CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- ¡Qué hondura adquieren las conclusiones a las que se llega, cuando se piensa en el ser humano y en la cultura de la vida! Resulta fácil comprender lo que es la cultura de la vida cuando, entre otras cosas, se llega a lo más fundamental: que el hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, pues consiste en la participación de la vida misma de Dios. Solamente desde aquí se puede entender la cultura de la vida y se pueden entender aquellas palabras sobre Jesús: “La muerte ha pasado, la vida ha comenzado”.
Lo más bello y sublime de esta vocación sobrenatural del hombre se manifiesta en la grandeza y el valor de la vida humana, incluso en su fase temporal. Quien cuestiona la vida en esta fase no ha pasado a la vida, sigue en la muerte. La vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. La Iglesia defiende el derecho a la vida en todas sus circunstancias, desde el inicio de la vida en el seno de la madre, hasta el término en esta tierra. Precisamente porque es tan importante la vida en sus inicios, el día 25 de marzo, festividad de la Encarnación, la Iglesia celebra la Jornada por la Vida, que tiene este año un lema muy sugerente: “¡Es mi vida!... Está en tus manos”.
Para nosotros los cristianos es tan importante defender y ser creadores de la cultura de la vida que negaríamos nuestra identidad si, por algún resquicio de nuestra existencia, entrase la no defensa clara de la vida. “Cada persona, en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne, es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura” (Evangelium vitae, 3).
No es cosa sólo de cristianos la defensa de la vida. Sin lugar a dudas, todo hombre que esté abierto sinceramente a la verdad y al bien, con la luz de la razón llega a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor de la vida humana desde su inicio hasta su término. ¡Qué manera más bella de ser creadores de la cultura de la vida, afirmando el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo! Creo que fácilmente os daréis cuenta de que en el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política. Negado este derecho podemos hacer de cualquier persona algo utilizable a mi capricho, cuando me convenga y tomar decisiones sobre su vida a mi antojo y parecer.
En un mundo en que tantas amenazas tiene la vida humana, hemos de realizar una llamada urgente para decir a todos los hombres: ¡respetad la vida!, ¡servid a la vida!, ¡servid y respetad a toda vida humana! Si los hombres y mujeres de nuestro tiempo somos capaces de entrar por estos caminos de respeto y servicio a la vida, caminaremos hacia la justicia, el verdadero desarrollo, la libertad auténtica, la paz y felicidad. ¿No es esto lo que queremos todos los hombres?
En el siglo XXI sigue habiendo muchos atentados contra la vida. No podemos olvidar a las víctimas mortales del terrorismo, la violencia contra la mujer, las guerras, o las víctimas de los conductores desaprensivos. Una sociedad justa no puede permitir ni una sola muerte. Hoy quiero prestar una atención especial a los atentados que con respecto a la vida naciente y terminal se están dando en nuestra sociedad. Estos atentados presentan unas características absolutamente nuevas, pues tienden a perder en la conciencia colectiva el carácter de delito, de atentado antisocial, y asumirse como si fuera un derecho. Y así adquieren hasta un reconocimiento legal que golpea a la vida humana, cuando esta se vive en situaciones de más precariedad, ya que está privada de toda capacidad de defensa. ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Cómo hemos podido cambiar la cultura de la vida que es lo más natural, lo que quiere y desea todo hombre y entrar en la cultura de la muerte que es lo más antinatural? ¿Cómo hemos podido asumir actitudes, comportamientos, instituciones y hasta leyes que favorecen y provocan no la vida, sino la muerte? Se está instaurando una cultura que no pertenece a nuestra identidad.
Asistimos en nuestra sociedad a una lucha real entre la “cultura de la vida” y la “cultura de la muerte” (cf. Evangelium vitae, 21). Es una lucha dramática en medio de la cual nos encontramos todos. Es la lucha entre el bien y el mal, entre la muerte y la vida. Estamos en medio de esta lucha y de este conflicto y nos sentimos obligados a participar con toda claridad a favor de la vida. Ante innumerables y graves amenazas contra la vida en el mundo en el que estamos, en muchas ocasiones podemos sentirnos abrumados y con sensaciones de impotencia.
Alegrad los corazones, no os preocupéis, siempre la Vida está en medio de una gran lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Tenemos una seguridad: que siempre triunfa la Vida. Con todas mis fuerzas os digo que el mal nunca podrá tener la fuerza suficiente para vencer al Bien. Y el Bien es la vida y la cultura de la vida. Sabemos discernir y volcarnos en la vida frente a la destrucción. Esto es lo que quiere Dios.
Vivimos en un momento importante para el mundo y para el Pueblo de Dios y de cada creyente, pues estamos llamados a vivir la fe con coraje y valentía. Hablar de la vida no es mera reflexión, sino que es un mandamiento destinado a realizar cambios significativos en nuestra sociedad. “El Evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás, y en él a todo hombre, con estas palabras: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14, 6)” (Evangelium vitae, 29).
Por eso, no es secundario anunciar a Jesucristo, que es la Vida. Es fundamental este anuncio. Desde este anuncio claro, sin ambigüedades, estaremos haciendo el mejor servicio que se puede realizar al hombre y a la sociedad, que será siempre un servicio a la vida de todo ser humano. La vida es un bien. La vida que Dios ha ofrecido al hombre es un don con el que Dios comparte algo de sí mismo con la criatura. ¡Qué dinamismo engendra para todos nosotros pensar que la vida del hombre proviene de Dios! Todo hombre y mujer posee una dignidad superior a los bienes materiales. La vida y la muerte no están en las manos de otros hombres. Dios es el único Señor de la Vida. Ante los fúnebres dilemas actuales de autodestrucción, la fe en Dios no nos lleva a renegar de la existencia humana sino que se alía con la razón para defender la cultura de la vida en este hermoso mundo por el que vale la pena seguir luchando pacíficamente con amor a Dios y a todo ser humano. La sociedad del siglo XXI nos necesita. Ante la pregunta de la vida o la muerte, la respuesta que está en nuestras manos será siempre: sí a la Vida.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia