Cuando llegó el día 50º de la resurrección del Señor, a los 10 días de su ascensión a los cielos, fue enviado desde el seno del Padre por el Hijo, el Espíritu Santo consolador para renovar todo lo que toca, con la renovación de la nueva vida del Resucitado. La Iglesia invoca: “Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra”.
El gozo, la alegría es uno de los primeros frutos del Espíritu Santo en el corazón de quien le acoge. Y esa alegría es el principal impulso misionero, que mantiene viva a la Iglesia a lo largo de los siglos. “La Iglesia está viva, la Iglesia es joven, la Iglesia lleva en su seno el futuro de la humanidad”, gustaba repetir Benedicto XVI. Hoy es el Papa Francisco el que nos habla continuamente del gozo y la alegría de ser discípulos del Señor resucitado y nos invita a ser discípulos misioneros. Discípulos de Cristo y misioneros de su Evangelio. Eso es la Iglesia en el mundo de hoy y de siempre.
Nuestra diócesis de Córdoba ha vivido recientemente la gozosa experiencia del Encuentro diocesano de laicos el pasado 7 de octubre de 2017, en la que se congregaron cerca de diez mil fieles laicos, acompañados por sus sacerdotes y por religiosos, presididos por el obispo. Fue una experiencia muy gozosa, porque era el Espíritu Santo el que nos reunía, haciendo que las peculiaridades de cada grupo y de cada persona enriquecieran la belleza de la Iglesia. Cuando he recorrido distintas parroquias en la Visita pastoral, todos me subrayan el buen sabor de esta gran experiencia, que nos impulsa a dar testimonio de las maravillas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Detrás están miles y miles de fieles laicos que unidos a sus pastores hacen presente a la Iglesia en el mundo.
Llegados a esta fiesta de Pentecostés, celebramos el día de la Acción Católica y del Apostolado seglar con este lema: “Discípulos misioneros de Cristo, Iglesia en el mundo”, para hacernos caer en la cuenta a todos de la importancia hoy de un laicado organizado y bien formado, que impregne de Evangelio todas las realidades del mundo, donde viven los seglares. La Iglesia se ha expandido a lo largo de los siglos por el testimonio de sus hijos, no por el proselitismo ni el marketing. El lema de este año pone el acento en el discipulado de Cristo. Si no le seguimos a él, no podemos hacer nada. Es la unión con Cristo la que nos hace testigos ante el mundo de hoy. Y la misión viene como ese impulso interior a llevar a los demás lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado al encontrarnos con el Señor, que ha cambiado nuestra vida.
Hace pocos días participaba en el Encuentro del Camino Neocatecumenal con el Papa en Roma. Eran muchos miles, en su mayoría jóvenes provenientes de todas las naciones, que testimonian en el mundo, en la familia, en el trabajo otro estila de vida, que brota del seguimiento de Cristo en una comunidad alimentada por la Palabra de Dios y la Eucaristía. El domingo pasado asistía a la clausura del 1089 Cursillo de Cristiandad en nuestra diócesis, toda una explosión de alegría por haberse encontrado con Jesucristo y con grandes deseos de llevarlo a la propia vida. Dios ha bendecido especialmente la diócesis de Córdoba con el Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Por otra parte, el mundo cofrade ha vivido en nuestra diócesis acontecimientos muy importantes y se dispone a preparar otros similares en el futuro. En cada parroquia, un buen número de fieles laicos colaboran de múltiples maneras en la vida de la Iglesia. Discípulos de Cristo y misioneros de su Evangelio en el mundo, esa es la tarea de la Iglesia en este momento histórico.
Miro el horizonte de nuestra diócesis y contemplo un laicado creciente que sigue a Cristo y lo testimonia en su vida. Es la hora de los laicos en la nueva evangelización. Ven Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra.