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Cuaresma 2012: “Tiempo de Cuaresma, tiempo de perdón” |
Monseñor Francisco Pérez González |
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Cuaresma 2012: “Tiempo de Cuaresma, tiempo de perdón”Thu, 08 Mar 2012 07:15:00 Monseñor Francisco Pérez González
La Cuaresma es tiempo de purificación y de perdón. De ahí que se hable de la “purificación de la memoria de la Iglesia” que muestra la humildad de reconocer que sólo Jesucristo es perfecto. Y si se dice que la Iglesia es santa, ¿por qué ha de purificarse?
1.- La Cuaresma es una llamada a la conversión personal y también para la Iglesia en general. En su historia hay acontecimientos que muestran que no ha sido fiel, en algunos miembros, a la llamada de su Fundador: Jesucristo. La Iglesia es santa porque Jesucristo es santo, y es pecadora porque sus miembros, de hecho se equivocan y pecan. Cristo podía haber fundado una Iglesia de ángeles, sin embargo la constituyó con seres humanos, frágiles y pecadores. De ahí que haya habido en la historia acontecimientos poco testimoniales desde el punto de vista cristiano.
Tanto el Beato Juan Pablo II en el año 2000 como Benedicto XVI con los pecados pasados y actuales de miembros de la Iglesia, nos recuerdan que la Iglesia implora el perdón de Dios por los pecados pasados y presentes de sus hijos. Todo esto repercute en un renovado testimonio de compromiso cristiano en el mundo tanto en el presente como en el futuro.
El perdón nos lleva a afirmar que Dios es quien justifica y libera del pecado. Ante Él, Juez justo y benigno, ponemos nuestros pecados para encontrar la libertad de un nuevo comienzo. El primer pecado de los hombres del siglo pasado y del presente ha sido y sigue siendo, tal vez, la autosuficiencia. Los hijos de la Iglesia hemos participado de esta gran debilidad de nuestros contemporáneos. Por eso no hemos de temer y reconociendo nuestra debilidad saber pedir perdón. La humildad nos ensalza para vivir en la gracia del amor de Dios.
Otro de los pecados es el secularismo que seca la raíz de la esperanza. Ha sido un gran pecado del siglo pasado y que aún se cae en el actual. El hecho de haber despreciado con frecuencia el Cielo que Dios nos ofrece, considerándolo altaneramente como un falso consuelo o un sueño infantil indica la cobardía en la que se ha caído y se cae. Hace poco decía un artista italiano que los cristianos y de modo especial los sacerdotes y obispos hemos de hablar más del Cielo o del Paraíso. Los cristianos hemos permitido con demasiada frecuencia la secularización más o menos oculta de nuestra fe y de nuestra esperanza. Hablar de muerte, juicio de Dios: premio (Cielo) o castigo (Infierno) daba y sigue dando vergüenza hablar. Aquí también hemos de pedir perdón.
También los nacionalismos e ideologías totalitarias han arrastrado a Europa a violencias inauditas, a guerras y exterminio de pueblos, razas y grupos sociales y religiosos, llevadas a cabo con frialdad calculada con el fin de conseguir determinados objetivos programáticos, sin respetar al ser humano.
No cabe duda que uno de los pecados que claman al cielo es el de la indiferencia solidaria y que se muestra en la miseria más repulsiva y letal de poblaciones enteras como en África. Ante hechos tan dramáticos es necesario que nos preguntemos con toda seriedad qué es lo que hacemos, cuál debe ser nuestra aportación personal y comunitaria en este campo en el siglo que nos toca vivir.
No olvidemos, por otra parte, qué terrible estructura de pecado del siglo pasado y del presente es la cultura de la muerte: el crimen del aborto o de la eutanasia. La Iglesia no quiere dejar de pedir perdón al Señor de la vida por tantas vidas inocentes brutalmente privadas de su derecho a ver la luz, y por tantos ancianos, enfermos o discapacitados, cuya vida es minusvalorada, amenazada e incluso eliminada en virtud de cálculos de pura eficacia material. La devaluación de la familia, el desprecio a la naturaleza, la droga y el hedonismo salvaje, son otros pecados de los que hemos de arrepentirnos. De todos ellos pedimos perdón a Dios.
2.- La Cuaresma nos pone cara a cara con Dios y todos hemos de hacer un examen de conciencia y de reparación por los pecados cometidos y por la omisión y cobardía de no haber hecho el bien. Ante las nuevas formas de pobreza, ante las nuevas formas de esclavitud, ante tanta crisis producto de la avaricia y de la especulación, ante la pobreza de tantos países pobres, urge eliminar el predominio de unos sobre otros, por ser un pecado y una injusticia. Hemos de crear una nueva cultura de caridad y cooperación internacionales para que la fraternidad universal y las instituciones pertinentes, asuman su responsabilidad en un modelo de economía al servicio de cada persona.
La Cuaresma nos llama a la conversión, a no dar valor absoluto a los bienes de la tierra ni al dominio egoísta por parte del hombre. La tierra es de Dios, como nos recuerda la sagrada Escritura. Y si es propiedad de un Padre, a ella tenemos acceso todos y todos tenemos derecho de pertenencia.
Cada uno debe preguntarse hasta qué punto existe la generosidad en su corazón. Ésta se hace patente en la medida en que se sabe administrar los bienes. Quien tenga como único objetivo de su vida acumular, se está labrando el pozo donde meter su propio egoísmo. Quien se dedica solamente a acumular tesoros en la tierra (cf Mt 6,19), “no se enriquece de Dios” (Lc 12,21).
A la hora de ser más concretos, en este tema de profunda caridad, nos encontramos con las manos atadas por nuestro afán de poseer, o frágiles y sin fuerzas para poder desarrollar todo aquello que nuestros deseos anuncian y denuncian. De nuevo, siendo realistas, hemos de reconocer que no podemos hacer más de lo que a cada uno Dios le pide y las posibilidades humanas permiten. Por otra parte, bien es cierto que podemos y debemos hacer mucho más. Para ello se requiere que con insistencia roguemos a Dios para que convierta nuestro corazón y se refleje en nuestras obras.
Basta que cada uno de nosotros hagamos un plan sincero ante estas necesidades y colaboremos generosamente. No olvidemos que la extrema pobreza es fuente de violencia, rencores y escándalos. Poner remedio a la misma es una obra de justicia y, por tanto, de paz y amor cristiano.
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