CAMINEO.INFO.- En la sociedad del siglo XXI asistimos a no pocas contradicciones y cegueras. Los Derechos y la Dignidad de la persona se proclaman sin cesar, al tiempo que parecen diluirse al borde del camino. El derecho al trabajo, a la vivienda, a la vida… se presentan frágiles e inciertos. Todo el Magisterio de la Iglesia ha insistido siempre que el eje y la columna vertebral de toda verdadera antropología está en reconocer la suprema dignidad de la persona humana. La Exhortación Apostólica Christifideles laici nos lo ha recordado de una manera muy clara cuando dice: “Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia…”. “La dignidad de la persona manifiesta todo su fulgor cuando se consideran su origen y su destino. Creado por Dios a su imagen y semejanza, y redimido por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está llamado a ser «hijo en el Hijo» y templo vivo del Espíritu; y está destinado a esa eterna vida de comunión con Dios que le llena de gozo” (Christifideles laici, 37).
Cuando estamos celebrando la Cuaresma, dejadme haceros esta pregunta: Ante los distintos avatares humanos ¿cómo recuperar la dignidad de ser persona? Recuperamos la dignidad al lado de Dios, entrando en comunión con Dios. Estas palabras tienen una densidad especial: “Por amor ha creado a los hombres y los ha creado para que vivan en amistad con Él y en mutua comunión” (Reconciliatio et Penitentia). ¡Qué fuerza adquieren estas palabras cuando escuchamos lo que el Evangelio nos dice sobre cómo recuperó el Señor la dignidad de un ser humano!
Os invito a que nos pongamos en la situación de ciego de Jericó. Podríamos ser cualquiera de nosotros y os invito a meditar, como propia, esta experiencia luminosa. Un día Jesús se acercaba a Jericó y “estaba un ciego, sentado junto al camino pidiendo limosna. Le informaron que pasaba Jesús y “empezó a gritar diciendo: ¡Jesús Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él le dijo: ¡Señor que vea! Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista” (cf. Lc 18, 35-43).
Recupera la dignidad. Quizá, también estás al borde del camino pidiendo limosna, pidiendo cosas que, ciertamente, te van a dejar como estabas; no van a llenar tu vida para nada, te dejarán otra vez al borde del camino. Examina con toda sinceridad: ¿Qué cosas pides en tu vida para ser feliz y para vivir en autenticidad, para alcanzar las dimensiones auténticas del ser humano? ¿Te das cuenta de que estás al borde del camino como el ciego pidiendo? Pero ahora es Cristo quien pasa. La Iglesia te invita a comprobar que Jesús vive en medio de los hombres, y a que tengas la suficiente humildad, la gran valentía y el suficiente coraje para pedir a Aquél que te puede dar algo importante. No te va a dar mediocridades para que sigas subsistiendo al borde del camino, te va a dar lo que necesitas para que recuperes la autenticidad de tu ser, las medidas auténticas de tu vida. Como el ciego, haz tú lo mismo. Él se enteró de que por allí pasaba Jesús, dejó de pedir limosna y comenzó a pedir ayuda a Jesús. Quería la vida, quería saber de su dignidad, quería observar todo desde donde debe ser contemplado. Por eso cuando el Señor se acerca y le muestra su interés por él, el ciego le dice: “¡Señor, que vea!”.
Recupera la dignidad. Pide al Señor ayuda. Él pasa a tu lado. Está a tu lado. Quizá haya tantos ruidos que no te dejen pronunciar palabra. Quizá incluso tengas situaciones que quieran impedirte que el Señor escuche tus gritos. Pero dile al Señor como el ciego con todas tus fuerzas: ¡Ten compasión de mí! ¡Ten pasión por mi vida! No dudes de que el Señor se acercará a tu vida si con sinceridad lo llamas. Y nunca dudes que también a ti te preguntará como al ciego, “¿qué quieres que te haga?” ¿Sabes lo que significa que sea Dios mismo el que te formule esta pregunta? Es lo mismo que decirte con todas las fuerzas ¿quieres recuperar tu dignidad de hijo de Dios en el Hijo? ¿Quieres ver con toda profundidad la vida, la tuya y la de los demás? ¿Quieres ver todo lo que existe desde Dios? ¿Quieres construir esta historia y este mundo con la visión de Dios mismo?
Me imagino qué pudo vivir el ciego cuando Jesús le dijo “ve, tu fe te ha salvado”. No me extraña que saliese glorificando a Dios. Me imagino lo que puede ser para cada uno de nosotros vivir en tal confianza con el Señor, fiándonos tanto de Él, que esta confianza sea la que nos haga recuperar siempre la vida y la vista. Confianza en su gracia, en su amor, en su misericordia. Quizás hoy existen ciertas dificultades para acercarnos a Jesucristo, pues es característico del pensamiento ilustrado, eludir el tema del pecado o pretender otorgarle otra significación. Desde la ilustración y más concretamente desde Juan Jacobo Rousseau, se asegura que el hombre es naturalmente bueno e inocente, que el pecado proviene sólo de la mala estructura social. Marx, discípulo de Rousseau y de Hegel, está convencido de que superada la alienación económica, proveniente de la propiedad privada y del capitalismo, el hombre será equilibrado, inocente y feliz. Freud, atribuye la conciencia de pecado a motivaciones puramente sicológicas. Nietzsche llama virtud a lo que nosotros llamamos pecado. Este modo de pensar necesita de Dios. Esta manera de pensar, que trae una manera de vivir, necesita de hombres que viviendo al borde del camino, tengan la valentía de confesar que no ven nada y el coraje de decidirse a decir al Señor: “¡Señor, que vea!”.
Sin embargo, como el ciego de Jericó, andamos todos los hombres queriendo escuchar la voz verdadera, la que nos puede responder. En el fondo de nuestra alma todos escuchamos la voz que nos llama a recuperar la dignidad de personas. Es una voz que no se puede acallar. Y mientras esa voz no tenga respuesta de quien la puede dar, os aseguro que habrá agresividad en nuestras vidas, violencias, malestar social, vértigos del trabajo, huidas de nosotros mismos. Se nos presenta como una tarea imprescindible el recuperar la dignidad y ayudar a recuperarla. El Papa Juan Pablo II nos lo avisó: es una realidad que se da “un gigantesco remordimiento” de la humanidad (cfr. Dives in misericordia, 11). Y ese remordimiento hay que eliminarlo, dejando que el Señor de la Vida entre en la historia personal de cada hombre.
Para recuperar la dignidad, no tenemos que renunciar a ninguna de nuestras conquistas. Sí tenemos que experimentar la necesidad de Alguien que cercano a nosotros sea fuente de amor, de reconciliación, de perdón y de paz. Y este Alguien tiene un nombre y un rostro, es Jesucristo. Acudamos a Él. “Creer en el Hijo crucificado significa ver al Padre, significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos” (Dives in misericordia, 7). Misericordia en el sentido bíblico significa amor más allá de toda justicia. En el mundo se clama por la justicia, pero el amor desborda la justicia y el hombre y el mundo necesitan más el amor que la justicia. Necesitamos de Jesucristo que hoy nos dice a cada uno de los hombres, “¿qué quieres que te haga?”. Tenemos la gran ocasión de pedir. Pidamos algo más que una efímera limosna. Quizá, nuestra respuesta debiera ser: Señor, necesito de tu Amor para recuperar la dignidad de persona. Dame tu Amor.