la afectividad. La misma Eucaristía fue regalo de esta afectividad inigualable que desembocó en amor íntimo y oblativo. Las lágrimas que Jesús derramó en varias ocasiones demuestran que Jesús no era una persona adusta o insensible, sino, al contrario, con una capacidad de afectividad fina. Le dolía que no le aceptaran como Mesías. Le dolía la suerte de su pueblo. Le dolía la injusticia, la explotación, el sufrimiento de su gente. Le dolía la ingratitud. Le dolía la terquedad de algunos.







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