CAMINEO.INFO.- Cuando se dan tantos atosigamientos en la existencia diaria del hombre, qué bien viene escuchar en vacaciones estas palabras del apóstol san Pablo: «Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo» (1ª Cor 1, 4-6). Escúchalas, vive de ellas, sé valiente, entra y déjate quemar por el amor y la gracia de Dios. Sabes muy bien que por la gracia hemos sido enriquecidos con la vida de Cristo, que nos hace vivir en esperanza, con entrañas de misericordia y como constructores de la paz entre los hombres.
No queremos escamotear nuestra responsabilidad del futuro y por eso lo tenemos y vivimos en esperanza, la que nos regala Jesucristo. Acogemos su amor, que nos hace ser comprensivos, serviciales, no envidiosos, no jactanciosos, no engreídos, no maleducados, sin egoísmos que nos aplastan y aplastan a los demás. Construimos la vida en su paz, porque nuestra manera de vivir y de estar en comunión con Jesucristo, engendra con todos los que vivimos y en todo lo que nos rodea: libertad, justicia, verdad y reconciliación. ¿No es esto lo más necesario para la vida del hombre hoy? Por ello os digo que seamos viento y fuego, ese que engendra la vida de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo. ¿Qué son el viento y el fuego más que la esperanza, la misericordia y la paz, ese don bello y hermoso que transita por nuestra vida y le da la belleza que tiene que tener?
En este tiempo, de descanso para la mayoría de vosotros y para algunos de más trabajo por servir a otros y hacer posible que todos estemos mejor y más atendidos, os propongo tres tareas para no caer en ser simplemente aire acondicionado, sino promotores del viento y fuego que vienen del Señor, que nos mueven y transforman todo porque nos hacen vivir en la esperanza, la misericordia y la paz.
1. Un dinamismo nuevo que nos lleva a mirar siempre hacia adelante y a decir a todos los hombres que Dios está con nosotros. Os lo aseguro, no es posible ser viento y fuego y mirar hacia delante cuando prescindimos de Dios, cuando arrinconamos a Dios. Mirad a los hombres hoy, contemplad su vida: tienen miedo de mirar siempre hacia delante; siempre está la tentación de mirar hacia atrás, de echar en cara lo que hicimos, sea malo o bueno, dependiendo de las coordenadas en las que me sitúe o desde el parámetro que tenga para hacer la medida. La oleada de miradas falsas y estrechas, que llena nuestra cultura ofrece a los hombres mirar para atrás. Y da las bases de la cultura de la muerte: pues son miradas sin horizontes precisos, sin alicientes, de corta perspectiva. Esa mirada hacia atrás no tiene futuro ni presente, aunque esté ahí. El hombre nació para la luz, para la vida, para caminar, para transformar. Esa Luz y esa Vida es Dios mismo que se nos ha revelado en Jesucristo. El futuro del hombre está en Él. Dejemos que sea Dios quien nos haga.
Para mirar hacia delante hay que atreverse a dejarse hacer por Dios. Ello nos pide vivir un tiempo para asumir con coraje este atrevimiento. La cercanía de Dios a nuestra vida nos hace ver la belleza de las palabras del profeta Isaías: «Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano» (Is 64, 7). Aquí está la raíz del verdadero dinamismo que hace mirar siempre hacia adelante: solo quien hizo todo lo que existe –también la arcilla–, solo quien tuvo la osadía de dar a conocer su verdadera imagen, tiene autoridad para modelar a quien ha creado del barro de la tierra, de la arcilla de la tierra. Estemos vigilantes para dejarnos modelar según Dios (Mc 13, 33-37).
Hay, por otra parte, una tarea nueva y urgente: decir a los hombres que Dios está con nosotros. Estas palabras del profeta Isaías siempre me han impresionado: «Consolad, consolad a mi pueblo, –dice vuestro Dios–» (Is 40, 1). El profeta las refiere al Pueblo de Dios. Pero yo esas palabras las refiero a todos los hombres de todas las latitudes. ¿Qué consuelo necesitan hoy los hombres? A mi modo de ver es fundamental transmitir a los hombres que Dios los ama entrañablemente, que los quiere hasta el límite, que lo ha mostrado haciéndose Hombre y dando su vida por los hombres. Salgamos juntos todos los cristianos, viviendo en una comunión de amor, a mostrar el rostro del Señor, a ser sus testigos. Hemos de ser testigos fuertes de Dios. Testigos del viento que limpia y arrastra el mal, del fuego que transforma, de la esperanza, de la misericordia y de la paz. Testigos de la luz que elimina cualquier oscuridad. Testigos de la Vida que elimina toda sombra o realidad de la muerte. Como dice el canto: «juntos como hermanos miembros de la Iglesia, vamos al encuentro del Señor; la Iglesia en marcha está, a un mundo nuevo vamos ya, donde reinará el amor, donde reinará la paz».
