CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Tras haber celebrado la fiesta de Pentecostés, el Espíritu Santo nos sigue interpelando a cada uno de nosotros dos mil años después. ¿Cómo podemos aparecer los cristianos como antorchas en el mundo de nuestro tiempo, llevando en alto y reteniendo viva y operante la palabra de la Vida? ¿Cómo hacer verdad en nuestra vida aquellas palabras del Apóstol San Pablo: “para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo” (Flp 2, 15)? ¿Cómo ser buen olor de Cristo? ¿Cómo hacer sentir su evangelio como aire que purifica, una llama que alumbra y una fuerza que da esperanza?
Son preguntas que surgen tras una vivencia auténtica de la celebración de Pentecostés y a las que quiero ofrecer una respuesta. Los cristianos se hicieron presentes en el mundo como portadores de un mensaje de salvación. No era solamente un discurso de verdad, era un mensaje de salvación. El evangelio es salvación en totalidad, por ello implica la verdad y la sabiduría. ¡Qué fuerza tiene para nosotros el que los cristianos desde el inicio de su presencia en el mundo, anunciaban la verdad con hechos! Hechos en una doble perspectiva. Hechos manifestadores del amor de Dios a los hombres, a los que debían responder hechos de los hombres acogedores y testimoniadores de ese amor.
Hay maneras de vivir que logran por sí mismas captar mejor la realidad de lo cristiano que muchos discursos. Quizá por eso un autor antiguo decía definiendo a los cristianos: “más vale callar y ser, que hablar y no ser. Bien está el enseñar a condición de que quien enseña, haga. Ahora bien, un maestro hay que dijo y fue. E incluso las cosas, que callando hizo, son dignas de su Padre” (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios 15, 1).
He pensado que os podía sugerir algunos criterios y algunas exigencias para ayudar a vivir cristianamente en este tiempo, con pasión y con fidelidad. Tenemos que ser fieles a Cristo y fieles a los hombres, siempre manteniendo vivo y consciente en nuestra mente y en nuestro corazón aquel imperativo central de Cristo: “seréis mis testigos”. Desde la vivencia del testimonio he pensado entregaros algunas consideraciones, que estimo relevantes, para este tiempo que nos toca vivir.
1ª consideración: Hagamos una adhesión absoluta, veraz e incondicional a Jesucristo. ¿Cómo ser testigos del Señor en medio del mundo sin pisar tierra firme? ¿Cómo ofrecer apoyo a los demás si es que no se cree a vida o muerte en el Señor? Hemos de abrirnos desde el fondo de nuestra vida, con absoluta verdad, al poder que nos funda que no es otro que Jesucristo. Os invito a adheriros a Jesucristo con lucidez y amor, reconociendo que es Señor de nuestra libertad, que escuchamos su Palabra y la incorporamos a nuestra existencia dándole cuerpo, de forma que entramos en comunión con Él y sólo desde Él queremos vivir. Quien no haga esto, en este tiempo no puede subsistir cristianamente, ni ofrecer el rostro de Jesucristo en su vida y con su vida y por tanto hacerle fecundo en la historia con capacidad para vivir en confrontación crítica con cualquier ideología.
2ª consideración: Resituemos nuestro ser cristiano desde el movimiento interior que anima a la Iglesia. Hoy es necesario hacerlo. Sirvan estos ejemplos: Es cierto que sin árboles no hay bosque, pero la contemplación del bosque es algo bien diferente de la enumeración de cada uno de los árboles. Una flor no es el jardín; en el jardín puede haber alguna flor seca, pero no por ello el jardín deja de manifestarnos su belleza. Estos ejemplos me permiten introducir dos aspectos que creo son necesarios señalar en estos momentos: para hablar a los que estamos dentro de la Iglesia y decir que cada persona, cada gesto eclesial y cada empresa eclesial, por muy pequeña que sea, ha de ofrecer la posibilidad de reconocer el rostro total y auténtico de lo cristiano y esto es una responsabilidad y un compromiso que debemos asumir con todas nuestras fuerzas; pero también me sirve para hablar a los que están fuera de ella y decirles que no pueden legitimar su escándalo o su pereza por una experiencia o un encuentro concreto, que deben desbordarse hacia la totalidad de lo que es la Iglesia y que intenten revivir el dinamismo que animó siempre a lo cristiano y que no enjuicien a la Iglesia por los fragmentos secos que se encuentren en la misma, sino por todo el organismo vivo y bello que es la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
3ª consideración: Vivamos en profundidad y en comunión lo que fue la experiencia cristiana primordial tal y como lo hicieron los grandes testigos de Jesucristo. ¡Cristo ha resucitado, resucitemos con Él! ¡Qué hondura tiene descubrir cómo Dios ha amado al mundo con un amor que se ha mostrado solidario hasta la muerte y superior a ella por la resurrección! ¡Cómo cambia todo con esta contemplación! ¡Cómo cambia todo cuando entramos en comunión con Jesucristo! ¡Cómo cambia todo cuando vemos a los primeros seguidores de Jesús, cómo quisieron ser testigos de Él! Para todo esto, hay que experimentar que el fundamento de nuestro ser es el amor. Hemos sido conocidos y amados y por eso reconocemos y amamos.
4ª consideración: Ser creativos siendo fieles al depósito de la fe y al tiempo actual. Y esto significa tener cierto afán de riesgo, de mancharse con el barro de la vida, de capacidad de confesar los propios fallos y los propios errores, de retornar cuando ciertas cosas se han visto después de tiempo infecundas. Hay que tener valor para no encerrarse en uno mismo o en ideas preconcebidas. Dada la complejidad de las situaciones históricas, nadie se puede recluir en sí mismo. Se tiene que abrir a la realidad eclesial en la manera y modo que Jesucristo la diseñó. Vivir de otra manera nos lleva normalmente a confundir seriedad con endurecimiento, firmeza con acritud, integridad con integrismo. La fidelidad a Jesucristo ha de unirse con la búsqueda de su presencia entre los hombres. La fidelidad al hombre, con la comprensión de sus actitudes, mostrándole también sus equivocaciones.
5ª consideración: Vivir con, en y desde la alegría y con libertad de espíritu. No hay sentimiento más ajeno al espíritu del Evangelio que la tristeza, la desesperanza y el aburrimiento. Esto puede ser la antesala del pecado hoy y siempre, pero especialmente hoy. La alegría llega a nuestra vida cuando sentimos el cariño de un Dios que ha contado con nosotros para hacerle presente en la historia. Esto nos tiene que llenar de alegría, de la alegría que viene de la fuente auténtica que es Dios mismo. Y por otra parte, para hacer de la fidelidad al Señor un signo, hemos de tener libertad de espíritu. Es condición necesaria para testimoniar aquello que, estando más allá de nosotros, nos habita como presencia y como esperanza y nos hace capaces de nuestra propia plenitud y nos brinda la posibilidad de ofrendarla a los demás. La muerte y la resurrección de Cristo nos da la medida de la libertad que adquirimos por la abertura a Dios.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia