CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Han pasado cinco años desde que el Señor te puso al frente de la Iglesia. Muchas cosas tenemos que agradecerte. Enumerarlas sería muy largo. Se resumen en una: eres fundamento de la Iglesia y así te sentimos, nos das seguridad. Nos has regalado a la Iglesia y a toda la humanidad con tu manera de vivir y de decir muchas cosas, pero especialmente nos estás enseñando “el arte de vivir”. Un arte no fácil de enseñar y de mostrar, pero necesario su aprendizaje para todos los hombres. Un arte que nos ofrece cuatro “colores” fundamentales con los que pintar el cuadro de la vida: la fe, la verdad, la caridad y la esperanza.
Ante la panorámica de las vicisitudes sociales, jurídicas, culturales, políticas y económicas a las que tiene que enfrentarse el hombre y la mujer del siglo XXI, uno observa la claridad con la que veías tú, Santo Padre, la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, veritas in caritate, sino también en el sentido inverso y complementario caritas in veritate. ¡Qué maravilla buscar, encontrar y expresar la verdad en la economía de la caridad y entender, valorar y practicar la caridad a la luz transparente de la verdad! Cuando pretenden oscurecer la verdad con relativismos tiene una importancia capital situar en estrecha relación caridad y verdad. Con qué fuerza nos dices, Santo Padre, que “sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente… Sin verdad, la caridad cae en un mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente” (Caritas in veritate, 3)
¡Qué belleza otorga el saber apreciar el valor y la sustancia de las cosas que, en definitiva, es llegar a la verdad de las mismas! En ese sentido, qué bien has sabido decirnos, Santo Padre, que la verdad nos rescata de las opiniones y de las sensaciones subjetivas y nos permite llegar más allá de cualquier determinación cultural e histórica. De tal manera que, un cristianismo de caridad sin verdad es una reserva de buenos sentimientos, quizá provechosa para la convivencia social, pero marginal. Así, en el mundo, no habría un lugar verdadero y propio para Dios. ¡Qué maravilla es poder escuchar de tus labios, Santo Padre, que “la caridad es amor recibido y ofrecido… Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros”! (Caritas in veritate, 5). Hemos de saber responder a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Hemos recibido el amor para amar y para poner amor en la vida de todos los hombres.
Anunciar la verdad del amor de Cristo en la sociedad, en nuestra cultura, entre todos los hombres con los que vivimos y construimos esta historia es una fuente de alegría liberadora. Un anuncio claro de Jesucristo que es la verdad y del que dimana el amor resulta más necesario que nunca en estos momentos en que los graves problemas económicos nos están afligiendo también a las sociedades del desarrollo y del bienestar social.
Nuestro tiempo necesita contemplar el color de la verdad y del amor. Amar es dar. Ofrezco el amor que me ha sido dado y regalado al otro. Ofrezco lo que gratuitamente he recibido al otro y con ese amor le ofrezco la verdad. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Gracias, Santo Padre, por recordarnos tan claramente que “el amor en la verdad –caritas in veritate– es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización… Sólo con la caridad iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador” (Caritas in veritate, 9)
Con qué claridad nos has hablado, Santo Padre, cuando con gran determinación, nos dices que en estos tiempos en que vivimos el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad. Y que la manera de salvarlo es vivir desde la verdad, manifestada en Jesucristo, que es amor. De ahí que el amor al prójimo, enraizado en el amor a Dios, es ante todo una tarea para cada cristiano, pero lo es también para toda la comunidad eclesial. Por ello defendemos con tanta fuerza el respeto a la vida. Así, la apertura a la vida está en el centro del verdadero amor al prójimo y del auténtico desarrollo de la persona humana. No hay amor verdadero cuando nos cerramos o matamos a la vida. Quien se desentiende del amor, tal y como se nos revela en Jesucristo, se dispone a desentenderse del hombre. Por ello, escuchamos tus palabras, Santo Padre, en las que dices “Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndole creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de ser más” (Caritas in veritate, 29).
El ser humano necesita de certezas, y muy especialmente de esa certeza que le hace decir: “ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39). ¡Qué verdad más grande nos dices, Santo Padre!: “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida” (Spe salvi, 27) Y es que la gran esperanza del ser humano que es capaz de resistir a todas las desilusiones, sólo y exclusivamente puede ser Dios. El Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, que nos ha mostrado su amor, que nos amó hasta el extremo.
Por eso, gracias, Santo Padre, porque estás permanentemente diciéndonos que nos dejemos tocar por la Verdad y el Amor. Porque tocados por Jesucristo, comenzamos a intuir lo que es propiamente la vida y empezamos a descubrir qué quiere decir la palabra esperanza. La esperanza tiene unos lugares de aprendizaje y de ejercicio: uno de ellos es la oración; otro, poner nuestro esfuerzo para que el mundo llegue a ser más luminoso y humano; y otro es mirar siempre adelante, a la hora del juicio, que es lo que nos hace vivir la importancia del presente.
Gracias, Santo Padre, por tu Pontificado, por tus próximas visitas a España que llenan de alegría a jóvenes y mayores. Y cuando nos acercamos a la fiesta de la Virgen de los Desamparados, ante la que te inclinaste a rezar en tu inolvidable visita a Valencia durante el V Encuentro Mundial de las Familias, las familias, los sacerdotes, religiosos y laicos nos inclinaremos también a orar ante la Virgen en ese domingo tan especial para los valencianos, para agradecerle tu testimonio. Ciertamente hay un arte de vivir del que nos das ejemplo, y es más necesario que nunca anunciarlo y proponerlo, con sinceridad, paz y alegría a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia