Estamos en el mes dedicado a los santos que, con su ejemplo, nos
ayudan a mirar la vida en su contenido fundamental que es la alegría de
amar y sentirnos amados por Jesucristo que, con su vida, nos ha regalado
el don de la santidad. La santidad no es un acto devocional más o menos
atado al sentimiento del que desea ser “buena persona”, sino al deber
de corresponder a la gracia de Dios que se nos regala en su Palabra, en
su amor que siempre espera y en su presencia viva en los sacramentos.
Creo que bien lo vivió la Beata Sandra desde la sencillez que descubrió
en Jesús cuando dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí
que soy manos y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mt 11,
29).
Sandra Sabattini dedicó su corta vida (veintidós años) a
ayudar a discapacitados y drogadictos. Se ha convertido en la primera
novia beata de la Iglesia Católica. Llevó un noviazgo limpio, de acuerdo
con el mensaje del Evangelio. La mañana del 29 de abril de 1984,
mientras se dirigía a una reunión de la “Comunidad Papa Juan XXIII” (una
comunidad dedicada a los drogadictos), Sandra fue atropellada por un
automóvil. Iba con su novio y su amigo Elio. Bajando del automóvil, fue
violentamente atropellada por otro coche y lo mismo su amigo Elio.
Estuvo en coma durante tres días y el 2 de mayo abandonó esta tierra.
Tenía solo 22 años. Su lema podría ser: “Amar es soportar el sufrimiento
de los demás”. Estaba comprometida para casarse con su novio, Guido
Rossi quien dijo -el día 24 de octubre 2021- con motivo de su
Beatificación en la Catedral de Santa Colomba en Rímini (Italia): “Puedo
dar fe de su búsqueda de involucrarme o de andar juntos, y esta
claridad suya en buscar siempre hacer la voluntad de Dios”. La santidad
no es hacer cosas grandes sino ser fieles, al amor de Dios en el
hermano, en las pequeñas cosas de cada día.
Cuentan, los que la
conocían, que el amor de Sandra hacia el Señor se reflejaba en todos
aquellos que entraban en contacto con ella; de su persona emanaba la
alegría y el entusiasmo que conducen a Jesús. Le gustaba vivir en el
silencio su relación con Dios, así que se levantaba temprano en la
mañana, permanecía en meditación en la oscuridad, en la Iglesia, ante el
Santísimo Sacramento. Le gustaba orar y meditar siempre sentada en el
suelo, como un signo de humildad y pobreza. Sandra decía: “No soy yo
quien busca a Dios, sino Dios quien me busca a mí. No hace falta que
busque quién sabe qué argumentos para acercarme a Dios. Las palabras
tarde o temprano terminan y luego te das cuenta de que todo lo que queda
es contemplación, adoración, esperar a que Él te haga entender lo que
quiere de ti. Siento la contemplación necesaria para mi encuentro con
Cristo pobre”. Tal vez estamos muy preocupados en la evangelización y el
cómo llegar a los jóvenes. El secreto de Sandra estaba en dedicar
tiempo ante Jesús en el Sagrario. De Jesús Eucaristía emana la fuente de
Vida y en el susurro de su presencia, en el silencio más elocuente, va
indicando cuál ha de ser el camino a seguir. Sandra con Guido, su novio,
querían formar una familia como el mejor designio de amor.
La
Beata Sabattini buscaba en todo momento ser libre pero no como ofrece la
sociedad, en muchos momentos, con el placer como medio para la
felicidad, con el sexo a todo trapo, con la droga como seudo-mística y
con la afirmación del egoísmo ideológico como progreso existencial. Ella
comentaba en su Diario: “Hay un intento de hacer que el hombre corra en
vano, de engatusarlo con falsas libertades, falsos fines en nombre del
bienestar. Y el hombre está tan atrapado en un torbellino de cosas que
se vuelva contra sí mismo. No es la revolución la que conduce a la
verdad, sino la verdad la que conduce a la revolución”. Los auténticos
revolucionarios han sido y siguen siendo los santos puesto que han
ofrecido su vida al mejor valedor que es Dios.