Recuerdo hace muchos años haber leído, cuando era estudiante de Teología, una expresión que después he visto repetir en muchas ocasiones: “Europa es tierra de misión, debemos cobrar conciencia de ello y actuar en consecuencia”. Esta afirmación adquiere una fuerza especial en estos momentos para todos nosotros. No es extraño que los últimos papas, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos estén llamando a realizarla. Los cambios importantes que se han dado en nuestra sociedad, en los que la Iglesia vive y lleva a cabo su misión, nos invitan a ello. La Iglesia está convencida de que el Evangelio que le ha sido confiado es propiciador, hasta tal punto de vista, que puede ganar el corazón de los hombres. La Iglesia quiere ser pescadora de hombres, para entregarles a quien llena la vida, a quien nos dice quiénes somos y nos impulsa a vivir en medio de este mundo de una manera tan nueva que ayuda a que se establezca en esta tierra la manera de ser y vivir que nos enseñó Jesucristo.
Hoy quiero fijarme en algunos obstáculos para la nueva evangelización. Voy a reflexionar sobre ellos, pues deseo entregar algo de luz. Entiendo que así como un médico solamente puede prescribir un tratamiento razonable si antes ha realizado un diagnóstico claro, así la necesaria tarea de la nueva evangelización únicamente puede ser acometida si primero nos preguntamos por las resistencias que impiden el avance de esta misión.
Superar la autosuficiencia
Una de las primeras resistencias que debemos superar es la autosuficiencia en la fe. ¿Qué quiero decir con esto? Que la nueva evangelización no puede ser una tarea añadida a las habituales obligaciones pastorales que realizamos. Es algo que viene del Señor, es un nuevo impulso que hay que alcanzar de Jesucristo, es una nueva fuerza. A lo que apunta es a una nueva perspectiva con la que hay que iluminar y configurar la pastoral de la Iglesia. Y en esa nueva perspectiva tiene que estar en el centro Jesucristo y no nuestras ideas o ideologías. Hay muchas ocasiones en las que uno puede escuchar, por parte de cristianos, que no necesitamos de esa nueva perspectiva o que ya nos las arreglamos bien. Se puede afirmar que de lo que más carece la Iglesia es de la convicción absoluta de que, con el Evangelio, se nos ha entregado una perla tan valiosa que no podemos guardarla para nosotros mismos, sino que debemos transmitir e invitar a todos los que nos encontremos por el camino. Porque hemos de emprender un camino de seguimiento de Jesucristo, con un convencimiento claro, nacido del encuentro con Él. Hay que anunciar con fuerza y convicción que Cristo vive y que abre una manera de ser, de estar y de vivir en medio del mundo absolutamente nueva, que te va a llevar a vivir, ya ahora, la vida eterna.
El Evangelio se dirige a todos los hombres y a todos los pueblos. No podemos conformarnos con los que estamos porque eso, precisamente, es la autosuficiencia que siempre lleva asociada el creer que cuantos más conozcan el Evangelio y se encuentren con Jesucristo mejor estamos cumpliendo aquello de “id y haced discípulos de todos los pueblos”. No, esto no es ir a buscar número, sino calidad en la transmisión de una fe que lleve a un encuentro radical con Jesucristo. Los signos de los tiempos apuntan en la dirección que la transmisión de la fe ya no se va a realizar solamente por la vía sociológica, pues la praxis de la socialización ha sufrido un resquebrajamiento. El hacerse cristiano requiere cada día más impulsar, proyectar, acoger, posibilitar un encuentro con Jesucristo que no nace ya por herencia, sino por la apertura del corazón a su presencia y a su palabra.
Incorporar el catecumenado en la vida de la Iglesia
Otra de las resistencias que debemos superar es no querer saber nada con el catecumenado. En momentos como los que estamos viviendo, se hace necesario volver a redescubrir el catecumenado. En la Iglesia primitiva, precisamente el catecumenado era el camino originario y específico para llegar a ser cristiano y para la iniciación eclesial. ¡Qué fuerza tenía para los candidatos al bautismo participar en una catequesis bautismal cuyo objetivo era iniciar, cuidadosamente, en la forma de vida de la fe en la comunidad de la Iglesia! Y es que, detrás de esta realidad, latía la convicción de que uno llegaba a ser cristiano tras un largo camino de transformación, purificación y conversión que debía ser recorrido paso a paso. Estaban convencidos de que la vida cristiana debe ser aprendida y ejercitada. Y esto lo sabían muy bien los padres cristianos porque sus hijos eran llevados por su mano y por quienes la Iglesia ponía al frente a aprender y ejercitar la vida cristiana. ¡Qué fuerza tiene en San Agustín todo esto! Él compara la iniciación cristiana con la elaboración del pan y, por eso, dice: “así como el grano esparcido por los montes es recogido, trillado y molido, mezclado con agua para formar la masa y, finalmente, cocido al fuego, así también los catecúmenos deben pasar por la molienda de la preparación al bautismo, ser bautizados con agua y convertirse en el fuego del Espíritu Santo en un pan, esto es, en el Cuerpo de Cristo” (San Agustín, Sermón 227, 1).
El Papa Benedicto XVI nos dice que hoy nos encontramos a muchos cristianos “de hecho, en estado de catecumenado” y afirma, además, que esto “debemos tomarlo en serio en la pastoral”. Hoy se han debilitado las vías que hasta ahora teníamos como fundamentales para la transmisión de la fe: la familia, la parroquia, la escuela. Por ello hay que recuperar la dimensión catecumenal, vinculada al primer anuncio y a la evangelización. Todo el trabajo que en nuestra Archidiócesis de Valencia estamos realizando con el Itinerario de Renovación Diocesano apunta a esta dirección.
Superar la arrianización de la fe en Cristo
Y, por último, me quiero referir a otra resistencia que yo entiendo que viene dada por una cierta arrianización de la fe en Cristo. En los años 70 del siglo XX, se plasmó un eslogan que ha llegado hasta nosotros: “Jesús sí, Iglesia no”. Desde entonces se ha hablado de la profunda crisis eclesial. Pero entiendo que sería tener muy cortas las miras, querer localizar en las dificultades intraeclesiales los auténticos desafíos a los que hoy nos enfrentamos. Las verdaderas raíces de los actuales desafíos en la evangelización pasan por lo que ya hace tiempo diagnosticó el Papa Benedicto XVI cuando nos dice que el auténtico reto no viene expresado por la fórmula “Jesús sí, Iglesia no” sino que, más bien, debería parafrasearse con el lema “Jesús sí, Cristo no”, o bien “Jesús sí, Hijo de Dios no”. Aquí, con estas palabras, se muestra lo que decía, que la herejía del arrianismo vuelve a ser actual. Y esto se demuestra en cómo hay personas, e incluso cristianos, que se dejan conmover por todas las dimensiones humanas de Jesús de Nazaret, mientras la confesión de Jesús como Hijo de Dios hecho hombre, como el Resucitado que se hace presente en medio de nosotros les plantea dificultades. La nueva evangelización plantea la urgencia de encontrarnos con el Resucitado, de proclamarlo, de confesar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Con gran afecto, os bendice
+Carlos Osoro Sierra