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Carta semanal de Monseñor Osoro |
Carta semanal de Monseñor OsoroFri, 05 Feb 2010 09:01:00
CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- El Papa Pablo VI escribió hace unos años lo siguiente: “la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo” (EN 20c). Sin lugar a dudas, con esa ruptura han salido perdiendo ambas partes, la fe y la cultura. Y es que la cultura necesita ese “suplemento de alma” que reclamaba Bergson en “Les deux sources de la morale et de la religión”.
Se ha dicho en infinidad de ocasiones que nuestra cultura, nuestro mundo, es “un mundo sin hogar”. Y lo es porque le falta la presencia viva de Dios, de la Belleza. ¡Qué duro le resulta al ser humano no sentirse “en casa” en esta sociedad y en último término no sentirse consigo mismo! Ya dijo Ortega que “una cultura contra la cual puede lanzarse el gran argumento ad hominem de que no nos hace felices, es una cultura incompleta”. No hacernos felices, es decir, que no nos llena, que algo muy importante le falta.
Por otra parte, resulta tremendamente significativo que el Papa Juan Pablo II en la carta que escribió con motivo de la constitución del Consejo Pontificio para la Cultura, junto a la tarea de dialogar con la cultura y las culturas, le encargase “defender al hombre”. Y al hombre se le defiende manteniéndole en manos de quien salió. Es Dios quien le ha creado, es la Belleza misma quien lo creó a imagen suya.
Oigamos a Dios mismo que en el acto de la creación dijo: “hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y mande en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas, y en todas las sierpes que serpean sobre la tierra. Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 26-27).
La recomendación de “defender al hombre” que hace el Papa, no viene solamente porque facilitará a la humanidad el necesario plus de sentido, sino porque a menudo los comportamientos sociales injustos y deshumanizantes vienen legitimados y promovidos por esquemas de pensamiento que circulan como buenos y necesarios para la sociedad, sin que nadie los discuta y en los que falta la presencia de la Belleza misma, de Dios. “Defender al hombre”, es mantenerlo en la belleza que le dio Dios mismo, suprema Belleza.
Hay muchos modelos que se pueden establecer en las relaciones entre fe y cultura, me voy a permitir reducirlos a tres: 1) un modelo es cuando la fe desprecia la cultura; 2) otro modelo es cuando la fe se identifica con la cultura; 3) y otro modelo, que es el verdadero, es cuando la fe dialoga con la cultura. Este tercer modelo es el correcto, pues es el del diálogo. Como escribía el Papa Pablo VI en la Encícilica “Eclesiam suam”: “La Iglesia debe entablar diálogo con el mundo en el que tiene que vivir. La Iglesia se hace coloquio” (ES 60). Y ¿por qué este diálogo?, porque debe inspirarse en la Encarnación del Verbo. En aquél acontecimiento único, que inauguró una nueva economía salvadora basada en el encuentro y el intercambio, es decir en el encuentro con la Belleza que toma rostro y el intercambio de belleza por Belleza.
Siempre me ha impresionado aquella pregunta de Dostoievski en su novela “El idiota” que hace por labios del ateo Hippolit al príncipe Myskin: “¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores –gritó dirigiéndose a todos–, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza… ¿Qué belleza salvará al mundo?”.
La belleza de la que os hablo no es la belleza seductora que aleja de la verdadera meta a la que tiende nuestro corazón inquieto; yo me refiero a la belleza de Dios, a aquella que san Agustín confiesa como objeto de su amor purificado por la conversión, la belleza de Dios (San Agustín, Confesiones, 10, 27). Esa pregunta, ¿qué belleza salvará al hombre y al mundo?, debe ser un estímulo en nuestra vida. No basta deplorar y denunciar las fealdades del mundo. En nuestra época que tiende al desencanto, en la que hablamos de tantas formas de deberes, programas, exigencias, es preciso hablar con un corazón cargado de amor compasivo, experimentando ese amor de Dios, de la Belleza que engendra entusiasmo en toda tarea.
Hay que descubrir y rastrear el entusiasmo que un día en el monte de la transfiguración experimentaron los primeros discípulos, cuando con aquellas palabras en su boca, “¡que bien estamos aquí!” (Mt 17, 4), nos decían que junto a la suprema Belleza, revelada en Jesucristo, se sentían a gusto, realizados, transfigurados ellos también. Hoy necesitamos experimentar la cercanía de la Belleza, del Dios que nos ha sido revelado en Jesucristo.
Quizá la contemplación del arte en todas sus facetas, nos puede ayudar a descubrir, acercar y vislumbrar la Belleza: perplejos ante un cuadro, escuchando una pieza musical, contemplando una imagen construida en cualquier material, en los maravillosos ángeles de nuestra Catedral de Valencia, en la contemplación del horizonte de un paisaje, en la sucesión de imágenes en el cine, en la recitación de un poema, en la lectura de una novela. Pero también atisbamos la Belleza que nos habla al corazón o cuando se nos presenta realmente en nuestra vida: en la escucha de la Palabra, en la contemplación del Misterio de la Eucaristía, en la Liturgia celebrada.
Contemplad a Jesucristo que es la revelación de la Belleza. Contempladlo en el Misterio de la Encarnación. ¡Qué fuerza tiene el misterio de la Encarnación! ¡Qué grandeza para vislumbrar nuestra belleza naciendo de la comunión con la Belleza! ¡Es tanta Belleza la que se manifiesta en este mundo! La Encarnación tiene como un doble movimiento de ascenso y descenso: el Hijo de Dios se hace hombre (descenso), pero no para que haya un hombre más, sino para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios (ascenso); pasa por la muerte (descenso) para acabar con la muerte (ascenso); se hace pecado (descenso) para vencer al pecado (ascenso); se somete a la ley (descenso) para liberarnos de la ley (ascenso). Como dice Paul Bougy, “la Encarnación acaba en el misterio de la Ascensión: descendit et ascendit, bajó y subió; bajó solo, pero subió llevando consigo a una multitud”.
Un día Erich Fromm pudo escribir: “En nuestro siglo el problema es que el hombre está muerto”. Yo lo llamaría “vacío existencial”, el hombre no sabe lo que es ser hombre, por ello la necesidad de acercarse a quien manifestó la Belleza suprema haciéndose Hombre como nosotros, a Jesucristo. El mejor servicio que podemos prestar a esta humanidad es saber de la Belleza y anunciar la Belleza. Y un trabajo fundamental para nosotros los cristianos es acercar a los hombres a experimentar la cercanía de la Belleza. Busca y encuentra a Dios en la belleza. Recupera tu belleza con la Belleza.
Con gran afecto y mi bendición
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
05-02-2010, El Génesis y la Belleza
Quiero dar las gracias a Monseñor Osoro por esta carta semanal, es para meditarla. Pienso que también se ve la belleza del plan de Dios para el hombre en Redemtor Hominis de Juan Pablo II , para renovarnos; en sus alocuciones semanales sobre el Génesis, etc.. El Evangelio tal como me ha sido revelado de María Valtorta, está salpicado de muchos trozos de texto que explican el Génesis, con explicaciones adicionales de Jesús y María muy buenas. Creo que tambien sería muy conveniente mirar las lecciones que da Jesús sobre la carta de San Pablo a los Romanos revelado a María Valtorta: http.mariavaltort.googlepages.com/. El Santo Padre Benedicto XVI también habla de la Belleza de Dios, de su Amor por nosotros. Yo también creo que esto es muy bueno para el diálogo entre el Evangelio y la
Dolores Vilamú Talavera
doloresvilamu@gmail.com
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