Esa oración está
fundada en el Evangelio, precisamente en el Evangelio de este
domingo, en el que el ciego de Jericó, al oír tumulto por el
camino, pregunta por Jesús y se dirige a él gritando: “Hijo de
David, ten compasión de mí”. Es una oración centrada en Jesús, es
una invocación a Jesús, invocado como Hijo de Dios, como Hijo de
David, como Señor (Kyrie). Y al mismo tiempo es un
reconocimiento humilde de las propias necesidades, de
nuestra condición pecadora: soy un pecador. La relación entre
ese Jesús y yo se resuelve en su misericordia: ten
misericordia de mí (eleison).
Es lo que hizo el ciego de Jericó. Se dirige a Jesús con plena
confianza, con absoluta confianza. Él me puede curar, sólo él
puede curarme, no puedo dejar pasar esta oportunidad en mi
vida. El pasa por el camino de mi vida y le grito: ten compasión de
mí, que soy un pecador. Cuando Jesús se acerca a aquel ciego, le
pregunta: Qué puedo hacer por ti. Y el ciego le responde: Señor,
que pueda ver. Y Jesús le devuelve la vista, diciéndole: Tu fe
te ha curado. El poder de la curación es de Dios, la fe es el
clima en el que Dios realiza el milagro.
A veces no sabemos cómo orar. He aquí una lección preciosa de
oración por parte del ciego de Jericó. Muchas veces acudimos a
la oración llenos de preocupaciones, de ruidos, alterados por
tantas actividades. Muchas veces acudimos a la oración como
quienes andan sobrados en todo, como el que acude a por una
ayudita, que nunca viene mal. Sin embargo, a la oración hemos de
ir como el ciego de Jericó, conscientes de nuestras carencias y
necesidades. Nadie nos puede curar, sólo Dios, sólo Jesús
tiene en sus manos poder para curar nuestros males, para
alcanzarnos lo que necesitamos. A la oración hemos de acudir
como un verdadero indigente, que busca la salvación en
quien puede dársela.
Dios está deseando darnos lo que le pedimos, si es para nuestro
bien. Dios no es tacaño, sino que es generoso en darnos gracia
abundante para llevarnos a la santidad plena. Sin embargo, Dios
a veces se hace rogar. Comenta san Agustín que cuando Dios tarda
en concedernos aquello que es bueno para nosotros, su tardanza
es para nuestro bien, porque es una tardanza para ensanchar
nuestro deseo y nuestra capacidad de recibir aquello que nos va
a conceder. La tardanza juega a nuestro favor, pues la gracia
concedida colmará el deseo, que va agrandándose a medida
que se difiere.
La mayor dificultad para alcanzar las gracias que Dios quiere
concedernos está en nuestra soberbia. Tantas veces creemos que
no necesitamos, otras tantas cuando acudimos a pedirlo
pensamos que se nos ha de conceder al instante. Si así fuera, nos
atribuiríamos a nosotros mismos aquello que es gracia y
regalo del Señor. Por eso, a la oración hemos de acudir con plena
confianza, sabiendo que Dios nos va a dar lo que más nos
conviene, y si tarda, es porque quiere dárnoslo más
abundantemente. A la oración hemos de acudir como verdaderos
mendigos, que se sienten carentes de todo y piden lo que
necesitan a quien puede dárselo.
El ciego de Jericó es un ejemplo elocuente de oración: Hijo de
David, ten compasión de mí. “Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten
compasión de mí, que soy un pecador”, dice el peregrino ruso,
repitiéndolo miles y miles de veces como una jaculatoria. En
la Misa ha quedado resumida esta plegaria: Kyrie eleison(Señor, ten piedad). Acudamos a quien quiere darnos sus dones con la humildad de quien se siente mendigo.