CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Estos días he vivido tres acontecimientos que me han permitido contemplar con más intensidad lo que significa en la existencia de un ser humano acoger a Jesucristo y dejar que Él viva en nosotros. Esos tres acontecimientos han sido: 1) La estancia en Jerusalén, con motivo de entregar una réplica del Santo Cáliz a la Custodia de Tierra Santa de los PP. Franciscanos y visitar los lugares de la pasión, muerte y resurrección del Señor; 2) La profesión perpetua de cuatro religiosas Carmelitas de la antigua observancia, en la que hemos podido contemplar cómo hay personas que entregan la vida entera sólo por Jesucristo; y 3) La celebración de la fiesta de San Vicente Ferrer patrono de la Comunidad Valenciana que, con su testimonio, predicación y vida, nos alienta siempre a acoger a Jesucristo y a vivir en Él, desde Él y como Él.
Para acoger a Jesucristo entra en su luz y deja entrar en tu vida su paz
Estos tres acontecimientos los he vivido dejándome iluminar por el texto pascual que hemos escuchado todos los cristianos en el II Domingo de Pascua: Juan 20, 19-29. En este texto, el Señor nos invita a dejar la oscuridad y volver a la claridad que solamente llega a la existencia humana cuando está Él presente en ella. Por otra parte, se acerca a nosotros para que tengamos siempre abiertas las puertas de nuestra vida, que esté ocupada por el Señor. Porque solamente cuando Él entra, estamos con capacidad para abrir nuestra vida y ponerla al servicio de todos los hombres. ¡Qué acontecimiento más sublime el recibir en nuestra vida, de parte de Jesucristo, la paz! Las palabras que Jesucristo da e introduce en nuestro corazón son de una fuerza única: “La paz con vosotros”! Y la paz es Él, que entra a nuestra existencia y nos hace comprender que nos quiere, que cuenta con nosotros, que nos da su fuerza y su amor para que nosotros estemos presentes en el mundo dando su rostro en medio de esta historia y a todos los hombres. Por eso, es normal que, como los primeros discípulos, nos llenemos de alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor”. Esta alegría no es la del triunfo de la vida. Es mucho más profunda. Coge a la persona desde el fondo de sí misma, pues es la alegría que viene del cariño que Dios nos tiene. ¿Sabéis lo que acontece en la existencia humana cuando descubrimos que Dios nos ama y que cuenta con nosotros? Que es este amor del Señor el que nos impulsa a salir al mundo y a ser testigos de Él, con la fuerza del seguimiento de sus huellas, con la entrega total de nuestra vida y con esa capacidad de prestar nuestra vida para ser iconos del Señor.
No sólo hables de Cristo, hazlo ver con tu vida
La acogida de la Palabra de Dios en nuestro corazón y todos los acontecimientos vividos estos días me han llevado a recordar lo que nos dice el Papa Juan Pablo II: “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo hablar de Cristo, sino en cierto modo hacérselo ver… Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro” (NMI 16). Pero, ¿quién y qué mejor para encontrarnos con Él, que seguir las huellas del Señor mientras estuvo en esta tierra, o comprobar cómo el Señor sigue tomando de entre sus discípulos personas que consagren toda la vida a Él, o descubrir las huellas de hombres de Dios que la Iglesia nos propone como iconos en los que se refleja la vida de Jesucristo?
Dejad que el Señor os haga esta pregunta: ¿quién decís que soy yo?
En esta Pascua os propongo que acojáis en vuestra vida aquella pregunta del Señor: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” Esta pregunta solamente se puede responder desde la cercanía del Señor y entrando en comunión con Él. En su cercanía, somos “contempladores de su rostro” con el estilo y a la manera que quiere Jesucristo. Y en esta cercanía entramos en comunión con Él. Aquellas palabras de Jesús a los discípulos, “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, siguen siendo pronunciadas por el Señor para que nosotros con nuestra vida les sepamos dar respuesta. ¿Cómo hablar y hacer ver a Cristo si es que no sabemos responder quién es? Los cristianos tenemos un reto del que el Papa Benedicto XVI nos está hablando siempre: conocer más y más a Jesucristo. Recordad cómo el Apóstol Pedro supo responder en un momento determinado de su vida ante la pregunta que hacía Jesucristo: “Tú eres el Cristo”. Pudo hacerlo porque lo había escuchado, había convivido y entrado en comunión con Él. Tú y yo tenemos, no sólo que hablar de Cristo a los hombres de nuestro tiempo, sino que hay que hacérselo ver. Esto, necesariamente, nos lleva siempre a conocerlo cada día más, a contemplar al Señor, a dejar que entre en nuestra vida y que la ocupe, que se hagan verdad aquellas palabras del Apóstol San Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Hacer esta contemplación, acompañados y ayudados por testigos del Señor, se convierte en una necesidad.
Lo que debe significar acoger a Jesucristo
Acoger a Jesucristo debe significar que nuestra vida se ha de convertir: 1) En espejo y escuela de todos los que quieren acogerle también en sus vidas. 2) En espejo y escuela porque supone poner toda la persona al servicio de una gran causa: Jesucristo. 3) En espejo y escuela que pone la vida al servicio de la Iglesia para dar testimonio de Jesucristo. 4) En espejo y escuela que dialoga constantemente con el hoy de los hombres desde el compromiso de mantener una relación permanente con el Señor. ¡Conviértete en testigo y apóstol! Al estilo de los primeros discípulos, como nos decía el Evangelio de San Juan, con el compromiso de quienes deciden entregar la vida sólo por Jesucristo, como hemos visto que lo hacía San Vicente Ferrer, recorriendo los caminos de este mundo y hablando y haciendo ver al Señor con la vida. Se necesitan “comunidades de testigos y de apóstoles”. El Itinerario Diocesano de Renovación quiere ser una ayuda importante para hacer posible esas comunidades. El Beato Juan Pablo II nos decía así: “No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (NMI 29). Acoge a Jesucristo y junto a Él:
1. Busca el sentido de la vida y de su orientación en Jesucristo: se necesita para crearla, sentirla, defenderla, disfrutarla y multiplicarla.
2. Mira, ve, juzga y decide junto a Jesucristo: se necesita cultivar el corazón, es decir, la bondad, el calor humano, las relaciones amplias, abiertas y positivas. No se pueden dejar espacios a la envidia, al rencor, a los prejuicios y negativismos.
3. Toma opciones inequívocamente evangélicas junto a Jesucristo: Si para Dios nada hay imposible, tampoco para los creyentes si contamos con Él.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia