Felicitacion de Monseñor Ososo, Arzobispo de Valencia

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Cuando vamos a celebrar el acontecimiento central de la historia: la Encarnación del Verbo divino para la redención de la humanidad, cuando celebramos lo que tan bellamente resume el Evangelio de San Juan: El Verbo se hizo carne; os quiero sintetizar así este acontecimiento: una Luz se encendió para siempre en la oscuridad de Belén y en toda la creación.

¡Qué belleza tiene el relato del nacimiento del Señor y qué fuerza tiene poder escucharlo una y otra vez! Cuanto más lo escuchamos, más belleza descubrimos. “Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto, ordenando que se empadronase todo el mundo… Subió José desde Galilea… para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta… Y sucedió que mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días de alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento” (cf. Lc 2, 1-7).

La Luz es Dios hecho Hombre, en medio de la Historia. La Luz es Jesucristo, iluminando a los hombres en su ser y en su hacer. Esta Luz la esperan todos los hombres, la necesitan para ser enteramente humanos con el mensaje de amor infinito que nos ha sido revelado en Jesús. Esta Luz es la que necesita esta humanidad si quiere ir por caminos de construcción de vida y verdad para todos los hombres.

La Navidad nos invita a la humildad. Y la humildad es necesaria para tener experiencia viva del Dios que nació en Belén. Sólo a los humildes se acerca Dios. El soberbio no necesita más que de sí mismo. Sólo el humilde tiene garantía de que la experiencia de la cercanía de Dios será evidente. Quienes tuvieron la dicha de ser los primeros a quienes Dios reveló su presencia fue a los pastores, a aquellos que vivían “al raso y vigilaban durante la noche” (cf. Lc 2, 8). Solamente ellos se dieron cuenta de la presencia de la Luz.

Recordad lo que sucedió con los pastores que estaban cerca de donde había nacido el Señor, “y la gloria del Señor los envolvió con su luz… El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (cf. Lc 2, 9-12). Los pastores se hicieron niños, se hicieron pequeños, es más, se dejaron iluminar de lo alto y por eso se hicieron adoradores, que es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Y fueron a Belén y adoraron a Jesús y mantuvieron un silencio respetuoso en presencia de Dios siempre mayor.

Cuando vivimos desde esta actitud es cuando alcanzamos la capacidad para percibir, desde la adoración a Jesús en Belén, que uno es bienaventurado y por ello cada uno de nosotros se siente llamado personalmente a anunciar y a vivir desde estos núcleos, que deseo que sean la esencia de mi mensaje de Navidad:

1. Adorando al Señor en Belén, tenemos la humildad de no eliminar a Dios de la vida y de la historia de los hombres, Él ha venido a este mundo, ha entrado en esta historia, ha llegado para ser nuestra Luz. Dejemos que ilumine todos los rincones de nuestra existencia y de la historia, estoy seguro de que esta Luz hará posible otros proyectos y otras orientaciones para los hombres. No tengamos miedo de dejar que Dios ocupe lugar en nuestras vidas. Su modo de ser pone en crisis nuestro modo de ser hombres. No nos escamoteemos de la presencia de Dios. Regresemos a Dios para evitar que la humanidad sea víctima de un progreso técnico irracional e inhumano. Una humanidad que no acoge a Dios, entra por el camino de la muerte y de la atrofia espiritual que vacía el corazón de los valores más grandes y corre el riesgo de sembrar la destrucción.

2. Adorando al Señor en Belén, tenemos la humildad de reconocer que el Evangelio es un mensaje perenne para todos los hombres y todos los tiempos. No tengamos complejos de ningún tipo, anunciemos con entusiasmo y audacia este mensaje perenne del Evangelio en medio de una sociedad que no es inmune a las tentaciones de secularización, hedonismo y relativismo. Pero puede más y tiene más fuerza el Evangelio. Ante el descenso de la natalidad, ante la fragilidad de las familias, ante todas las tentaciones que provoca nuestra cultura, salgamos a la misión evidenciando la fuerza de Jesucristo y la fuerza de la fe en Él, cuando está radicada en una sólida identidad.

3. Adorando al Señor en Belén, tenemos la humildad para “vivir como hijos de la luz… Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas” (Ef 5, 8.10-11). En una cultura marcada por una lucha dramática entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte, es urgente una movilización general de las conciencias y un esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia a favor de la vida. Ante la Luz y la Vida que nace en Belén, juntos y con la ayuda de quien todo lo puede, construyamos una nueva cultura de la vida. Hagamos un esfuerzo por formar conciencias. Redescubramos el nexo inseparable entre vida y libertad, pues no hay libertad verdadera donde no se acoge y ama la vida, y no hay vida plena sino en la libertad. Redescubramos el vínculo constitutivo entre libertad y verdad, si lo separamos haremos imposible fundamentar los derechos de la persona.

4. Adorando al Señor en Belén tenemos la humildad para descubrir la grandeza de la familia, ante la familia de Nazaret. En la hondura de esta familia, descubrimos que la familia es una comunidad de amor y de vida, por tanto de personas, hombre y mujer e hijos, es la célula social más pequeña, pero es la institución fundamental para la vida de toda la sociedad. La familia espera de la sociedad ser reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social. Esto está unido a la identidad propia del matrimonio y de la familia.

Los cristianos tenemos que trabajar en este aspecto cada día con más fuerza y más claridad, presentando familias en las que es posible que al verlas, ellas mismas revelen lo que es la familia. El matrimonio que es la base de la institución familiar, está formado por la alianza “por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole” (CDC 1055, 1). Ninguna sociedad humana puede correr el riesgo del permisivismo en cuestiones de fondo relacionadas con la esencia del matrimonio y de la familia.

El Niño que nació en Belén nos enseñó a unir el amor a Dios con el amor al prójimo, como resumen nuclear de los mandamientos. Que el amor y devoción que en estas fechas exteriorizamos a la Sagrada Familia nos lleve al amor en plenitud hacia nuestra propia familia. La familia es un foco de amor en el que no caben, ni son asumibles, violencias de ningún género. La unión sincera y respetuosa de los cónyuges, la paz entre los hermanos, el respeto a los padres, el acogimiento de cada hijo que desde las entrañas maternas es una vida que merece nuestro amor y respeto, son realidades que nos deben de acompañar y que, nos transforman en luz de nuestro tiempo.

¡Feliz Navidad! Abrid el corazón al Niño Dios, acogedlo, para que su Reino de amor y de paz se convierta en herencia común de todos. ¡Feliz Navidad!

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia