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Este viernes, 30 de diciembre, celebramos la Jornada de la Sagrada Familia. Muchas veces os he repetido que la familia es el tesoro más importante de un pueblo, es patrimonio de la humanidad. Pero es cierto que tiene afecciones, y que hay que poner todos los medios para curarlas y promover que cambie la vida y la historia de los hombres. La familia es sanadora de la humanidad, es imagen de Dios en su misterio más último, pues no es soledad sino familia. El Sínodo de los Obispos, fruto del cual el Papa Francisco nos regaló la exhortación Amoris laetitia, es una manifestación clara de que la Iglesia desea salir a los caminos por los que camina la familia y encontrarse con todas las realidades que esta vive. Solo así podemos ayudar. Este viernes, en la catedral de la Almudena, desde las 11:00 horas oraré con cada familia y recibiré a quienes lo deseen, para concluir con una Misa a las 19:00 horas.
La Iglesia es Madre que no se desentiende de sus hijos. Así lo hizo el Señor. Y su Cuerpo que es la Iglesia tiene que seguir sus pasos. ¡Qué proyecto más excepcional es la familia cristiana! Tiene una vigencia particular en un momento en el que la crisis fundamental de nuestra civilización es de concepción de la persona. En la encíclica Laudato si, el Papa Francisco nos decía que la crisis ecológica es una crisis antropológica. La familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer, signo del amor de Dios para la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia.
Desde esta alianza de amor es desde donde se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la fraternidad, junto con el compromiso de los dos por una sociedad mejor. ¡Qué fuerza tiene entender que el matrimonio es una realidad de amor! Y el amor crece, se consolida y se profundiza. El amor es una realidad dinámica. En el matrimonio cristiano sabemos que su gracia sacramental acompaña dinámicamente este crecimiento. Urge que profundicemos en el sentido originario del amor para recuperar su verdad y que este sea el eje fundamental del matrimonio y de la familia. El Papa Francisco desea recuperar el sentido originario del amor y por eso nos propone el himno de la Primera Carta a los Corintios.
Estamos llamados a trabajar en favor de la familia, pero hemos de poner en el centro el amor, es decir, el carisma mejor. Frente a la realidad de la división, de la ruptura, hemos de hacer todo lo posible para que las situaciones que engendran enfermedad a la familia desaparezcan. El ser humano necesita de casa, hospital, nido, que sepa dar esa medicina necesaria para hacer que la familia sea lugar de crecimiento, de humanización, que oferta todo aquello que necesita el hombre para salir a este mundo y construir la vida y la historia sin que nada lo amenace.
En este camino es muy importante dejarse «envolver por el amor de Dios». Estamos en Navidad y la Sagrada Familia adquiere un protagonismo especial. ¿Estáis dispuestas, queridas familias, a vivir según lo que dice san Pablo que es el amor?
El amor es paciente, servicial, no alardea, ni es arrogante. ¿Qué significa esto en nuestra vida? Que el amor no se deja llevar por impulsos y evita agredir, que tampoco exige que las relaciones sean celestiales. Que no podemos colocarnos en el centro. Que siempre tenemos una reacción dinámica y creativa con respecto a los demás. Que experimento la felicidad de dar. Que no hay lugar para sentir malestar por el bien del otro; que valoramos sus logros. Que nunca quiere aparecer como superior a los demás; que no se agranda ante los otros.
El amor no obra con dureza ni busca su interés, ni se irrita, ni lleva cuentas del mal, ni se alegra de la injusticia. ¿Qué consecuencias tiene esto en nuestra vida? Hay que sanar el orgullo. Nuestra lógica no puede ser sentirse más que los otros; no puede reinar la lógica del dominio. Nunca es duro en el trato pues detesta hacer sufrir a los demás. Nunca se detiene en las limitaciones del otro: sabe bien que el egoísmo, las tensiones y los conflictos atacan con violencia y hieren la comunión.
El amor se goza con la verdad, disculpa, cree, espera, soporta. ¿Qué consecuencias tiene en nuestras relaciones? Hay que alegrarse con el bien del otro y para ello es necesario que reconozcamos su dignidad. No podemos condenarnos a vivir con poca alegría; hemos de descubrir que se es más feliz dando que recibiendo. Hemos de ser contraculturales, que se traduce en ser personas que disculpamos todo, que tenemos confianza en el otro. El amor que confía, deja en libertad al otro, renuncia a controlarlo todo. Por otro lado, el amor no desespera del futuro; amor a pesar de todo.
Hay una página del Evangelio en la que contemplo lo que la Sagrada Familia provoca en quienes van a visitarla inmediatamente después de haber nacido Jesús. En el Evangelio de san Mateo se describe el anuncio a los pastores (cfr. Mt 2, 8-20). Sabéis muy bien que los pastores en el pueblo judío no eran hombres de gran prestigio, más bien eran marginados, e incluso en muchas ocasiones vivían de la rapiña y el robo, no eran hombres de fiar. Pero en la noche santa, aquellos pastores viven una experiencia singular, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» y fueron invitados a ir a Belén. «Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño Jesús acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño». ¿Qué contemplan aquellos pastores? ¿Qué provocan Jesús, María y José en ellos y en nosotros?
1. Jesús: Contempla a hombres necesitados de amor, de sentido a la vida, de vivir haciendo el bien. Tú también eres pastor, en alguna ocasión o circunstancia lo hemos sido. Haciéndose Niño nos manifiesta, en la pequeñez, la grandeza de Dios y la belleza del hombre que se deja tocar por su ternura y amor. Nos provoca a vivir en la verdad de lo que somos: hijos de Dios y hermanos de entre los hermanos. Nos provoca a que descubramos que Dios nos ama. Se hace hombre y desea pasar por todas las etapas en las que se fragua la existencia humana. Con su silencio de niño recién nacido que no sabe, ni puede hablar, nos está enseñando a vivir con los otros incondicionalmente. Es Dios que ama y calla. Escucha lo que dicen quienes contemplan, en este caso los pastores, y cómo se admiran todos. Se muestra y se revela a los sencillos y pequeños.
2. José: Contempla a un hombre de fe. Vive para Jesús y María. También en tu vida surgen miedos. A san José le había paralizado y atenazado el miedo, al tener la noticia de que su mujer iba a tener un hijo sin vivir con Ella. Pero escucha a Dios que le dice a través del ángel: «No tengas miedo». Es en la escucha de Dios donde se quitan los miedos y donde se genera y engendra esperanza. En la escucha de Dios, José encontró la dichosa salida como dice san Juan de la Cruz. Nunca quedemos en la duda; fiarnos de Dios, establecer una confianza con Él, es todo un camino para vivir la familia.
3. María: Contempla a la mujer que nos enseña como buena Madre a dar los pasos que son más necesarios para un encuentro profundo con Dios y hacer posible y viable con alegría y gozo la familia. Ella da permiso a Dios para que entre en su vida y designios. Tiene una conversación que le hace ver con claridad que «nada hay imposible para Dios». Quizá María percibe esta realidad en aquellos pastores que cambian su vida por unas palabras muy sencillas: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». María toma una decisión que cambia la historia. Dejemos que entre Dios en nuestra vida. Hagámoslo al estilo y manera de nuestra Madre: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra».
La Familia de Nazaret espera que sigas sus huellas. Ten presentes siempre las provocaciones que te hace esta familia. Cada miembro te pide algo diferente, responde con prontitud y alegría. Ama con el amor mismo de Dios, que se aprende contemplándolo y pasando largas horas de conversación con Él.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid