CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Cuando en la fiesta del Corpus Christi os invitaba a adorar la Eucaristía y a descubrir en esa contemplación de Jesucristo, desde la comunión viva con Él, cómo transforma la estructura de nuestra vida poniéndonos en comunión con los demás, veía también la urgente necesidad que tenemos los hombres de hacer verdad aquel mandato del Señor: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio” (Mc 16, 15). Este programa alcanza tal actualidad en nuestra vida, tal fuerza de transformación de todo, que hemos de verlo desde la originalidad que a todas las cosas da Jesucristo, también a nuestra vida en estos momentos de crisis, pues el Señor nos invita a vivir una economía de comunión, en la que se haga realidad esta página del Evangelio: “Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (cfr. Jn 15, 12-17).
“Como el Padre me envió, también yo os envío”
Cristo nos confía la misión fundamental de comunicar a los demás la salvación y nos invita a participar en la construcción de su Reino. Él nos ama y cree en nosotros. Y este amor incondicional tiene que ser lo que nosotros demos a los demás. Aquí están las raíces de la economía de comunión: siempre mirando a los demás, haciendo por ellos lo que el mismo Jesucristo haría. El discípulo de Jesucristo nunca es un observador pasivo e indiferente frente a todos los acontecimientos. Al contrario, se siente responsable de la transformación de la realidad social, política, económica y cultural. De ahí mi propuesta de esa economía de comunión, que no es ni más ni menos que hacer partícipes a todos los hombres que nos rodean del mismo amor de Jesucristo, que siempre ayuda, sana, es emprendedor, creativo, da sin esperar recibir, pone a disposición de los demás lo que yo tengo, es decir, la vida, la sabiduría, los bienes…
Acentos y principios de la economía de comunión
¿Qué acentos y principios tiene esta economía de comunión que, por nacer de la comunión con Jesucristo, tiene una fuerza transformadora total?
1. La atención, preocupación y simpatía por todos los hombres que son compañeros de viaje y de camino. Esa atención y esa simpatía tienen un nombre: el Amor de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. Es el mismo “amor” que ha compartido con nosotros y que le llevó al Señor a dirigirnos estas palabras: “que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. La ocasión, el lugar, el método para aprender a amar, es Jesucristo mismo. La escuela del amor es Jesucristo. No sabremos amar si no lo aprendemos de Jesucristo. Se hace necesaria la contemplación, el pasar largos ratos a solas con Dios. Y ello requiere un encuentro con Él. Contemplar al Señor, estar a solas con Él, dialogar con Él. Para ser compañero de viaje y de camino hay que hacerlo con el estilo y a la manera en que nuestro amigo verdadero, Jesucristo, lo hizo. El mensaje que el Beato Juan Pablo II dirigió a los jóvenes con motivo del encuentro mundial en Roma tiene plena actualidad para todos los hombres: “¡No tengáis miedo de ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos y amantes de la oración, coherentes con vuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de la paz”. Hay que ser santos como el único “Santo”.
2. El interés fundamental por sintonizar en la misma longitud de onda que la de Jesucristo. Ya vemos cuál es el interés del Señor: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Nos ha dado a conocer todo, nos ha revelado qué es lo que quiere Dios de todos nosotros. Se trata de tener la misma generosidad que tuvo el Señor. Es cuestión, nada más y nada menos, que de dar la vida y hacerlo a la manera de Cristo. Él quiere comunicar su Amor. Nosotros, solamente, tenemos que responder a esa iniciativa que viene de Dios. Durante la vida terrena, Jesús buscó, eligió, llamó y ofreció su amistad y su Reino a todos los hombres. Hoy, resucitado, lo continúa haciendo. Él es quien nos busca para que sigamos haciendo lo que Él mismo hizo: “no me habéis elegido vosotros a mí, sino que he sido yo quien os he elegido a vosotros”. El amor radical es el que viene de Dios mismo, es el amor de Dios por el hombre. Aceptar que el amor primero viene de Dios, es decir, aceptar que Dios nos ama, es un tremendo acto de fe. Sintonizar en esta longitud de onda es fundamental. El amor de Dios es vida, es gozo, es plenitud y, cuando nos dejamos amar por este amor, se nos regala esa vida, ese gozo y esa plenitud. Y no para que lo mantengamos en nosotros mismos, sino para regalarlo y pasarlo a otros.
3. Vivir en la disponibilidad total a Dios para entregar su amor. Esa expresión del Señor, “vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”, es un rasgo singular del amor de Dios. Hacer lo que Él nos diga, es amar como Él lo hace. Expresa un estilo de amor herido y necesitado. Es un amor ofrecido sin límites y, muy a menudo, rechazado. El amor de Cristo es un amor vulnerado. Aquella herida de la lanza en la Cruz es símbolo del amor de Jesús que ha sido herido por el pecado del mundo, por la indiferencia de los hombres, por la tibieza en la que viven y vivimos sus discípulos. Y sin embargo, la disponibilidad de su vida para amar es absoluta, “por ellos”. Es un amor puesto a prueba. Se rechaza su amor y Él lo sigue entregando sin más. Este amor me recuerda la actualidad que tiene la convocatoria que el Papa Benedicto XVI nos ha hecho para vivir el Año de la Fe, por la que se nos invita a prepararnos a cruzar esta tierra, sabiendo que pasar por ella significa fortalecer la propia fe en Cristo para vivir la vida nueva que Él nos ha dado. Y esa vida nueva nace de su amor entrañable.
4. Tener un deseo grande por compartir las razones más profundas que llenan de sentido la vida. Esas razones más profundas que dan sentido a mi vida nacen del amor de Dios, del convencimiento de que Dios es amor y que, por eso mismo, quiere comunicarse gratuitamente al hombre, al que Dios ha creado con capacidad para recibir este amor y saberlo devolver. En el mundo ha entrado el pecado y el egoísmo. Solamente una gran compasión puede sanar ese egoísmo y esa fragilidad. Esa gran compasión es la que ha manifestado y entregado Jesucristo. Por eso, la comunicación de Dios con el ser humano vemos cómo se reviste siempre de misericordia y de compasión. En la medida que es aceptada por el hombre, sana, libera y santifica. Se trata de que seas protagonista de este amor que alcanzó tu vida. “El Amor no es amado”. Por eso escribe Teresa de Ávila así: “Actualmente Jesús tiene pocos amigos. Es necesario entonces que los amigos que tiene sean amigos de verdad”. Las heridas que hoy existen en el mundo y que les ponemos un solo nombre: crisis (el pecado, la tristeza, la indiferencia, la falta de esperanza), solamente pueden ser curadas por la prueba del Amor de Dios en nosotros y por la ofrenda de nuestra amistad al estilo y a la manera que lo hizo Jesucristo.
Os invito a que seáis protagonistas cualificados del amor de Jesucristo, de la economía de comunión, en medio de todas las circunstancias que vivimos.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia