CAMINEO.INFO.- Todo lo que Jesús quería comunicar a sus "hermanos", los sacerdotes-apóstoles que nacían de la misteriosa y sublime Cena pascual del Jueves Santo en el Cenáculo, cuando "les amó hasta el extremo", quedaba fuertemente subrayado por el gesto de lavar los pies de los discípulos. Y Jesús ordenaba: "Si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros lo tenéis que hacer unos a otros. Os he dado ejemplo para que vosotros lo hagáis como yo he hecho" (Jn 13,14-15). Hay aquí, pues, un elemento configurador del ministerio ordenado que nacía de la Pascua. Servir, lavando los pies, signo luminoso del dar la vida por amor.
¡Estamos en la Pascua! Los "amigos" del Esposo son testigos del perdón y de la Resurrección de Jesús, que es tanto como decir testigos de una vida llena de amor del Hijo de Dios en medio de nosotros, y una vida que continúa expandiéndose y ofreciendose, por el Espíritu Santo, a todo hombre y toda mujer que viene a este mundo. "Como el Padre me ha enviado a mi, también yo os envío a vosotros... ¡Recibid el Espíritu Santo!" (Jn 20,21). La vocación de los sacerdotes, como toda vocación cristiana, es por naturaleza, vocación al apostolado, para extender el Reino de Cristo por toda la tierra.
Esta Pascua hemos pasado momentos de fuerte temporal mediático contra los sacerdotes. Los pecados gravísimos de unos pocos acaban salpicando a todos, y hasta han intentado desacreditar al mismo Papa Benedicto XVI. Tenemos que asumirlo y expiar, con humildad, unidos a Cristo paciente en la Cruz, que carga sobre sí el pecado del mundo. Y ofrecerlo todo como expiación y curación para las víctimas inocentes de los pecados de los sacerdotes. Hasta esta cima tiene que llegar el amor, si quiere ser un amor como el de Jesús, el Siervo, y el que lava los pies de los discípulos. Lavar decididamente la suciedad que haya podido acumularse en los pies de los cristianos.
Pero al mismo tiempo también tenemos que reaccionar. Darnos cuenta de la batalla que deberemos librar con las fuerzas laicistas secularizadoras, que quieren el desprestigio de la religión cristiana y de sus ministros, para dominar mejor el mundo desde el relativismo moral y la dispersión de fuerzas en un multiculturalismo errático. La única manera buena de reaccionar es la conversión y la santidad de vida de los ministros y de todos los fieles, la coherencia entre lo que predicamos y lo que hacemos, entre lo que celebramos en la Iglesia y lo que vivimos en la calle. Tanto si lo ven o no, tanto si nos lo valoran como si no. Y explicar que la inmensa mayoría de los sacerdotes del mundo -ahora son cerca de medio millón- mantiene una fidelidad ejemplar a las promesas dadas el día de la ordenación, y a todo tipo de servicios hechos por amor, desde un celibato entregado hasta la muerte.
"Orad por vuestros sacerdotes ... y por el obispo ", pedimos en la Misa crismal de esta Pascua. Intercedamos con fervor para que nos mantengamos en el amor puro con perseverancia y humildad, y mostremos que Cristo y la Iglesia, y con ellos todos los sacerdotes, somos dignos de confianza, de estima y de respeto. "Que donde abundó el pecado, sobreabunde la gracia" (Rm 5,20). Y que tengamos un estilo sacrificado de servicio entre nosotros, "porque el amor cubre una multitud de pecados" (1Pe 4,8).