2. Regalemos el viento y el fuego del Señor, la esperanza, la misericordia y la paz de Dios, para hacer un mundo en el que el ser humano no viva encerrado en sus propias fuerzas y construyendo un mundo plano. Me vienen a la memoria aquellas palabras de Jesús cuando veía cómo estaban y cómo vivían los hombres: están como ovejas que no tienen pastor. Y el Señor sentía pena y dolor. Y esto le llevaba a ser misionero, a recorrer ciudades y aldeas predicando y anunciando a los hombres la liberación. Esas mismas palabras me llevan a vivir con fuerza lo que el profeta Isaías dice: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61, 1-2). Esto fue lo que el Señor vivó mientras estuvo con nosotros y esto es lo que quiere que vivamos hasta que Él vuelva. No hagas un mundo plano, sino desde la altura y desde la profundidad que Dios mismo da a todo lo que existe. No cultives la profesión de hacer caricaturas del hombre, cuando puedes hacer su retrato en tu vida con la gracia, el amor y la fuerza de Dios mismo.
3. Sigue el camino de quien mejor entendió el ser discípulo misionero, la Virgen María. ¿Cómo hacer esto hoy? Siendo discípulos misioneros, viviendo de tal modo en comunión con Jesucristo que el gozo que manifieste y la alegría que entregue sean los del Señor. ¡Qué bien lo entienden las personas cuando a su lado pasan hombres y mujeres de Dios! Miremos a hombres y mujeres de nuestro tiempo que hacen esto. Los demás vuelven la mirada hacia ellos, perciben que respetan la dignidad del hombre absolutamente, estando al lado de quien se la dio y se la respetó, es decir, de Dios. ¡Qué bien lo entendió la Santísima Virgen María! Ella dejó que Dios entrara en su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Ella se dejó acompañar y guiar por Dios: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35). Se dejó invadir por el viento y el fuego que viene de Dios mismo. Ella mostró al hombre la dignidad que tiene, presentando en esta historia a Dios hecho Hombre «y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2, 7). Dios con nosotros y nosotros con Dios, sabiendo vivir por Él, con Él y en Él. En este tiempo de verano, visita algún santuario o ermita de la Santísima Virgen María y contempla, vive y anuncia los misterios gozosos:
a. La encarnación: Dios entra en la historia. ¿Quieres vivir tu historia personal y colectiva contando con Jesucristo? Despierta, pon mucha atención, pon todos los sentidos en estado de alerta, Dios está contigo y cuanta contigo.
b. La visitación: ¡Qué belleza tiene esta estampa de la visitación, especialmente ver a María saliendo de su casa para ir a casa de su prima Isabel! Porque quien conoce a Dios y tiene experiencia de Él, no lo puede guardar para sí mismo, siente la urgencia y el imperativo de hacer partícipes a otros de esta cercanía de Dios.
c. El nacimiento: en Belén de Judá, se nos dio a conocer el rostro de Dios. María había prestado su vida para que Dios mismo tomase rostro humano. Allí pudieron contemplar su rostro, primero María y José, más tarde los pastores y los magos. Allí se produjo el primer anuncio: «Os anuncio una buena noticia: […] en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10-11). Podemos contemplar el rostro de Dios. Hemos conocido a Dios, sabemos su manera de ser, de actuar, de vivir. Además nos ha hecho una invitación, nos ha dicho: «Sígueme».
d. La purificación de María y la presentación de Jesús en el templo: a esta misma historia de los hombres llega Dios, quiere vivir entre nosotros y con nosotros. En las costumbres y en la cultura de un pueblo concreto de la tierra se manifestó y reveló como Dios. Se presentó como el Camino, la Verdad y la Vida. En el templo lo reconoció el anciano Simeón como el Salvador y lo tomó en sus propios brazos. Era Él quien tomaba a Simeón y le hacía sentir que era su Salvador y la Luz de todos los pueblos. Al verlo, la profetisa Ana alababa a Dios y hablaba de Él. En el templo una vez más se revela como Dios y Hombre verdadero.
e. El Niño Jesús perdido y hallado en el templo: ¡Qué interés el de Jesús por dar a conocer a los hombres a Dios! Se queda por los caminos, hablando de Él y de las cosas de Dios. Se queda para que los hombres puedan tener experiencia cercana de Dios, para darlo a conocer. Dice el Evangelio que se perdió y que sus padres lo buscaban. Perderse por Dios, por darlo a conocer, por manifestar su gloria… ¿Cuándo te has perdido por el Señor, por darlo a conocer, por hablar de Él? ¿Te da vergüenza decir que eres de los suyos? ¿Escondes tu identidad cristiana? ¿Muestras el rostro de Dios con obras?
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid