CAMINEO.INFO.- Del 18 al 25 de enero celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Nunca podemos olvidar que el gran deseo de Cristo es que todos los discípulos seamos uno, que permanezcamos unidos. Y sin embargo no lo estamos. Y es un deseo del Señor que se nos torna necesario para realizar la misión que Él entregó a su Iglesia, pues sin unidad, sin comunión plena, no hay un anuncio con la sólida fuerza creíble del Evangelio para los hombres. Circunstancias diversas hicieron que los discípulos de Jesús rompiésemos la comunión y hoy, la situación histórica que vivimos los hombres, nos está mostrando la urgencia de la unidad. Hay que decir a todos los hombres que solamente en el Evangelio de Jesús está la salvación esperada y deseada, «porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual ellos deben ser salvados» (Hch 4, 12).
Busquemos la unidad de los cristianos; oremos por ella. La unidad la da Jesucristo. Por eso es normal que cuando queremos algo pongamos nuestra vida en sus manos. Siempre lo hacemos así, aunque estos días pedimos al Señor con especial intensidad que nos otorgue la unidad y la comunión. Esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos tiene un lema que arranca de lo más profundo de nosotros esa petición, y está sacado de una frase del apóstol san Pablo en una de sus cartas: «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14-20). Es verdad que la unidad y la comunión son esencia de nuestra identidad y, por tanto, de nuestro ser de cristianos. Esa esencia nos la entregó el Señor el día de nuestro Bautismo al darnos su misma Vida. Pero nos sucede como al apóstol, que hacemos lo que no queremos y queremos lo que no hacemos. El tesoro precisamente es eso que puso el Señor en nosotros, la unidad y la comunión, pero la vasija que cada uno somos se rompe, y hace que lo estropeemos y se vacíe.
¡Qué maravilloso es entrar en los escritos de san Pablo y ver cómo usa y qué sentido da a la palabra koinonía! Con ella expresa la participación de todo cristiano en Cristo, en los bienes cristianos entre los que se encuentran la unidad y la comunión y que también tienen su expresión en la comunidad de los fieles entre sí. Según el apóstol, los discípulos de Cristo estamos llamados a la comunión con el Hijo, y precisamente este el motivo por el que se llama al Padre fiel o justo: «Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1 Cor 1, 9). Así, todos los creyentes somos compañeros de Cristo, en una comunión que está en el presente y se desarrolla en el futuro, en una comunión que se realiza mediante la fe, en una comunión que se realiza en una misión de vida con Él. El momento de esta unión es el Bautismo, en él se con-muere con Cristo para con-resucitar con Él. Es una comunión que se crea y recrea también en la Cena del Señor, en el Misterio de la Eucaristía.
El proyecto pastoral del Papa Francisco, que nos propone llevar a la tierra y a todos los hombres la alegría del Evangelio, no se puede hacer sin la espiritualidad de comunión. La comunión que se tiene en la fe con el Padre y el Hijo solo puede expresarse en la comunión con los hermanos. Es necesario volver a meditar este pasaje del Evangelio de Juan y hacerlo vida en nosotros: «Permaneced en mí como yo en vosotros. Si un sarmiento no permanece en la vid, no puede dar fruto solo; así también vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15, 4). Y de la misma manera, este otro: «Para que todos sean una sola cosa. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Descubrir y experimentar que Cristo está en nosotros, que damos fruto y servimos tanto en cuanto permanecemos en Él, y que la credibilidad en este mundo pasa por ser uno en Él, se convierte para nosotros en petición constante al Señor, en tarea y en misión.
Os invito a descubrir tareas esenciales para vivir la unidad y la comunión. Os convoco a descubrir que el contenido, la gracia y la fuerza de la comunión pertenecen al poder de Dios en Jesucristo y no pueden ser sustituidos por ninguna otra cosa. De tal manera que en el anuncio gozoso de la salvación está también la fuerza para construir la unidad. Asumamos estas tareas:
1. Extendamos la mirada al panorama social que nos rodea: observemos los problemas, las necesidades, las posibilidades, los deberes que reclaman nuestro interés y servicio a todos los hombres. Hemos de buscar soluciones valientes y pacíficas, pongamos a prueba la sabiduría que nos regala Jesucristo para dar su esperanza y su amor. Podemos construir una sociedad más justa, sólida y pacífica. Pero ello nos está pidiendo unidad a los cristianos.
2. Tengamos la seguridad de que el cristianismo encierra un mensaje esencial para construir ya este mundo: en un mundo cada vez más inteligente y desarrollado, más metido en la esfera de lo visible y de lo experimental, orgulloso de sus inventos, satisfecho de sí, ¿qué falta? Si queremos ser coherentes con nuestra propia racionalidad, debemos retornar a Dios, dialogar humilde y noblemente con Dios, ver cómo el Evangelio puede dar al mundo una historia y una gloria nueva. Se percibe en los pensadores, en los científicos, en el corazón de los pueblos. Urge la unidad. Salgamos los cristianos al mundo como Cristo ha querido: unidos para dar ese mensaje de la alegría del Evangelio.
3. Regalemos el amor de Cristo a nuestro tiempo, a la humanidad: empeñemos la vida en dialogar con nuestro mundo, en ofrecer regeneración, solidez y paz. Nuestro mundo está pidiendo no solamente progreso humano y técnico, sino también justicia, fraternidad, paz, suspensión de hostilidades entre los hombres y pueblos, atmósfera de confianza. Ofrezcamos a la humanidad el remedio a los males y la respuesta a sus peticiones; ofrezcamos a Cristo y sus insondables riquezas.
4. Abramos nuestra vida a todos los que se enorgullecen del nombre de Cristo: ¡Con qué nombre más bonito les llamamos! Nada más ni nada menos que hermanos. Tengamos la pasión por restablecer la unidad rota en el pasado. Que encuentre en nosotros eco una voluntad ferviente y una plegaria emocionada desde la misión que nos regaló Jesús, «que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid