CAMINEO.INFO.- Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles, pero sobre todo con la Eucaristía de este primer domingo, empezamos la Cuaresma, cuarenta días de conversión y de preparación a la gran fiesta de Pascua. Debemos darle gracias a Dios porque nos concede esperar con alegría y conversión de corazón la celebración de la Pascua, y dados más intensamente al amor y al servicio de los hermanos, llegaremos a ser plenamente hijos de Dios por una participación más asidua en los sacramentos pascuales que nos han dado la vida (cf. Prefacio I de Cuaresma).
La Cuaresma nació como desarrollo pedagógico de un aspecto central del misterio cristiano celebrado en el Triduo Pascual, ya que sobre todo destaca la perspectiva que se refiere a la muerte redentora de Jesucristo pues hemos de resucitar nuevamente con él. Recoge el simbolismo de los cuarenta años que pasó el pueblo de Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida, y los cuarenta días que Moisés, Elías y Jesucristo mismo, pasaron preparando la misión, ayunando, orando y acogiendo, en ellos, la esperanza del pueblo de Dios.
Cada cristiano y la comunidad entera nos preparamos espiritualmente para las fiestas de Pascua. En la Iglesia de la edad antigua, el tiempo de Cuaresma era aprovechado para la intensificación de la iniciación y preparación doctrinal y moral de los candidatos al bautismo, que precisamente recibían este sacramento en la noche santa de la gran Vigilia pascual. Después del Concilio de Nicea (325), ya con libertad de culto, la Iglesia instituyó formalmente la Cuaresma, para preparar la Pascua y la recepción del bautismo, después de un largo catecumenado. Y a partir de entonces, empezó a ser obligatoria la llamada observancia cuaresmal, que prescribía ayunos y otras penitencias.
A la luz del Concilio Vaticano II, la Cuaresma es sobre todo un tiempo destinado a la más atenta y frecuente escucha de la Palabra de Dios, a la más asidua y ferviente oración, a la celebración del misterio pascual a través de la Eucaristía, a la preparación o renovación de las promesas bautismales y al ejercicio de la penitencia, tanto sacramental, a través del sacramento de la reconciliación, como mediante diferentes mortificaciones o sacrificios que cada uno pueda imponerse. Oración, ayuno y limosna son los ejes principales del camino de conversión (cf. Mt 6,1-18). Orar más, escuchando la voz de Dios en su Palabra que nos es vida. Ayunar de aquello que es superfluo para dominio de uno mismo y para facilitar el desprendimiento y la solidaridad. Y dar limosna que es compartir y ayudar a quienes sufren. Recordemos que la praxis del ayuno la realizamos el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la de la abstinencia de comer carne, los seis viernes de Cuaresma, pero hay que reencontrar una actualización del ayuno que Dios quiere, que consiste en el amor y la compasión hacia los hermanos.
En este tiempo en que celebramos un Año sacerdotal, démonos cuenta del gran don que significa el perdón de los pecados que los sacerdotes nos hacen llegar misericordiosamente. Acerquémonos por Pascua a la fuente de la gracia y del perdón de los pecados. Los sacerdotes nos encaminan con sus consejos y la dirección espiritual, nos predican la Palabra y nos recuerdan la conversión radical al amor de Jesucristo, para tener vida eterna.