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“No os confiéis, queridos enemigos” |
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“No os confiéis, queridos enemigos”Mon, 14 Dec 2009 07:31:00
Monseñor Santiago García Aracil, Arzobispo de Mérida-Badajoz
Mons. Santiago García Aracil
CAMINEO.INFO.- No me apura llamar enemigos a los que se oponen a la presencia pública de la fe cristiana, como si ella fuera una humillación, un motivo de perversión o una llamada a una pretendida involución. En la fe cristiana están las raíces de Europa, las grandes líneas de nuestra civilización occidental, las motivaciones de la mayor parte de las creaciones artísticas en sus diversos campos, y la base de los equilibrados y sabios criterios que los Papas, por ejemplo, manifiestan con admirada acogida expresando la doctrina de la Iglesia. No me apura ni considero improcedente emplear la palabra enemigos porque, para el cristiano, hasta los enemigos son hermanos. Por ello nos dice el Señor: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. De este modo seréis dignos hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5, 44-45). En todo caso, podría pasar a llamarles adversarios, como parece hoy más suave y tolerante.
Contradicciones
Lo que ocurre es que estos hermanos a los que aludo promueven, día a día, iniciativas verdaderamente originales y llamativas, apoyadas en argumentos que muchas veces se contradicen entre sí, pero que son hábilmente utilizados para avanzar en la pretensión de apartar de la sociedad los signos del cristianismo. Parece que les satisface cargar a la Iglesia con la culpa sobresaliente de toda clase de tropelías y pecados contra la libertad, contra el progreso, contra la tolerancia, contra los derechos humanos y contra vete a saber qué. Llama la atención que, para argumentar en esta dirección, amontonan en un mismo paquete hechos de cualquier época histórica, los juzgan generalmente sin rigor científico, y los airean incluso mediante sofismas que indican más pasión que claridad intelectual.
No podemos ni debemos negar que en la Iglesia, que es divina y santa por su cabeza, por sus acciones sacramentales y por la acción permanente del Espíritu Santo que la sostiene y anima, hay también un elemento humano que lo integramos todos los bautizados y que somos pecadores como cualquier hijo de mujer. Sin escondernos tras la pueril excusa de que el pecado afecta a todos, asumimos la responsabilidad que a cada uno corresponde. En la medida en que nuestros pecados han podido perjudicar a los hermanos en cualquier momento de la historia, ya hemos pedido perdón mediante las palabras del Papa Juan Pablo II. Cada día, al iniciar la Eucaristía imploramos también la misericordia divina. Y tendremos que seguir haciéndolo porque no podemos garantizar la impecabilidad de ningún miembro de la Iglesia. Bueno sería que muchos políticos, por ejemplo, tomaran lección de ello, y se atrevieran a entonar el mea culpa por sus evidentes errores y corrupciones. Creo que para justificar esto no hace falta extenderse en razones. Todos las conocen. Es lamentable y causan un verdadero deterioro de la sociedad. No por ello pierde dignidad la tarea que les corresponde, ni dejan de ser necesarios para el gobierno de los pueblos. Tenemos que ayudarles y pedir a Dios por su recto juicio y por la limpieza de sus actitudes y comportamientos.
Reflexionar
Pero a lo que iba es a decirles a nuestros queridos enemigos o adversarios, que deben pensarlo mejor; que es palabra de Jesucristo y experiencia de dos mil años muy difíciles que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. La inquietud de los adversarios del cristianismo y de la Iglesia ha tenido muy serios precedentes, incluso en nuestra España querida, con manifestaciones contundentes a lo largo de los siglos y en nuestra reciente historia, de la que guardamos feliz memoria en nuestros mártires. Ellos son semilla de nuevos cristianos. Así queda probado por el resurgir de la fe cristiana y de la Iglesia después de aparentes aniquilaciones impuestas no siempre por mayorías bienpensantes, tolerantes, amantes de la libertad y del pluralismo democrático. Sería mejor que estos hermanos pensaran serenamente sobre la raíz del fenómeno religioso que ha estado presente siempre en la humanidad, que ha ido progresando y haciéndose presente en todos los pueblos y civilizaciones; y que ha llegado a su plenitud con la manifestación de Dios en Jesucristo su Hijo, Señor y redentor nuestro.
Dar testimonio
A los cristianos nos corresponde hablar y rebatir, denunciar y clarificar las cosas, los criterios y los comportamientos con la misma libertad que cada uno cree gozar incluso para ofender la sensibilidad religiosa de las gentes. Los cristianos debemos hacerlo sin agresividad, con la elegancia de la caridad y con la valentía de la fe en Cristo que nos pide que seamos luz del mundo, a pesar de nuestras limitaciones y defectos.
Pensemos muy seriamente, sin embargo, qué actuaciones nuestras pueden ser verdaderos motivos de escándalo para el prójimo, y para nuestros queridos enemigos o adversarios. Porque esos defectos son los que debemos corregir con la confianza puesta en el Señor, que es capaz de sacar de las piedras verdaderos hijos de Abraham.
El tiempo de Adviento en que nos encontramos, es buena oportunidad para la conversión personal, y para cultivar la esperanza en que Dios obrará grandes maravillas a través de la pequeñez de sus siervos.
Para hacer frente correctamente a las circunstancias adversas, y para ordenar adecuadamente nuestros criterios, actitudes y comportamientos, necesitamos avanzar en nuestra formación cristiana. Debemos procurarla, cada uno según sus necesidades y posibilidades.
Y oremos por quienes pretenden apartar de la sociedad la huella de la fe, para que entiendan que no deben confiarse en la aparente eficacia de sus pesquisas y actuaciones movidas por un laicismo militante. La fe y la experiencia nos enseñan que pasan las personas, pasan las ideologías, pasan los sistemas políticos, pasan tantas y tantas cosas… Pero dice Jesucristo “mis palabras no pasarán”. Y tampoco pasará la acción redentora del Señor que nos ha devuelto la posibilidad de llamar Padre a Dios y gozar de cuanto significa ser hijos adoptivos suyos. Aprovechemos esta suerte y no echemos en saco roto la gracia que hemos recibido. No perdamos la confianza en Dios, ni la esperanza en el triunfo de la Gracia divina si la acogemos debidamente.
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