CAMINEO.INFO.- El pasado 13 de enero se presentó el documento preparatorio de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en octubre de 2018. En dicho texto hay una preocupación que quiero compartir con vosotros: la juventud «está aprendiendo a vivir sin Dios y sin la Iglesia». En la misma fecha, el Papa Francisco escribía una carta a los jóvenes en la que les explicaba la razón del tema de este próximo Sínodo: los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Es un asunto que está en el centro de su corazón y de atención en su ministerio. Así nos lo ha manifestado en la JMJ de Brasil, el año pasado en Cracovia, en muchas de sus intervenciones y, por supuesto, eligiendo este tema para el Sínodo de los Obispos.
¡Qué alegría ver al sucesor de Pedro, al Papa Francisco, interpretando con los jóvenes lo que hizo Jesús con Juan, el discípulo al que tanto amaba! Siempre estuvo a su lado, hasta el momento más importante de su vida, cuando se entregaba para salvar a todos los hombres. Allí estaba Juan. El Señor sabe que muchos tratan de conquistar a los jóvenes, pero no precisamente para que sigan creciendo en todas las dimensiones, sino para hacer sangre con sus vidas; en el fondo es hacer que vean en los que están a su lado, en vez de hermanos, enemigos a los que hay que eliminar y engañar para triunfar en todos los estamentos de la vida. ¿No estaremos siendo una mafia para los jóvenes? ¿No les estaremos entregando la droga de la ignorancia al no darles las dimensiones reales que tiene la vida humana, y la cultura que los pueblos de toda la tierra manifiestan de diversas formas?
¡Qué alegría dedicar la vida a promover en los jóvenes los deseos que el beato Pablo VI quería entregar con el Concilio Vaticano II! I) Clarificar la conciencia de la Iglesia y de los discípulos de Cristo, estar cerca de los hombres, atender los problemas sociales, dar espacio a todos, tener una decisión en favor de la innovación social, y todo ello con una clara identificación con Jesucristo; II) Promover la reforma, siguiendo los deseos del Señor: «Sois luz del mundo y sal de la tierra»; III) Recuperar la unidad de los cristianos con el perdón mutuo ofrecido y pedido; y IV) Impulsar un diálogo abierto y sin miedos con el mundo contemporáneo, desde un amor ilimitado; ser puentes y no muros, para así acercar a todos el mensaje de Cristo.
El encuentro con Jesucristo cambia absolutamente tu vida: es un encuentro interior que agranda tu corazón, te da las medidas del corazón de Dios, te hace mirar con otras perspectivas, te hace vivir junto a los demás no por las ideas que tienen, sino porque has encontrado a Jesucristo que te sigue diciendo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», y que el otro es tu hermano. No son ideas: es una persona que te acerca a todos por igual. El mejor termómetro para saber si me he encontrado con Jesucristo es observar si mi vida está dirigida por una idea que me hace mirar para un lado solamente, o por Cristo que me hace mirar como Él lo hizo, a todos, pues en ellos está la imagen de Dios. El libro que hace muy pocos días he publicado, Búscate en mí, en el que completo lo escrito, trata de hacer vivir una experiencia viva en, por y con Cristo.
Tenemos que ver a los jóvenes en las situaciones que están viviendo en muchos continentes. En todos, de formas diversas, experimentan un mundo en el que hay guerrilla, bandas, cárcel, drogodependencia, manipulación, utilización de sus vidas e imposición de modos de vivir. Ellos nos plantean retos y oportunidades. ¿Vamos a ser tan mafiosos que no les demos la oportunidad de descubrir algo tan esencial y sencillo, pero que los jóvenes captan de una manera singular y que está dentro de su corazón, como es el deseo de ser felices? ¿Nos conformaremos con darles ideas, o seremos capaces de ofrecerles realidades? ¡Qué bien entienden los jóvenes que el Señor nos salva con su amor y no con una carta o un decreto! Es más: Él nos impulsa a que hagamos lo que hizo, pues haciéndose hombre nos ha dicho cómo hemos de ser y vivir. Hagamos recuperar a los jóvenes la dignidad: no se la hagamos perder. Su dignidad es ser hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Solamente recuperando esta dignidad podemos construir la familia humana, tan gravemente deteriorada, y de la que son pacientes pasivos especialmente los jóvenes y los niños. No les demos maquillajes. Entreguemos a los jóvenes el arma que cambia la vida, la historia y las relaciones: el amor mismo de Dios, que se revela y se nos da en Jesucristo. No nos quedemos en dar ideas o estrategias.
Para que juegues la vida por la libertad y no te manipulen mafias que te esclavizan, te propongo:
1. Apuesta por lo que hace más grande el corazón: no te duermas, que no te duerman. Que, como las vírgenes prudentes, tengas las lámparas encendidas de la fe, esperanza y caridad, y abras el corazón al bien y a la belleza, a la verdad. Es tiempo de vivir con el corazón de Dios, que hace salir el sol sobre todos los hombres, y Él mismo sale a encontrarse con todos. No seas hombre o mujer dormido, apuesta por dar lo que eres y tienes, no te encierres en ti. Da gratis lo que a ti te dieron gratis.
2. Ama cada vez más a Jesucristo, de la mano de María: así aprenderás a ser magnánimo, de corazón, de mente y espíritu abierto, sin miedos, con capacidad para apostar en la vida por grandes ideales. Pasa tiempo junto al Señor, escucha su Palabra. Él te habla a ti. ¡Qué horizontes nos abre Jesucristo! Por eso, camina con Jesús y escucha con mucha atención lo que Él nos dice. Descubre con Jesucristo que caminar por la vida es un arte, y que lo propio del cristiano es salir, anunciar: mira, piensa, soporta, no vayas solo sino en comunidad. Y todo de la mano de María, que nos dice: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).
3. Sed revolucionarios en servir como Jesucristo: que es lo mismo que ser generosos con Dios y con los demás como Dios mismo lo es. Nos lo enseña Jesucristo, que dio la vida por cada uno de los hombres. Pensad que nada perdemos y que todo lo ganamos. Seamos revolucionarios como el Señor: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». El Señor tiene un proyecto para cada uno de nosotros, descubrirlo es caminar hacia una realización feliz. Descubramos nuestra vocación como discípulos de Cristo. No tengamos miedo a lo que Dios nos pida para hacer esta revolución. Vale la pena decir «sí» siempre a Dios. Responde a esta pregunta: «¿Qué quieres que haga?».
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid