Cuando el Papa convocó el Año de la Fe que estamos celebrando, el documento de convocatoria era "La Puerta de la Fe" (Porta fidei). Nos dio en Cristo, como Puerta, la clave para interpretar este tiempo de celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II, y de profundización en la fe, la conversión y el anuncio del Evangelio con mayor coraje y fidelidad. Es muy sugerente que Jesús mismo se llamara "la puerta", nunca cerrada, sino que permanece siempre abierta hacia el misterio de Dios. Él es aquel por el que entramos en las realidades que todavía no vemos, las revela, para adentrarnos en el misterio insondable y cautivador del amor de Dios. "Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos" (Jn 10,7-9).
Necesitamos tener la mirada fija en el rostro de Jesús: encarnado, sufriente y resucitado. Y caminar desde el Resucitado siendo testimonios de su verdad y de su amor que todo lo transforman. En este Año de la fe, la Pascua nos orienta:
• Estamos invitados a ser más contemplativos y no puramente activos. Nuestra aportación más específica es el testimonio de la fe, que confiesa con valentía que "Jesús es el Señor, el Viviente, el Camino, la Verdad y la Vida".
• Toda la acción pastoral de nuestras Parroquias y comunidades debe orientarse hacia una experiencia de fe sólida, que haga florecer la santidad, en la línea del Concilio Vaticano II (LG 5), vocación universal a la santidad.
• Es bueno proponerse ideales elevados: la oración, la vivencia del domingo, la eucaristía, la reconciliación, así como escuchar, vivir y anunciar la Palabra de Jesús y testimoniarla con caridad ejemplar.
• Tratar de llegar con contactos cordiales y llenos de afecto a las personas que se han alejado de la fe, o que no conocen todavía a Jesucristo. Debemos ser, nosotros también, puerta hacia Cristo, desde una humilde y propositiva nueva evangelización. Una Iglesia pobre y misericordiosa; misionera; que sale de ella misma y no es clericalizada; con unos pastores próximos a la gente, que escuchan y curan.
• Amar con obras y de verdad a cada hermano necesitado que encontramos en el camino de la vida, ya que en él está Cristo; el hermano es Cristo. Con una atención preferente para las familias y la tutela valiente de la vida en todas sus fases, con especial atención a los niños y a las personas mayores.
• Compartir, coordinar y unir esfuerzos y experiencia para que en el pueblo, en la parroquia y en el arciprestazgo experimentemos la comunión eclesial que Cristo Resucitado nos da, uniéndonos todos en Él. Necesitamos cultivar una espiritualidad de la comunión, que es don de Dios, y relación fraterna; estima acogedora de los dones recíprocos. Comunidades con inventiva, que saben ser expresión del amor concreto de Dios en las más variadas situaciones de sufrimiento y de necesidad.
• Llegar a hacer realidad el anuncio cristiano desde el diálogo pastoral, que es una directriz importante para el crecimiento de todos en la búsqueda de la verdad y en la promoción de la paz, en un mundo plural.
La puerta viva que es Jesucristo permanece siempre abierta, y la Iglesia vive el misterio de la luna, que refleja la luz del Sol, que es el Cristo. Pidamos un nuevo impulso apostólico, animados por la confianza en la presencia de Cristo y sostenidos en la fuerza del Espíritu Santo.