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El mes de octubre, mes del rosario, es propicio para contemplar a la Virgen María como la primera misionera en la Iglesia. Los misterios del rosario nos ayudan a descubrir lo que quiere el Señor de sus discípulos. Y la mejor discípula ha sido su Madre, nuestra Madre. Por eso no quiero que termine este mes sin hablaros de María como discípula misionera.
A todos los que me leéis, muy especialmente a los jóvenes, os llamo a descubrir en la fuente de la belleza que es Jesucristo, el más bello de los hombres, donde se alcanza de verdad vuestra belleza y donde está la clave del misterio de la vida de un discípulo misionero. ¿Queréis sanar las heridas de esta humanidad? ¿Queréis que este mundo sea para todos? ¿Queréis ayudar a los hombres a descubrir el proyecto desde el cual todos nos sintamos hermanos y unidos? ¿Deseáis ser ganados por esa belleza suprema manifestada en Jesucristo y que tiene las connotaciones de la entrega incondicional y sin límites, del servicio a todos, de mirar siempre al otro como el más importante? Tened el coraje y el atrevimiento para salvar a este mundo con la gracia y el amor del Jesucristo. Solo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Por el Bautismo os habéis revestido de Cristo. Tenéis la vida de Cristo, de tal manera que se tiene que manifestar en la historia esa inundación en quien ha nacido de nuevo al recibir la vida de Él. La belleza suprema que Cristo nos otorga, dadla.
Descubrid el modo y la manera en que el Señor quiere y desea que seamos discípulos misioneros. La Virgen María se presenta en nuestra vida como modelo de escucha, de generosidad, de entrega, de servicio y de plenitud. Con estas cinco connotaciones deseo situaros para la contemplación de su vida como misionera generosa y entregada. Hay cinco textos del Evangelio que siempre han conmovido mi vida y que nos ayudan a descubrir precisamente estas connotaciones que tiene que tener el discípulo misionero:
1. Discípulo misionero como María en la escucha (cf. Lc 1, 26-38): En el silencio, en la atención a lo que pasa, en el camino corriente de la vida, María es llamada por Dios a la aventura más impresionante que se ha llevado en esta historia; nada más ni nada menos que a ser llamada para que sea Madre de Dios, es decir, para que preste su vida para que Dios tome rostro humano y todos los hombres podamos conocerlo. Sin un atisbo de duda, María responde inmediatamente: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra». ¿Escuchas como María? ¿A quién?
2. Discípulo misionero como María en generosidad (cf. Lc 1 39-45): La llamada de Dios lo es para la generosidad. Toda de Dios y toda para los demás. Porque así vive María. Atraviesa dificultades inmensas, una región montañosa, para ir a ver a su anciana prima Isabel que, por obra de Dios, a su edad, iba a tener un hijo. María iba a ayudarla, a darle alegría, a darle confianza en Dios. La entrada en su casa es expresión de la generosidad desbordante que Dios ha tenido con ella y que ella tiene para con los demás: por la presencia de Jesús en María, la criatura que llevaba Isabel salta de gozo y ella puede exclamar: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». ¿Cómo es mi generosidad? ¿Hasta dónde doy mi vida?
3. Discípulo misionero como María en la entrega (cf. Jn 19, 25-27): Cuando estaba al pie de la Cruz, su mismo Hijo la convierte en modelo de entrega a Dios y a los demás. Jesús la presenta como la Madre y mujer entregada absolutamente, que acoge a todos los hombres, se ocupa de ellos, los acompaña como ha acompañado a su Hijo y da la vida por ellos: «Ahí tienes a tu hijo». Y por otro lado, Jesús la propone como modelo para vivir y para acompañarnos, por eso nos invita a que abramos la vida a ella: «Ahí tienes a tu Madre». Mujer entregada, gastada totalmente, enteramente de Dios y, precisamente por eso, enteramente para todos los hombres. ¿Cómo vivo mi entrega a los demás? ¿Cómo vivo en mi familia, en mi trabajo, en mis responsabilidades con los otros que encuentro en mi camino?
4. Discípulo misionero como María en el servicio a los demás (cf. Jn 2, 1-12): Descentrada de sí misma y centrada enteramente en Dios, vive mirando las necesidades de los demás. Cuando se da cuenta de que unas gentes estaban pasando apuros, asume toda la responsabilidad de la situación y les presenta a quien puede quitar todo lo que enturbia la vida y quita la serenidad, a su Hijo Jesucristo: «Haced lo que Él os diga». El primer servicio que se puede hacer a alguien es que tenga la posibilidad de encontrarse con quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Ella es la primera misionera, modelo de misionero: testigo de la presencia de Dios en su vida, presenta a este Dios en el mundo con la pretensión de que haga el primer signo que distorsiona las leyes de los hombres, para hacernos ver que «solo Dios basta» y que en Él está la salida a toda situación humana. ¿Sirvo o me sirvo de los demás?
5. Discípulo misionero como María de plenitud de confianza (cf. Hch 1, 12-14): Cuando las cosas aún están a oscuras, María se presenta como la mujer fuerte que mantiene a todos en el diálogo, la confianza y la cercanía a Dios. «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo Espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús, y de sus hermanos». Ella nos da la medida de la desmedida que hay que tener con respecto a Dios en todas las circunstancias de la vida. Él siempre da respuestas; Él siempre atiende al ser humano; Él siempre sale al encuentro; Él siempre da plenitud a todo. Y en esa confianza, que es realidad que ella vive, mantiene a los apóstoles.
Solamente desde esta estructura de existencia que tiene María, asumida en nuestra vida, somos discípulos misioneros. Sigue llamando el Señor hoy como ayer a formular la vida vocacionalmente, es decir, desde la llamada que a todos los bautizados nos hace, y a encontrar el lugar donde transparentar a Jesús con nuestro ser, decir y hacer. Generosos y entregados como María. Para construir la nueva ciudad son necesarios discípulos misioneros que vivan con la alegría del Evangelio.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Arzobispo de Madrid