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EL PRIMER CAPITAL QUE SALVAR: LA PERSONA EN SU INTEGRIDAD |
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EL PRIMER CAPITAL QUE SALVAR: LA PERSONA EN SU INTEGRIDADMon, 06 May 2013 13:01:00
CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Siempre tienen una fuerza especial y llamativa, que nos impulsa al compromiso, esas palabras que Jesucristo nos entregaba en los últimos momentos de su estancia terrena. Allí en el Cenáculo, nos las regalaba como lo más original y grande que se haya podido decir en este mundo para que los hombres viviésemos con la originalidad que solamente Dios puede dar. Fue en este domingo pasado, quinto de Pascua, en el que la Iglesia nos las ponía en nuestro corazón para que las acogiésemos: “Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis unos a otros como Yo os he amado” (cf. Jn 13, 31-35). ¿Dónde está la originalidad y la novedad de este mandato nuevo? Sabemos que el amor es esencia del ser humano, lo han vivido los hombres desde que el ser humano fue creado. Sí, creado por amor y que necesita amar y ser amado. Pero la originalidad del mandato de Jesucristo, lo auténticamente nuevo está en esta realidad: “amaos… como Yo os he amado”. Y es que se trata de amar con el mismo amor de Jesucristo. Él es la referencia para todo discípulo, de tal manera que la vida plena consiste en hacernos semejantes a Él.
Este mandato tiene un eco especial hoy, dada la situación que estamos viviendo los hombres. Y muy especialmente tiene una fuerza singular entre nosotros. Hemos celebrado la fiesta de San José Obrero y deseo haceros llegar, precisamente cuando hay tanta gente sin trabajo, algún eco que este mandato de Jesucristo tiene para todos nosotros. Lo primero, permitidme que os diga que ante cualquier situación humana, para entenderla y buscar posibles salidas, tenemos que buscar la luz que ilumine y nos haga ver. Precisamente, por eso os quiero recordar ahora aquellas palabras del Beato Juan Pablo II: “El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo de sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su inquietud, incertidumbre e, incluso, con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo”. ¿Qué tiene que ver esto con la falta de trabajo, con las situaciones difíciles por las que atraviesan tantas familias por no tener lo mínimo necesario para vivir? Deseo deciros que mucho, es más, me atrevo a deciros que todo. Es cierto que el cometido fundamental de la Iglesia, siempre, es orientar la conciencia y la experiencia de la humanidad hacia el misterio de Cristo, que toca lo más profundo del hombre, la esfera de los corazones humanos, de las conciencias humanas, pero también, de las propias vicisitudes humanas del día a día.
¡Qué fuerza tienen las palabras de Nuestro Señor Jesucristo para estos momentos que estamos viviendo los hombres! Buscamos salidas diversas, tenemos proyectos muy diferentes, incluso nos insultamos por hacer ver que el proyecto de uno es mejor que el del otro. ¿Arreglamos algo si nos hemos olvidado que lo fundamental del ser humano es “amar como Yo os he amado”? En la tradición judía, el padre de familia, cuando estaba a punto de morir, transmitía el testamento espiritual a sus hijos. Esto es lo que hace Jesucristo: “Hijos míos me queda poco de estar con vosotros”. Es, en ese momento, cuando nos da lo más valioso de su vida, el amor hasta el extremo, que vivamos el amor como Él mismo lo vivió, “con el mismo amor que Yo os he amado”. Hemos de tener en cuenta que el aumento sistemático de desigualdades, el crecimiento de la pobreza, no solamente tiende a erosionar la cohesión social y, de esta manera, poner en peligro nuestra convivencia democrática, sino que tiene también un impacto negativo en el conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto que son indispensables en toda convivencia. Sabemos muy bien que la ciencia económica nos dice que una situación de inseguridad estructural da origen a actitudes improductivas, al derroche de recursos humanos y a la no creatividad. Por otra parte, sabemos que los costes humanos son siempre costes económicos y disfunciones económicas que comportan costes humanos.
Ese mandato de “amaos como Yo os he amado” tiene unas consecuencias a la hora de ver cómo de la primacía del valor ético del trabajo humano derivan otras prioridades, como son: la del hombre sobre el trabajo mismo, la del trabajo sobre el capital, la del destino universal de los bienes sobre el derecho a la propiedad privada (cf. Beato Juan Pablo II, Laborem exercens, 12; 14; 20). En definitiva, hemos de ver la prioridad del ser sobre el tener. Todo ello muestra con claridad que el ámbito del trabajo forma parte, con pleno derecho, de la cuestión antropológica. Hay una manera de entender al hombre, que es la que nos revela Jesucristo, y una manera única de servir al hombre “como Yo os he amado”. El trabajo reviste una importancia esencial para la realización del ser humano y el desarrollo de la sociedad. Esto hace necesario que el trabajo se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común. Fijaos cómo el trabajo contribuye al bien de la humanidad y del ser humano. De hecho, en la Biblia se pone de relieve el auténtico sentido del trabajo humano. Leemos cómo el Creador modeló al hombre a su imagen y semejanza y lo invitó a trabajar en la tierra (cf. Gn 2, 5-6). El trabajo, pues, pertenece a la condición originaria del hombre y mantiene inalterado su valor. “El trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo” (Beato Juan Pablo II, Laborem exercens, 6).
Además, el trabajo, en cuanto problema también del hombre, ocupa el centro de la “cuestión social”. Por ello, debemos descubrir los nuevos significados del trabajo humano y los nuevos cometidos que se le brindan al hombre y a la familia. Ciertamente, para enfocar esta cuestión en la profundidad que tiene, no podemos olvidar ese “como Yo os he amado”. Es cierto que el trabajo lo debemos ver siempre como derecho y bien del hombre y, por tanto, necesario. Sin embargo, cada día, esta cuestión social por excelencia, que es el trabajo, se presenta con más complejidad. Debemos buscar cómo hacer posible que la vida humana sea cada vez más humana, y que el derecho al trabajo sea de todos, defendiéndolo y buscando salidas para que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer, un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y que deje espacio para vivir desde las raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual. El trabajo humano es la clave esencial de toda la cuestión social y hemos de verlo desde el punto de vista del verdadero bien del hombre, en todos los aspectos y dimensiones.
Cuando el Señor nos entrega su mandamiento nuevo, nos dice: “en esto conocerán que sois mis discípulos”, es decir, en que “os amáis como Yo os he amado”. En estos momentos que vivimos, donde es necesario el trabajo para tantos a quienes les falta, os invito a hacer un renovado esfuerzo, cada uno desde las responsabilidades que tiene, pero sin olvidar que la autenticidad del comportamiento de un ser humano, pasa no solamente por un ideario, estatutos, organización o proyectos –todos son necesarios–, sino por un corazón que dé un significado nuevo y revolucionario a la vida y a la convivencia. Este significado implica asumir un proyecto de existencia que conmueva todo mi ser, y ése es “como Yo os he amado”. No es una teoría más, lo podemos hacer, lo hicieron muchos desde hace siglos y dio resultados. Abrámonos a la gracia del Señor.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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